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LA INTRUSA

Era una gata triste que caminaba por los tejados y dormía bajo la luz de la luna con un gato vestido de azabache y sol. Él la llamaba con maullidos alegres y ella se sentía feliz. Una de esas noches blancas sin luna él no asistió a la cita. Ella deambuló sola por las calles del barrio hasta que encontró un lugar para dar a luz a dos hermosos gatitos.
Las dos gatas de la vivienda la recibieron sin mimos, indiferentes, como si fuera algo natural permitir la entrada a una intrusa,  que llegó para tener a sus crías en el altillo de la casa.
Un día de lluvia apareció el gato azabache ojos de sol y se la llevó junto a los gatitos. A los pocos días, un ruiseñor anunció la visita con su canto. Ella volvió como si esa fuera la casa que tuvo siempre, pero no como visita, vino a quedarse. Temerosa, se acerca a comer y a tomar agua. No pide mimos ni ronronea como las otras dos. Pero se la ve bien, al menos tiene techo y comida. De sus hijos no se supo nada más.

Malania

Imagen: M. J. T.

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