Durante la mañana llovía a cántaros. Soplaba el viento fresco de un otoño recién iniciado. Sacudía los arbustos y los árboles. Las ramas golpeaban contra las paredes de la casa azotando las ventanas. Las hojas amarillas, anaranjadas y marrones se desprendían y volaban con las ráfagas del viento. Algunas hojas quedaron pegadas en los cristales dejando huellas del mal tiempo. Después del mediodía, todo calmó y la siesta se volvió tranquila. Al atardecer el sol ya iba cayendo como perdiendo fuerza, y un aire húmedo y cálido envolvió al ocaso.