NO LO ABANDONES
El sol se apodera del entrelazado asfalto que une mi casa con la tuya, con la de ella, con la de él.
A mediodía quema los pies descalzos de las mascotas perdidas.
Ya no les quedan sueños solo lamentos de un caminar sin fin.
Buscan comida entre las bolsas de residuo que los vecinos dejan en los canastos.
Pedazos de pan, restos de carne en huesos del asado del domingo, o del puchero de cualquier mediodía.
Entre rejas miran hacia adentro para ver si algún alma solidaria le tira un poco de comida fresca.
Con pena se alejan buscando la sombra de algún árbol y un poco de agua que algunos buenos vecinos dejan a propósito para que ellos sacien su sed.
Otras veces se alegran moviendo la cola en agradecimiento por la comida fresca que alguien les ofrece. Pero no se quedan, siguen su camino entre muros de cemento y agrios silencios.
Es la rutina de perros (no tanto de gatos), que luchan por subsistir.
Han nacido en algún lugar, alguien los habrá criado desde pequeños, o quizás desde temprana edad, han sido abandonados por los que fueron sus dueños. Los dejaron en un yuyal, en un descampado, o en algún lugar soleado y con asfalto caliente. Quién sabe. Nunca han tenido ni siquiera una caja de cartón con un pedazo de trapo viejo donde poder dormir los días de invierno. Ni un oso de peluche para jugar como muchos perros tienen. Han nacido y crecido en una cuna de lamentos: “no te quiero”, “no tengo tiempo para cuidarte”, “no tengo comida para darte, el presupuesto no alcanza”. O lo que es peor: “no te me acerques”, “sal de aquí, hueles mal”, y tantas otros pretextos para no aceptar a estas “criaturas” o animales, como mejor te quede llamarlos. No saben hablar, no saben pedir ni quejarse, se comunican con su mirada cuando están tristes o enfermos, o cuando necesitan algo, y con el batir de sus colas cuando están alegres.
Y en estos transitados trayectos les duele la vida, les quema el desánimo al caminar por el asfalto caliente en busca de comida y agua.
Si cada uno de nosotros se apiadara de ellos, al menos colocando recipientes con agua fresca, que podemos cambiar todos los días, y algún pedazo de pan o restos de comida fresca, no pasarían hambre ni sed. Ellos no tienen la culpa de haber nacido o de haber sido abandonados.Y si en tu barrio o ciudad no has encontrado a ninguna de estas mascotas callejeras, eres afortunado de que no te duela el alma por verlos sufrir.
Malania
Imagen: propia. Es de un perro que apareció en el lugar y le brindaron refugio.