A SU ANTOJO
La noche silenciosa,
con su frialdad borrosa,
no le dejaba dormir
como él hubiera preferido.
Lento y cansado
dominado por su enojo,
disconforme hasta con el cerrojo
prefirió alejarse y llegar
a cualquier lugar a su antojo.
Escogió la playa
maravillosa y cálida
y se sentó a mirar el rio.
Observó cada ola
y al pájaro pescador
que en su albedrío
no se cansaba de volar
alrededor del mismo bocadillo.
Ante el deslumbrante paisaje
vagó con su mirada
por la extensión lejana,
las elevaciones verdes
no muy pronunciadas
y las nubes blancas del horizonte
erguidas como los mismos árboles
sin desmonte.
De ese modo logró
disipar su enojo
olvidar hasta el cerrojo
que momentos antes
tanto dolor de cabeza le había causado.Imagen: J. A. T.
SIMPLEMENTE
BAJO LA LLUVIA
Salió de su casay fue al almacén,compró un par de botasy de comer también.Comenzó a llover,se calzó las botasy abrió su paraguas.Ay! No!se lo llevó el vientopor el terraplén.Regresó empapadatemblando de frío,rabiosa y con sueñotomó un té de tilo,mientras tú bebíasun vaso de vino.Encendiste una hoguerapara darle calor,pero ella no quiso y dijo:“con tu cuerpo lo haces mejor”Imagen de la red.ECOS DEL SILENCIO
El río pasa cantando,
y llega tranquilo al mar.
Muchos así van por la vida,
hasta poder encontrar
al amor que tanto ansían
desde un verano caliente
hasta un frío invernal.
Viven en silencio un afán
hasta que un día no lo callan.
Sus silencios se hacen eco
resonando por los aires
llenan de amor corazones
con albura inigualable
esfumando los dolores
en dianas multicolores.Imagen: N. V. S.
LETRAS DE INVIERNO
Vientos gélidos y furiosos,golpeaban los cristales de las ventanascomo queriendo refugiarseen el ambiente cálido,para no empaparsecon gotas de agua y escarcha.Ella parecía no escuchar,inmersa entre las páginasde algún libro preferidoo en letras y palabras sueltasescritas al azarpor algún autor desconocido.Resurgían emociones,afloraban vivenciasvolando en una nube de sueños.Lo importante era continuar,no estancarse,no quería bajar los brazosaunque no tuviera planes futuros.En sus nocturnas pausaslo veía cercanorestregando sus manos frías.Recordaba sus letras, sus ademanes,sus gestos y su sonrisa.“No tengo frío” decíay ella lo estrechaba fuertemente.Hoy todo es diferente en su ausenciay ella sigue inmersaen las páginas de algún libro,entre sus letras y palabras sueltaso en alguna de sus poesías.Imagen: R. E. Ch.FLORES Y CANTOS
Crespones por doquier,sinesias y laurel,visten la avenida.Malvones y rosasperfuman el paso,antes del ocaso.Lirios y amapolas,glicinas colgantes,seducen amantes.Damas florecidas,en noche estrelladaocultan miradas.Violetas y orquídeas,blancas y amarillas,felices despiertan.El sol atestigua,el libre albedríoy los dulces trinos.Zorzales, gorriones,cantan en balconessencillas canciones.Juncos, madreselvas,al viento se elevany aroman veredas.Imagen: E. P. L.Sinesia: flor rosa china.Malvón: variedad de geranio.
DE UVA Y VINO
Para nada estériles,
imbuidas violáceas,
como pintadas con jugo
de uva y vino,
se reflejan en el éter
después de una lluvia
incesante y frenética.
Una corriente de aire amenaza
la aparente inmovilidad del sol
en noche nada estrellada
y una luna oculta y miedosa
deja ver las gotas de agua
cristalizadas en las flores
embriagadas por el vino
y rígidas por el frío.Imagen: R. E. Ch.
ESE SILENCIO
Una luz, mi casa me espera,en ella mis plantas, mis huellas,el perfume del césped recién cortado,el agua del río al borde de la costanera,la noche oscura para dormir tranquilay del gran silencio tu estela,ese silencio que me regalas a diario,que a veces acaricia y otras hierey se esconde tras la luna llena.Imagen: E. P. L.BRISA Y BRIZA
Errática la brisa,vela en la noche,mece a la brizay a muchas otras flores,
todas en silencio,
envueltas en fríos vapores,
de un Calafate helado,
en atardecer temprano.Imagen: N. V. S.NARANJA AMARGA
Ana se despertó sobresaltada. Su pequeña de cinco años volaba de fiebre.
A la una de la madrugada en el pueblo no se escuchaba más que el volar de los mosquitos hambrientos. Menos se podía esperar que haya una farmacia de turno, ya que el farmacéutico vivía en una casa al fondo del terreno, y el timbre, menos el portero eléctrico, no existían, por lo que sería una pérdida de tiempo pensar en conseguir un medicamento.
Recordó algunos remedios caseros que su abuela preparaba y sin pensar más se calzó las alpargatas, se vistió un abrigo y salió corriendo hacia la casa de una vecina que distaba unos 200 metros. Por suerte, Sofía era de esas vecinas solidarias que no se negaban a nada. Linterna en mano para alumbrar la huerta, arrancó unas plantas de perejil, las lavó con agua de pozo (no era aljibe, era agua de vertiente), envolvió en papel de diario viejo y entregó a Ana, quien sin siquiera agradecer (dicen que es de mala suerte agradecer por los remedios) dio media vuelta y volvió corriendo a su casa. En ella la esperaba Guido, con el fueguito encendido en la cocina a leña y el agua hirviente en una pava ennegrecida por el fuego y el pasar del tiempo, para preparar la infusión de raíces de perejil. No tardó mucho en estar listo el té, que fue paseado entre dos tazas como para que se enfríe un poco antes de dar de beber a la niña. Paulita era la menor, y si bien los padres no acostumbraban a las demostraciones de cariño, ambos la amaban con toda el alma. Paulita tomó de a sorbos el té caliente y al rato comenzó a transpirar hasta quedar empapada, por lo que su madre procedió a desvestirla de a poco como para evitar el cambio brusco de temperatura, lo que podría resultar fatal. Cambió su ropa y la cubrió con una frazada. La niña durmió sin nuevo sobresalto.
El día amaneció lluvioso y frío. Paulita mostraba un cuadro gripal sin fiebre intensa, pero la febrícula continuaba. Ana recordó que el médico en oportunidad anterior con un cuadro semejante con otro de sus hijos, le había dicho que la gripe se cura sobre todo con reposo y té caliente. Además había que evitar el cambio brusco de temperatura.
Ese día iba a preparar pan casero, el dinero escaseaba y había que ajustar gastos. Era un lujo comprar en la panadería. A media mañana, escuchó a Paulita que despertó con tos. Pensó en lo que podía darle de tomar. Recordó el té de naranja amarga a la que llamaban “apepú”, la planta que tenían en la quinta rebosaba de frutas, no servía para tomar el jugo, pero sí la pulpa blanca o segunda corteza, era utilizada para preparar dulce en almíbar. Arrancó tres, o cuatro o quizás más hojas del árbol, las lavó y colocó en un jarro de aluminio, agregó unas cuantas cucharadas de azúcar blanco, varios carbones hecho brazas en el horno, donde luego iba a cocer el pan, lo revolvió hasta salir humito aromático, agregó las hojas de naranjo, revolvió y sobre ellas agua hirviente. Dejó hervir unos minutos más, dos o tres, y retiró del fuego. Esperó a que enfríe un poquito, no mucho, tomó una bombilla y se lo llevó a la cama de Paulita, quien esperaba despierta a su mamá. Llegó la noche y hasta ese momento bastaron no más de tres tazas de esta infusión para que la niña recupere la respiración normal.
Pasaron algunos días, y todo el malestar y el susto habían quedado atrás, gracias a la buena vecina y a la receta del té de la abuela.Imagen de la red.LÍNEAS Y RAÍCES
Hoy, solo soy,capaz de escribiren líneas torcidas,esas que en retóricallaman ironía,siguiendo las curvasque ni el sol se anima,diseñando sueñosen tus rizos montesinos
hasta llegar a tu dulce río,
a través de las raíces
tumbadas sobre el suelo
entre hojas cubiertas de rocío.Imagen: M. J. T.