Relatos

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    EL VELERO MISTRIOSO

    Subió al coche y atravesando el parque, disfrutó del aire primaveral. Una sinfonía de colores despertaba la nueva estación, entre el verde lima de los sarmientos recién brotados de las viñas y en contraste, el verde oscuro de las araucarias. Abrió la ventanilla para sentir el aroma del enebro y los arbustos de romero. Al final del parque la maleza se mezclaba con florecillas amarillas, blancas, rojas y violetas como queriendo ganar espacio y distinción, entre los gigantes lapachos y eucaliptus. Parecían sonreír al espectador circunstancial y pasajero, como expresando un ruego de que no las pisen para poder seguir viviendo. Eran muy bonitas esas flores a pesar de tener simplemente un aroma silvestre que se intensificaba con el rocío del amanecer. Los rayos del sol iban ganando espacio mientras él se dirigía al puerto. Recordó los días felices de su niñez, y se vio correteando con sus hermanas por entre las flores  de margaritas y pensamientos, y las reprimendas de su madre porque muchas veces en esas correrías pisoteaban el jardín. Como penitencia, debían plantar más, si pisaban una, plantaban dos. Sonrió por recordar, como esa, otras picardías que había cometido y casi siempre habían sido descubiertas por los mayores de la casa.
    Se fue alejando cada vez más, dejando atrás el espectro de colores para internarse en calles grises de asfalto y adoquines.
    Llegó al puerto. En la embarcación lo esperaban el timonel y una amiga. ¿Un viaje de placer? ¿Un paseo instructivo y turístico a la vez? O tal vez un viaje de negocios que decidieron efectuar por agua para hacerlo más rápido, evitando aglomeración y estrés. Debieron sortear otras embarcaciones en un mar agitado y revoltoso, ese mar que quizás no esperaba recibir tan temprano a tantos navegantes. Quizás hubiera preferido mantenerse en calma dormitando a la luz del sol naciente. Las naves serpenteaban al compás del viento y las olas jugaban con rugidos imponentes.
    No pudo ser un viaje de placer, fue un paseo con viento y marea alta, más de miedo y dolores de cabeza.
    Lo más llamativo fue, que terminado el viaje, ya no hubo viento ni agitadas olas. Todo volvió a la calma.

    Malania

    Imagen: A. M. N.

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    VIAJES

    Por tierra, por mar o por aire.

    ¡Ese viaje! Y ver la ciudad de noche fue lo más emocionante que había vivido.
    Muchas personas prefieren viajar por tierra, otros por agua y otros por aire. Son infinitas  las razones por las cuales se elige uno u otro. En mi caso, prefiero tierra o aire.
    Mi primer viaje por aire fue emocionante, ver desde lo alto las ciudades en tamaño muy pequeño, iluminadas por lamparitas o farolas de diferentes colores.
    Se me ocurrió pensar el motivo por el cual las ciudades quedan a oscuras en tiempos de guerra, y sencillamente es porque se las identifica y son el blanco perfecto para los atacantes.
    Aquel viaje fue perfecto, en paz y con una esperanza: la posibilidad de que mi querido esposo fuera atendido por médicos especialistas en la gran ciudad. La expectativa era muy grande y gracias a Dios, todo había dado buenos resultados. A pesar de que el viaje fue por razones de salud, él y yo lo disfrutamos con el estado del tiempo favorable y sin contratiempo alguno.

    Malania

    Imagen: J. A. T. y propia

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    DE ENTRE CASA

    ¡Vamos!
    Hoy empieza un nuevo día.
    ¡Ánimo!
    Ya he dado mil vueltas en la cama antes de poner los pies en el piso.
    Y si no es eso, me pongo a mirar un rato el cielo raso buscando figuras dibujadas en la madera por orden de la naturaleza.
    A veces hablo sola, con las plantas, con las perras, con el perrito del vecino que quiere conquistar a la más chiquita de las mías cuando está en celo. Murmuro dando gracias por las cosas que me rodean, sobre todo por mis seis sentidos, sí, dije bien, seis. El de la intuición es por demás importante para escoger el camino correcto. Cuando desatiendo mi voz interior con seguridad caigo como un chorlito.
    Y pienso que es amargo no estar cerca, no poder verte, pero si desaparecieras sería mucho más dura mi vida. Es pensando en ti todas las mañanas, me doy cuerda y el día comienza con optimismo.
    No entiendo a aquellos que dicen que nada tienen que hacer. Siempre hay algo que hacer, algo útil para dar valor al día en que estamos.
    Mientras escribía escuché aplausos. No, no eran aplausos, era el hijo de otro vecino que llamaba para que le pasara la pelota. Juegan en la calle y de una fuerte patada el objeto redondo como la luna, vino a parar al patio de mi casa. Me pregunto cómo los padres de esos niños les permiten jugar en la calle.
    ¡Ánimo!  Ya comenzó un nuevo día.

    Malania

    Imagen de la red                                                                                                                

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    EL SECRETO

    Con sus 67 años de edad, se sintió persuadido y oprimido. El biotopo lo molestaba, no quería seguir así. Observar los líquenes todos los días lo deprimía, se sentía un simbionte. Esa noche eligió tomar un cóctel de frutas tropicales y se acomodó en el mullido sillón para mirar televisión.  Extraño y con sorna singular, diseñó el proyecto de su vida futura. No iba a correr el riesgo de sufrir un colapso a causa de ese trabajo y del techo que lo albergaba. Esa noche se iría para siempre sin contar a nadie cuál sería su destino. No quería seguir viviendo en esa casa cuya propietaria era su novia, la dueña de todo lo que lo rodeaba.
    Se despertó de madrugada con el televisor encendido. Fue a su habitación y ella no estaba. Tomó su maleta lista para partir y decidido se dirigió a la puerta de frente. Su novia yacía en el piso con pocos signos vitales. Tiró su maleta hacia el interior, corrió a buscar el coche y la trasladó al Hospital. Llegó a tiempo -dijo el cirujano-, su vida no corre peligro, pero tendrá un largo período de recuperación.   
    Su deseo nuevamente fue postergado sin saber hasta cuándo. Ese día la vida le deparó una sorpresa, buena o mala, sorpresa al fin.
           
    Malania
                                                                                                              
    Imagen de la red
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    AUSENCIA

    Hoy no vino su maestra. El niño se entristece, y llora en silencio. Apoya sus manos en el marco de la
    ventana y sus lágrimas se confunden con el agua de lluvia. Está solo en el aula, no quiere ir con otra maestra. Es que ayer faltó y no se enteró que la seño hoy no vendría. Su madre lo trajo hasta el portón de la escuela y lo dejó. Lo pasará a buscar a mediodía. La directora le preguntó por qué no quiere ir con la otra maestra, la que atiende a niños de una sección paralela. Él lloró más aun, y cuando se tranquilizó explicó que los alumnos del otro grado se ríen de él porque es petizo y gordito, le hacen bullying.
    La directora lo llevó consigo y le dio tareas para que complete y estudie. Los niños se reían porque pensaron que Pedrito estaba de penitencia. Es que nadie va a la dirección a estudiar, dijeron. 
    El bullying es un tema que se debe tratar en todas las esferas de Educación para que esté reglamentado y se pueda evitar que siga ocurriendo este tipo de actitudes, y no solamente en la escuela primaria sino en todos los niveles.
    Malania
    Imagen de la red
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    DESPUÉS DE LA LLUVIA

    A algunos, el tiempo lluvioso les abate los ánimos. Pero hoy pueden reír y dejar de quejarse porque el cielo se ha despejado y el sol se cuela entre la vegetación, cubriendo con sus rayos el sendero de tierra roja.
    El olor a café se extiende por toda la casa, incluso hasta el portón de entrada, donde se mezcla con el aroma de tierra mojada que ha dejado la reciente lluvia.
    El campo es como una isla en el océano, un lugar cálido y seguro en medio del mar tempestuoso.
    El café para algunos y el mate para otros les cambia el estado de ánimo, charlan y ríen contando anécdotas, la vida vuelve a parecerles divertida y planifican el trabajo del día felices y contentos.
    Los mosquitos, por la humedad acumulada danzan alrededor de mis tobillos desnudos y de mis brazos desprovistos de mangas, pero nadie se percata de ello. Entonces mojo mis manos y los voy atrapando uno a uno. Con las manos húmedas es más fácil.
    Hace buen tiempo, brilla el sol y brillan las miradas con ánimo de seguir trabajando.
    ¿Qué importa los mosquitos? ¡A trabajar se ha dicho!

    Malania

    Imagen: R. A. M.

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    AMOR Y COMIDA

    LA IMPORTANCIA DE APRENDER A COCINAR


    Cuando terminé mi carrera de Profesora para la Enseñanza Primaria, (Maestra de Grado), comencé a trabajar al año siguiente. Era soltera y vivía con mis padres. Pero a los cuatro años, tuve que escoger y decidirme por alguna escuela lejos de mi casa si quería continuar trabajando. Los cargos se distribuían de acuerdo al Padrón de Valoración y una colega me desplazó. Un primo, hijo del hermano de mi madre, con voluntad incondicional, me acompañó a cada una de las escuelas que me habían ofrecido, fueron tres pero todas estaban en el campo. Como no tenía vehículo lo único que me quedaba era vivir toda la semana en un lugar cercano a la escuela, y a mi casa podría ir solo los fines de semana.
    Elegí una escuela en una zona rural llamada Fachinal, porque una tía, esposa del hermano mayor de mi madre, vivía enfrente con una hija soltera. Mi tío ya había fallecido. Ellas no querían dar pensión a nadie porque se pasaban todo el día trabajando con plantaciones y animales (vacas y cabras) y no les daba tiempo para otra cosa. Además ambas eran muy buenas pero muy tercas. Preferían estar solas, levantarse cuando salía el sol y se iban a dormir ni bien entraba la noche. Una vida diferente a la de la ciudad.
    Yo no sabía cocinar y mi compañera con la que compartiríamos la casa del docente, -de madera, sin luz eléctrica ni agua potable-, tampoco sabía y no le gustaba hacerlo, menos aún para las dos. Por lo tanto se me complicó el tema  de la comida. Mi colega se ofreció a limpiar la casa, lavar la ropa y toda otra actividad doméstica pero menos cocinar.
    Al principio contratamos a una señorita, hija de la enfermera del lugar, para la tarea, pero la comida no se parecía en nada a la que preparaba mi madre. Un día nos ofreció papas (patatas) crudas, otro día la carne quemada, muy salada, muy picante, etc. Nada era sabroso. Había que buscar una solución urgente.
    El primer fin de semana en casa, conté a mi madre lo sucedido y decidí pedirle que me enseñe.
    – Pero la cocina no es fácil, hay que dedicar tiempo y tener paciencia, dijo.
    Entonces tomé un cuaderno y un bolígrafo, la senté a mi madre a mi lado y comencé a escribir paso a paso las recetas, primero los ingredientes y luego la forma de preparar las diferentes comidas para los cinco días de la semana. Pero hubo un inconveniente: mi madre no usaba balanza, todo lo hacía a ojo, y la única indicación que me dio fue usar la palma de la mano y medir con puñados por ejemplo el arroz, los fideos para la sopa, etc.  Tuve que apelar a mi imaginación y habilidad y de a poco me fui internando con gusto y mucha dedicación al nuevo mundo culinario.
    Las recetas fueron aumentando a medida que iba a la casa de mis padres los fines de semana. Mi hermana mayor me ayudaba a veces con algunas de comidas que había aprendido a hacer en la Escuela Profesional de Mujeres, cuando estudiaba. Conservaba en muy buen estado un cuaderno con recetas que no prestaba a nadie. Pero fue una gran ayuda para salir de lo repetitivo que en un momento podría llegar a cansar. Comer siempre lo mismo, cansa y hace perder el apetito.
    Así aprendí a preparar desde una sencilla sopa hasta los más exquisitos canelones de verdura y otros rellenos. Por suerte todo eso duró poco más de un año cuando se presentó a la escuela el Director que había sido designado por Concurso de Antecedentes y Oposición y desplazó a mi colega, la que tuvo que ir a atender su grado, y también trajo a su esposa que me desplazó a mí. Así es la docencia, mientras no fui titular, siempre existía esa posibilidad de ser desplazado del cargo. No sé cómo se habrán arreglado con la cocina porque mi compañera pidió su traslado, (ella sí podía porque era titular) en cambio yo tuve que esperar otras suplencias.
    Volví a casa de mis padres y aprendí a cocinar más aún, ya con el pretexto de que si me pasara otra vez el ir al campo, necesitaba reforzar mis conocimientos culinarios.
    Al año siguiente fui designada a trabajar con un Director, que por suerte manejaba el tema cocina como si fuera un chef profesional. Con él aprendí a elaborar entre otros platos, la polenta guisada, algo que hasta hoy día lo hago y a mi hijo menor le encanta. Tomé tanto amor a la tarea de preparar comidas que las casas que tienen delivery pierden plata conmigo, aunque para suerte de ellas muchas personas lo prefieren.
    Pero igual, de tanto querer preparar comida casera, nunca se termina aprendiendo del todo. Como anécdota: Una vez casada, mi suegro se quedó a almorzar. Quise lucirme con ñoquis caseros de mandioca -también llamada yuca-. Tanta cantidad preparé que comimos lo mismo como tres días seguidos. No tenía idea de las cantidades. Eso sí, la salsa alcanzó solo para ese día, por suerte, porque no me gusta la salsa recalentada ya que puede caer mal. Si bien, en casa no se tira nada de comida porque lo reciclo, lo importante es que nadie se queja.
    Hoy día prefiero preparar postres, tortas y panes dulces. Alguna vez lo he hecho para ayudar a una cuñada que lo vendía. Aprendí mucho con ella.
    El trabajo en la cocina, sirve de complemento ya sea para comer sano y rico, o para aportar a la economía hogareña. A mí hasta me ha servido como terapia anti estrés.  

    Muchas madres no enseñan a cocinar a sus hijas o hijos, por falta de paciencia, por miedo a que se lastimen con algún utensilio de cocina, que se quemen, o simplemente porque no quieren que pierdan tiempo en eso y se dediquen al estudio (esto último decía mi madre). Pero creo que es importante enseñarles aunque sea lo básico para que sepan desenvolverse en caso de necesitarlo. Es por eso que sugiero a las madres a que no le quiten a sus hijos la posibilidad de aprender a cocinar, sobre todo si ellos demuestran tener interés por hacerlo.
    ESO SÍ, LA COMIDA HECHA CON AMOR, ES SABROSA Y SIEMPRE SALE MEJOR.

    Malania Nashki.

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    PASCUAS

    Cuál es el significado de la Pascua,  cómo la vivíamos antes y cómo se la vive ahora en los diferentes lugares.
    Pascua, según lo que relata el Nuevo testamento de La Biblia es la resurrección de Cristo tres días después de haber sido crucificado.
    Para los cristianos es una época de recogimiento, reflexión y meditación.
    La palabra Pascua deriva del latín eclesiástico pascha y se pronuncia pasca. 
    Esa palabra “pasca” me hace recordar a mi madre porque en esos días, ella hacía unos panes diferentes a los que elaboraba durante todo el año. Preparaba la masa, armaba el pan y antes de poner al horno  le hacía rosetas, hojas y distintas formas de flores de la misma masa para adornarlo en la parte superior. Luego lo pintaba con huevo apenas batido y un chorrito de leche. Un horno a leña al fondo del gran patio de tierra, esperaba caliente por las brasas encendidas por mi padre, para asar el pan.
    Ese pan se llevaba a bendecir la noche del Sábado de Gloria junto con otros alimentos, que según ella, tenían que ser de las diferentes especies: animal, vegetal y mineral, es decir de los tres reinos de la naturaleza.
    Preparaba una canasta de mimbre, bastante grande, adornada con flores de siempre viva. Esa canasta no se usaba para otra cosa el resto del año. En ella colocaba el pan que había preparado con sus manos, una pequeña rosca de pan dulce y otros alimentos  en porciones pequeñas, menos el pan (que llamábamos “la pasca”) iba entero. Recuerdo que esos alimentos eran: carne asada de vaca y de cerdo, chorizos,  queso o ricota que adornaba con clavos de olor, crema de leche, manteca, huevos hervidos a los que se le pintaba la cáscara. Otros huevos se vaciaban y se los rellenaba con maní tostado y azúcar que sería algo así como la que hoy día se la conoce como garrapiñada.
    También no podían faltar las manzanas, bananas y toda fruta de estación, además sal y azúcar y algunas otras especias que consideraban que podía cubrir algún huequito que quedaba en la canasta. También iba una botellita con agua y una vela pequeña para encenderla en el momento que lo indicara el sacerdote.
    Esa noche, la del Sábado de Gloria, no se comía carne, solamente se cenaba varénikes hervidos, rellenos con ricota y bañados con crema de leche.
    Toda la comida que se llevaba a bendecir a la iglesia (parroquia o capilla más cercana) se comía recién en el desayuno del día Domingo de Pascua. Se nos prohibía comer la noche del sábado, a pesar de que los aromas a carne asada y demás alimentos nos tentaba a no cumplir con el precepto.
    Mis hermanos y yo nos levantábamos temprano junto con mis padres. Se servía la mesa de desayuno con todo ese manjar que para mí es inolvidable.
    No existían ni el conejo ni los huevos de chocolate, al menos para nosotros, para mi familia y todas las familias del pueblo en el que vivía. Nadie hablaba de eso.
    A mediodía mi padre preparaba un asado al horno y comíamos con ensalada y el pan bendecido. Si sobraba algo en el canasto se guardaba y se comía durante la semana.  No se podía tirar ni una miga de lo que había sido bendecido.
    Hoy día las costumbres son distintas cada uno podrá decir y contar su experiencia en la red social Facebook de Escritores y Letras, si lo desea.  Cómo se celebra en su hogar por ejemplo.
    Recuerdo algo que me llamó la atención y fue cuando años atrás, visitamos con una amiga un colegio de sacerdotes,  que el sábado sirvieron en el almuerzo asado de cordero (Cordero Pascual). Entonces me di cuenta de las diferentes costumbres porque en casa, mi madre no nos dejaba comer carne desde la cena del jueves de noche hasta la del sábado. Recién comíamos carne el domingo. Nos pasábamos con vegetales, porque tampoco podíamos comer derivados de animales.
    Hoy día el tema del no comer carne es tomado de forma distinta, tanto por la gente como por la iglesia misma. 
    La Pascua, que significa paso de la muerte a la vida, (de la esclavitud de pecado a la libertad), era lo que yo no entendía cuando era niña. En una de las homilías de una iglesia católica el sacerdote dijo: Pascua significa el paso de la muerte a la vida y yo no entendía por qué lo decía así, que se moría al pecado y se pasaba a una vida nueva.  ¿Cómo moríamos si estábamos todos vivos? Hoy entiendo lo de esa muerte a la que se refería el sacerdote,  que hay que arrepentirse de las cosas malas que uno pudo haber hecho durante el año y comenzar una vida nueva, es decir morir o dejar morir dentro de uno mismo lo que pudo haber sido malo, arrepintiéndose de ello y abocarse a cambiar por una mejor forma de vivir, en armonía y en paz.

    Malania

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    CERRO DE SIETE COLORES

    El Cerro de los Siete Colores está ubicado sobre la Ruta Nacional 52 que se dirige al Paso de Jama, frontera entre Argentina y Chile, a la vera del pueblo de Purmamarca, provincia de Jujuy. Es un pueblo primitivo cuyo trazado urbano se hizo en torno a la iglesia principal, Santa Rosa de Lima. Fue declarado Sitio Histórico Nacional. Y es por eso que las viviendas y locales de venta, conservan sus formas primitivas.
    “Purma”, significa campo sin sembrar o campo en el desierto y “marca”, significa pueblo. De allí el significado de “Pueblo de Tierra Virgen” o “Pueblo del Desierto”
    El Cerro, atractivo turístico, está conformado por sedimentos marinos, lacustres y fluviales que fueron depositándose en la zona durante siglos.
    Su color rosado está compuesto por arcilla roja,  fango y arena.
    El color blanquecino, por piedra caliza o calcárea, cualitas de color blanco.
    Los colores pardos, marrones y morados, compuestos por plomo y carbonato de calcio.
    El rojo, por hierro y arcilla.
    El color verde, compuesto por filitas, pizarras de óxido de cobre.
    El color pardo terroso, por roca con manganeso.
    Y el color amarillo mostaza por areniscas calcáreas con azufre.
    Toda esta compleja composición data de millones de años.

    Una de las versiones de la leyenda sobre el Cerro de los Siete Colores se la puede escuchar aquí:

    Malania


    Imagen propia