• Cuentos

    COLIBRÍ TORNASOL

    En un atardecer tranquilo, el sol iba desapareciendo dejando prolongadas sombras sobre el patio y el jardín. El aroma de los jazmines se expandía por todo el cálido ambiente de primavera. En un rincón del patio, cercano adonde la joven estaba sentada, rompió la calma el suave ruido como si fuese de un diminuto ventilador. Era un pequeño colibrí que la visitaba.
    Tal vez cansado por la intensidad de su ajetreo, escogió ese lugar para descansar. Un cable y una rama le sirvieron de posada.
    Pero no le bastó posarse solamente sino que se le acercó para pedir mimos.
    Quizás estaba asustado, y la paz del lugar lo acogió en ese instante.
    Como si supiera que ella no le haría daño el colibrí permitió que lo tocara.
    Ella le acarició son suavidad el lomo y la pancita del pequeño y frágil pajarito. Su pecho brillaba como una joya mientras sus alas descansaban por un momento.  El colibrí en agradecimiento y con expresión tranquila y soñolienta, cerraba los ojitos al ser acariciado. Su pequeñez parecía ser un milagro de la naturaleza. El aire alrededor se llenó de una quietud especial.
    De pronto un leve estremecimiento recorrió sus alas pero no voló.
    En ese instante ella sintió una conexión profunda y especial como si el pequeño colibrí estuviera agradeciendo por ese momento de descanso.
    Un rayo de luz se filtró por entre las ramas del naranjo e iluminó su cuerpito, abrió los ojos, la miró con una expresión que contenía miles de historias.
    Luego, con un delicado batir de alas, se alejó, zumbando de nuevo por el jardín, como si nunca hubiera hecho una pausa.
    La joven mujer sintió una sensación de calma en el corazón. El patio y jardín volvían a su ritmo, pero el colibrí, aunque ya no estuviera, en su pequeño descanso había dejado una huella en el aire, un recordatorio de que, a veces, la belleza y la paz se encuentran en los momentos más simples y sencillos de la vida.

    Malania

    Imagen: Rosana M. B.

  • Poemas

    VIDA

    Una meta y un destino,
    es lo que construimos
    cada día y en silencio,
    recorremos el camino,
    deseando que aminore
    nuestras luchas, nuestras penas,
    y lleguemos al final
    de esa terrible jornada
    con sonrisa de alegría,
    para no transmitir a nadie
    nuestro cansancio del día.
    Los tiempos han cambiado.
    Este mundo está perdiendo
    los estribos de la vida.
    Hay caminos de locura
    sin control y sin medida.

    Malania

    Imagen: Gerardo S. V.