• Relatos

    LA TAZA VACÍA

    Me gusta leer lo que escriben mis amigos virtuales en sus blogs. Me enriquezco con sus palabras y conceptos pero también, en algunos casos como el de hoy, me ha recordado pasajes de los años que he trabajado como docente en diferentes escuelas rurales y urbanas. Treinta y siete años de docencia, siempre en lugares de Misiones, Argentina, mi provincia natal.
    Volfredo José Camacho Assef, de Ciego de Ávila, Cuba, escribió “La taza de café vacía”. El escrito acompaña a una imagen, muy elocuente, de libros y la taza.

    Me llevó a un pasado no muy lejano, y al ver esa taza vacía, apareció un recuerdo:
    Cuando trabajaba en una escuela primaria, los niños, casi todos, traían sus tazas vacías (en distintos tamaños, colores y texturas), para que llegado el momento del desayuno, (algunos llegaban a la escuela con el estómago vacío) se les sirviera la leche con mate cocido o té, muy pocas veces con cacao. Ellos decían que era leche con chocolate, como un regalo en días festivos. Una galleta, o dos, y la taza llena. Por la tarde se servía la merienda de igual manera que el desayuno. ¡Si vieran la alegría en esos ojitos! Cada vez que lo recuerdo, me emociono. Y me pregunto, cuántas tazas vacías habrá en el mundo, sin poder ser llenadas ya sea con algún refrigerio, o como ha escrito Volfredo, con palabras del saber.
    Las palabras escritas en los libros no llenan el estómago, pero sí alimentan la mente. Y de alguna manera contribuyen a salir adelante con el propio saber. Y el saber ayuda a no estancarse, a buscar alternativas, soluciones válidas para trabajar y conseguir el sustento diario para sí mismo y para la familia.

    Malania

    Imagen: de la red

  • Poemas

    LA TOALLA CELESTE

    Podrías enviarme una fotografía tuya,
    envuelto en aquella toalla celeste
    que aún sueña con evaporarse.
    ¿Lo recuerdas?
    La mía era igual,
    pero de un rosado que olía a crepúsculo.

    A veces la olvidabas
    como quien deja su sombra apoyada en una silla.
    Yo sospechaba que era un ritual,
    una conspiración del algodón y la piel,
    una forma de que la humedad
    me hablara en tu idioma.

    La toalla hacía lo que el aire no se atrevía,
    rozaba tus hombros hasta confundirlos con el cielo.
    Tu espalda —ese mapa imposible—
    se extendía como un continente recién descubierto,
    y el vapor del baño inventaba fronteras que yo cruzaba sin permiso.

    Me pedías que te secara,
    pero lo que en verdad querías
    era que el agua recordara mi tacto.
    Los pies, las piernas,
    ese territorio donde el deseo se derrite
    y el tiempo queda suspendido,
    como una gota que nunca termina de caer.

    Una toalla hacía lo que yo no podía:
    desaparecer en tu cuerpo
    y seguir siendo objeto.
    Yo, en cambio,
    me quedé siendo voz,
    evaporada,
    en el vaho azul de esa fotografía que aún no existe.

    Malania

    Imagen de la red

  • Cuentos

    LA SOSPECHA

    (Tercera parte)

    En se momento don Carlos se dio cuenta que, efectivamente, el Gringo, el hijo menor de la viuda, hacía tiempo que no estaba en el barrio y tampoco la Marta, la hija mayor.
    – Sabe que tiene razón, doña, ni el Gringo ni la Marta.
    – Ud no es buen observador, le espetó la vecina.
    – Y dónde andan.
    – No sabemos porque la viuda no quiere hablar de ellos. Eso fue después que la policía le dijo que Raúl no había muerto del golpe en la cabeza, sino que había sido envenenado.
    Don Carlos, quedó sorprendido, ¿envenenado?, se dijo.
    – Cómo es eso.
    – Miré la policía le dijo eso a la viuda unos días después del entierro y no hizo ningún comentario. Solo le dijeron que Raúl habría tomado veneno de hormigas y eso era probable, ya que era un poco descuidado y nunca se lavaba bien las manos después de manipular el veneno. Y mire, don Carlos, que yo soy capaz de hacer hablar a un muerto, sin embargo, no le pude sacar una palabra a la viuda.
    Se hizo un silencio no muy largo y la chismosa le preguntó casi al descuido,
    – ¿Sabía que la viuda es abuela?
    – -No, que iba a saber si casi no me meto con los vecinos.
    – Si, es de la Marta y el nene ya tiene casi un año y medio.
    – Y dónde está ella, preguntó don Carlos.
    – Se fueron ella y el Gringo pocos días después del entierro. La viuda quedó muy triste, pero ya le están rondando la casa y se va alegrando poco a poco.
    – Y ¿Quién es el padre?, ¿Ud sabe?
    – No hay padre, don Carlos.
    – ¿Cómo que no hay padre, fue el Espíritu Santo?
    La chismosa no dijo nada, solo lo miró con picardía y se fue a su casa.
    Don Carlos quedó pensativo. Qué raro es todo esto, pensó. Empezó a recordar detalles de aquella muerte. Fue el Ernesto el que le dijo que Raúl había muerto, pero no le supo explicar bien lo que había pasado. Don Carlos quedó pensativo. En ese momento sintió que alguien le chistaba. Se dio vuelta y el Ernesto le dijo en silencio:
    – Vino la Marta con su hijo que ya tiene dos años y medio, ¿no la quiere ver?,
    – Y para qué le dijo Don Carlos.
    – Bueno Ud sabe, los chicos siempre delatan al padre, le dijo el Ernesto y lio miró con picardía.
    Don Carlos se quedó pensativo. Así que conociendo al hijo conozco al padre…¡qué bueno!…Sus pensamientos se vieron interrumpidos por unos comentarios que alguien le hizo en voz alta. Don Carlos caminó por la vereda y se dirigió hacia donde escuchó los ruidos. Cuando llegó a la esquina giró a la derecha donde estaba la casa de la Raquel. Había bullicio porque se habían acercado para saludar a la Marta que acababa de llegar. Tenía al nene en brazos. Don Carlos sintió curiosidad y se acercó despacito hasta el grupo. La Marta lo vio y sonriendo le saludó:
    – ¡Buen día don Carlos! Cómo anda.
    – ¿Muy bien gracias, y vos?
    – Y aquí estoy, de paseo con mi hijo.
    Y al decir esto se lo presenta y don Carlos lo miró y entendió lo que le acababa de decir el Ernesto: Juliancito, era el calco del viejo Raúl. (Fin)

    Autor: Manuel Clemente Rodríguez

    Imagen: de la red

  • Cuentos

    LA SOSPECHA

    (Segunda parte)

    – Ya son las cuatro, me voy a ir un rato al velorio, le dijo a su esposa.
    La sala no era precisamente una sala alegre, pero ese día le pareció que estaba un poco más iluminada y eso la hacía menos agobiante. La Luz, pensó, siempre es bienvenida. Donde hay luz, las tristezas se van. Algunos vecinos estaban en la vereda cuchicheando porque en los velorios nadie habla en voz alta. Se acercó y, como era conocido, lo saludaron.
    – Qué tal don Carlos.
    – Muy bien. Buenas tardes.
    Don Carlos se quedó parado en la puerta de la sala. Deberé entrar porque nadie saldrá a recibirme, pensó. En ese momento salió la viuda, llorosa acompañada de dos o tres vecinas. Don Carlos se sacó la gorra para saludarla, pero ella siguió su camino sin advertirlo. Cuando sus ojos se habituaron a la oscuridad, descubrió algunas coronas, pocas, y una de las hijas de ella, ya que Raúl se había juntado y no tenía hijos con esa mujer. Ella, en cambio, tenía tres hijos de dos maridos distintos. Falta el gringo, se dijo don Carlos, y también la Marta, la otra hija. El gringo, así le decían a ese muchacho alto, flaco, de pelo castaño claro, de unos 23 años. El Gringo, pensó don Carlos. La hija que estaba con otras chicas, no parecían muy tristes. Charlaban con dos o tres amigas comentando no sé qué cosas. Algunas vecinas sentadas como haciendo el aguante, sin decir nada, observaban todo.
    Se acercó al cajón y allí lo vió al bueno de Raúl. Tenía la cabeza como vendada, con algún rastro de sangre mal lavada por el rostro. Ni le lavaron bien la cara, pensó don Carlos. Se hizo la señal de la cruz y rezó algo como pidiendo a Dios que le de la paz porque después de todo Raúl era un buen tipo. Jamás jodió a nadie. Siempre vivió de su trabajo. Claro ya hacía unos años que estaba solo, pues su mujer se le fue con otro y él empezó a rondar a la madre del Gringo hasta que un buen día se quedó en su casa. Y así fue nomas. Ahora estaba allí, sin vida, sin aliento con los ojos casi cerrados. Ya dejaste de sufrir, pensó don Carlos. Luego de unos minutos se fue para la calle. Hacía calor allí dentro.
    Terminó el velorio, lo llevaron al cementerio y no se habló más de Raúl. La vida siguió. Así nos pasará a todos, pensaba don Carlos mientras ofrecía su mercadería.
    Ya nadie se acordaba del pobre Raúl. El tiempo había pasado, sin embargo, la imagen de Raúl no se le iba de la cabeza. Cómo lo mataron, por qué lo mataron, quién lo mató. Eran preguntas que o tenían respuestas para don Carlos, ni para nadie.
    Un buen día, siempre hay un buen día, don Carlos se encontró a solas con una de esas vecinas que les gusta hablar de las cosas más secretas de los otros. Hacía rato que esperaba encontrarse a solas con ella y como quien no quiere la cosa, le dijo que no podía olvidarse de Raúl y ya habían pasado varios meses.
    – Si, dos años don Carlos, le dijo la vecina.
    Se hizo un silencio apenas interrumpido por el lento masticar del caballo y por la soledad del mediodía.
    – Nunca supimos qué pasó, dijo don Carlos, como al pasar.
    – Pero Ud, ¿no se enteró?, le descargó la chismosa.
    – De qué tengo que enterarme.
    – No vio que el gringo hace tiempo que no vive por aquí?

    Autor: Manuel Clemente Rodríguez

    Imagen de la red

  • Cuentos

    LA SOSPECHA

    Mucho tiempo pasaría desde aquel día nefasto en el que se habría de descubrir la trama urdida por el hijo menor de la viuda.
    Por aquellos años solía pasar un verdulero que agitaba la calma de la mañana en el pueblo callado. Ofertaba sus verduras, sus frutas maduras y perfumadas con el aroma consabido de la estación. Naranjas, mandarinas, manzanas traídas de Rio Negro, kiwis. Al cabo de unos minutos, las vecinas salían de sus casas para comprar alguna cosa o para chusmear entre ellas las últimas novedades. El verdulero, que las conocía muy bien, tenía para cada una un comentario referido a lo primero que le llamaba la atención. El caballo, manso y paciente, esperaba la orden de seguir adelante, mientras masticaba algún mato de pasto semiseco. Ese día las vecinas estaban casi en silencio. No hablaban y don Carlos, el verdulero, sospechó que algo fuera de lo común había pasado. No dijo nada, pero sus oídos estaban sumamente atentos a cualquier comentario. Pero nada, ni una palabra. Apenas un ‘buen día’ rápido como si hablar fuera considerado una especie de delación. Eso era, precisamente, lo que flotaba en el ambiente. Escuchó un comentario que le llamó poderosamente la atención: alguien había muerto. Pero la muerte no lo había buscado con el lento carcomer de una enfermedad. Había llegado y en breves minutos se lo llevó: un asesinato.
    Don Carlos no sabía cómo había venido la mano. Un crimen, se dijo pensativo. Poco a poco las mujeres se empezaron a soltar.
    – Lo mataron a don Raúl.
    – Pero quién, como fue, preguntó don Carlos.
    – Mire hasta ayer andaba, como todos los días, caminando por el barrio. Fue a la nochecita cuando nos enteramos. Lo van a velar recién después del medio día porque la policía tiene que hacer una autopsia pues se trató de un crimen. Lo encontraron con un golpe feroz en la cabeza.
    Nadie sabía nada. El barrio quedó sumido en un gran silencio.
    Cuando terminaba la recorrida, don Carlos regresaba a su casa. Ese día terminó antes. Tal vez sea porque la gente quedó impresionada, se dijo don Carlos. Lo cierto fue que cuando llegó a su casa, su esposa lo primero que le dijo,
    – ¿Te enteraste?,
    – De qué tengo que enterarme, le dijo Don Carlos.
    – Lo mataron a Raúl y parece que fue alguien de la familia.
    – Si me enteré, pero nadie me dijo nada. Parece que no quieren hablar del tema.
    Don Carlos se calló. No sabía muy bien por qué no quería hablar del asunto, aunque sus pensamientos volvían sobre Raúl, un buen hombre, al menos eso creía él. Se sentó para el almuerzo y prendió el televisor, pero sus pensamientos volvían sobre el pobre Raúl. Siempre pensé, se dijo a sí mismo, que no era bueno para él juntarse con la Raquel. Nunca se lo había dicho. La Raquel no es mala pero ya había estado con varias parejas y siempre sus separaciones terminaban mal. Claro, ¿qué separaciones terminan bien? Tendré que ir al velorio. Comió casi sin darse mucha cuenta de la riquísima sopa que había preparado su esposa. Del televisor ni se acordó. Lo miraba sin verlo. Cuando terminó su almuerzo fue a echar una siesta.

    Continuará.

    Autor: Manuel Clemente Rodríguez (Manu)

    Imagen: De la red

  • Relatos

    EL ÚLTIMO BUDÍN DE PAN DE VALE

    Han sido muchos los seres queridos familiares y amigos que se han ido de esta vida.
    Y siempre los recuerdo a todos. Pero a veces, como hoy, una fotografía bastó para recordar a “la Gorda Valentina o Vale”, la que fue mi cuñada por muchos años. Con ella pasamos gratos momentos cuando yo era adolescente. Inigualables tallarines caseros de los domingos con una salsa que solo ella sabía preparar. Paseos a la cancha de fútbol para ver jugar a mi hermano Lito, defensor de primera división del Club del pueblo, “Estrella del Norte”. Antes había jugado en otro club, creo que se llamaba “Juventud” y después tuvo oportunidad de ingresar a un club de Posadas pero el presidente de Estrella del Norte no le quiso conceder el pase gratuito, había que pagar no sé cuánto dinero. Su gran anhelo había quedado solamente en un sueño.
    Y siguiendo con el recuerdo de la Gorda Valentina, que ayer 3 de noviembre, estaría cumpliendo 81 años. No recuerdo cuándo fue que falleció, pero no solo me pasa eso con ella, ya que soy de olvidar las fechas de fallecimiento de muchas y casi todas las personas.
    Recuerdo el día, cuando ya vivíamos en Buenos Aires, ella en Guernica, yo en Capital, me invitó a que fuera un domingo. Yo había aceptado la invitación, pero ese día, no recuerdo bien qué pasó, no pude ir pero avisé, y quizás avisé tarde.  Ella había preparado budín de pan, ese que le salía tan rico como a nadie, nunca probé otro igual, ni siquiera en casas de comida. O son muy secos, o muy dulces, o les falta azúcar o algún ingrediente que le dé mejor sabor. En fin el budín de pan de la Gorda Valentina era exquisito, todos los que lo probaban opinaban lo mismo. Lo que yo no sabía era que ella se sentía enferma, porque las veces que hablábamos nunca se había quejado de nada, siempre me decía que estaba bien. Después de ese domingo que no pude ir, al poco tiempo Vale falleció. Sentí y siento hasta ahora haberme perdido esa oportunidad, tanto de verla, de charlar con ella y de saborear ese último budín de pan que había hecho para esperarme con mi postre preferido. Y según lo que me dijeron después, fue que si ella hubiera sabido que yo no iría, no se hubiese esmerado en prepararlo. Mi emoción fue más grande aún al enterarme de eso.
    Agradezco haberla conocido y siempre la recordaré con mucho cariño.
    Hoy le pido a  Dios que la tenga siempre en su Santa y Bendita Gloria.

    Elsa Luchechen

    Imágenes: Gentileza de Carlos Luchechen. Y otra de la red.

  • Poemas

    CONTIGO

    Contigo quiero reír, quiero cantar,
    por qué no poder correr por este mundo
    entre verdes campos
    cruzando ríos para llegar al mar.

    Contigo quiero llorar pero de contento
    y decirte las mejores palabras
    que me dicta el corazón.

    Contigo, sentir que los momentos
    se hacen únicos y agradables,
    que el tiempo parece no pasar.

    Contigo, seguir andando por buenas y malas
    sin que nadie nos derribe,
    aprendiendo a cada paso que se pierde y se gana,
    que no hay que abandonar jamás cuando algo no sale.

     Autor: Poeta Uruguayo Miguel Márquez  

    Imagen: de la red, gentileza de Miguel Márquez         

  • Efemérides,  Poesía

    DÍA DE LOS FIELES DIFUNTOS

    A nuestros difuntos,
    ¡Una oración  y luz para su evolución!
    ¡Qué descansen en santa calma!
    Rodeados del amor de Dios.
    Hoy en su día,
    Celebramos su  vida
    Su paso por la tierra
    ¡Ha sido lo mejor!
    De ellos, tenemos ADN
    y experiencias, que nos
    ayudaron en el crecimiento  interior.
    Son muchos aquellos que conocimos:
    Compañeros de trabajo, familiares, amigos…
    A los cuales  extrañamos
    Cada mañana, al levantarnos
    Y en la noche, al acostarnos…
    Es la ley de la vida,
    Algunos mayores, parten
    para dar espacio a otros que nacen
    En este juego infinito 
    De almas en circulación:
    Unos llegan, otros se despiden…
    Para regresar a otros planos,
    en este círculo indetenible de la creación…

    Autora: Sira Vargas De Biheller

    Barquisimeto- Estado Lara. Venezuela

    Imagen: Gerardo S. V.  y de la red.

  • Prosa Poética

    LIBERTAD CONDICIONADA NO ES LIBERTAD

    Flotamos como nubes y nos sentimos libres hasta que ellas se choquen y como lluvia o granizo nos caigamos a la tierra.
    Nadamos libres con un salvavidas puesto hasta que ese salvavidas se resquebraja con el correr de los días por el sol, las lluvias y otros factores hoy desconocidos.
    La Argentina está dividida como estas nubes de la imagen. Unos mirando al este y los otros hacia el oeste, norte o sur. O como en el océano, las olas se ondulan con el viento,  y el agua corre hacia donde sopla con más intensidad, a veces la marea es baja y otras, inundan las costas.
    La persona que obra con odio o por resentimiento, no sabe que a la larga puede tener consecuencias muy graves e irreversibles. Son las personas que no se fijan y no valoran las cosas buenas que hacen los demás por el bienestar de la población. Es lamentable que obren de esa manera, que uno se sacrifique por ellos y ellos miran a un costado o dan la espalda.
    En fin…es para pensarlo ¿no?

    Malania

    Imagen: Rosana G. B.

  • Poemas

    POR LOS CAMINOS DEL SUR

    Por los caminos del sur voy, entre ríos y arroyos,
    bordeando mares de vientos lejanos,
    donde todo se deja sentir.

    Llevo ayeres traídos del norte
    gritando goles de Maracanaces vivos,
    cargando milongas de lonja y candombe.

    Por los caminos del sur disfruto los hoyes,
    esperando mañanas llenos de esperanza,
    recorriendo largas carreteras.

    Pueden verme mirando distante,
    tratando descubrir qué hay más allá del horizonte,
    donde parece juntarse la tierra y el cielo.

    Por los caminos del sur escribo poesía
    con versos de acá y la magia de allá,
    donde el corazón agradece el ser tan feliz.

    Autor: Miguel Márquez

    Imagen: Gentileza de Miguel Márquez