Cuentos

TAN NATURAL

Lucía tan natural como el fluir del aire, los días que no tenía obligaciones laborales.
El cielo estaba vagamente nublado, resultaba imposible distinguir la distancia que separaba el aire de las nubes.
Ese viernes lloviznó desde la primera hora de la mañana y cayó una fría lluvia hasta empaparlo.  Lo esperaba.
Cerró la ventana y a través de ella igual se sentía el olor a lluvia recién caída. Pero las gotas eran tan finas que no se distinguían, salvo en el brillo de las hojas del árbol de canela. Parecía que la noche se había precipitado desplazando al día, o que el día se arrepintió y se volvió sobre sí mismo, dando lugar a la oscura noche, pero no, ni siquiera eran las diez de la mañana.
Los faroles de la avenida empezaron a brillar ¿Quién las encendió? Preguntó distraída, quitándole la campera de cuero cubierta de gotitas.
El hombre cabellos de plata, se dejó caer pesadamente sobre la silla, envolvió sus manos con las de ella buscando calor de hogar.
– El café está listo –dijo la mujer- aún sin querer soltarle las manos. Él movió la cabeza como aceptando.
– Te hará bien tomarlo caliente –agregó la anfitriona-.
Su mano temblaba aprisionando la suya y así caminaron juntos hasta el desayunador que separaba la cocina del living.
Sorbo a sorbos muy pequeños, se sucedieron despacio entre el vapor que salía de aquella taza parisina.
Los minutos se transcurrieron y cuando dieron las doce campanadas de la iglesia cercana, se apuró en anunciar que su cliente de la tarde lo esperaba en el bar frente al Hospital Durand.
Tomó su campera y juntos de la mano buscaron el ascensor.
Desde la acera el cielo pintaba multicolores indicando el cese de la lluvia.
Él apresuró el paso, ella lo vio encender un cigarrillo y lo perdió de vista entre los pilares y paredes del edificio vecino.

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