DIEZ MANERAS PARA LOGRAR AUTODISCIPLINA
“Si eres de los que dice no tener fuerza de voluntad, estos consejos te ayudarán a lograr el autocontrol.
Existen estudios que demuestran que las personas con autodisciplina son más felices. Pero, puede ser difícil de creer si tienes la opción de dormir en lugar de ir al gimnasio.
Las personas con un mayor grado de autocontrol pasan menos tiempo considerando si deben o no satisfacer las conductas que perjudican su salud, y son capaces de tomar decisiones positivas con mayor facilidad. No dejan que los impulsos o los sentimientos dispongan de sus elecciones. En su lugar, toman decisiones equilibradas, y, como resultado, tienden a sentirse más satisfechos con sus vidas.
Existen cosas que te servirán para aprender a ser disciplinado y que te ayudarán a ganar la fuerza de voluntad que necesitas para tener una vida más feliz. Si estás en busca de tomar el control de tus hábitos y decisiones, aquí te damos las diez cosas más eficientes que puede hacer para dominar el arte del autocontrol.“
1. Sé consciente de tus debilidades
“Todos tenemos debilidades que tienen efectos particulares en nosotros. Pueden ir desde pensar en la comida chatarra como papas fritas o galletas de chocolate, hasta la tecnología con el uso de Facebook o la última aplicación de juegos que causan adicción.
Reconoce tus defectos sin importar cuáles son. A menudo, muchas personas intentan pretender que no son vulnerables a algo o tratan de esconderlas. Ten claros tus defectos, de lo contrario no podrás vencerlos hasta que los visualices.“
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La carta no enviada
Lo encontré en un sobre, tenía destinatario, pero por discreción y reserva, ese dato no publicaré.
Me desperté con los últimos suspiros de la noche. Ni un minuto más quise quedar en la cama. Preparé la ducha como de costumbre, ordené mi habitación, dispuse lo necesario para el desayuno, elegí cuidadosamente la ropa que vestiría, sobre todo, interiormente quería lucir de fiesta. Todo indicaba que ese día sería especial y que lo pasaríamos muy bien. Proseguí mi ritmo habitual previendo que todo esté lo mejor posible para una visita galana.
Justo a la hora esperada sonó el timbre. No tenía en mi mente más que una figura esbelta, sonriente dispuesta al gran abrazo del reencuentro. Abrí la puerta sin vacilar. Mi rostro se transformó al ver lo que traía el visitante que no era el esperado. Una diminuta figura vestida con uniforme beige, me acababa de recordar que era el último viernes del mes y correspondía fumigar la vivienda.
-Hoy es imposible -dije con voz enérgica- y me disculpé. Lo esperaré el próximo mes. Sonrió como si no pasara nada. Saludé al servidor y cerré la puerta.
Respiré profundo aliviada por deshacerme del intruso. No permitiría que ningún otro aroma más que el de su perfume permaneciera en el ambiente.
Los minutos caminaban y mis ojos se desorbitaban de tanto en tanto ante ese tic tac que no se detenía. “Algo le habrá pasado”, murmuré en soledad. “¿Será por el trabajo? ¿Estará enfermo?” –y mi mente se cubría de remolinos en conflicto. “Si tiene mi número de teléfono ¿por qué no me llama?
Los minutos y las horas se sucedieron. La oscuridad hacía menos visible mi habitación, no quería luces. Sólo un velador de pie, con una pantalla floreada de cono truncado era mi guía. Me había transformado en una zombi hasta quedar del todo adormecida sobre la fría cama. Me desperté a la madrugada, busqué mi piyama, me cambié de ropa y volví a cerrar los ojos para quedarme profundamente dormida.
Al despertar seguía con la ilusión de verlo llegar. Mi casa parecía más vacía que nunca, al igual que mi estómago, pero no sentía hambre. Encendí mi computador en busca de noticias, aunque no conseguí más que deambular por páginas y páginas, sin interés más que aquella visita truncada por el destino, o vaya uno a saber por qué.
Cuando me enteré del motivo del desencuentro, fue tarde ese día para lograr una reacción positiva. Ya no tuve ganas más que las de permanecer en la nebulosa gris. De a poco volví a reconciliarme conmigo misma y escribí este relato a modo de desahogo. ¿O es que no sabes que la escritura es un escape y sirve de terapia a los sentimientos?
Por suerte, los nubarrones fueron desapareciendo paulatinamente y mi vida recobró la normalidad, haciendo posible que el amor vuelva a posarse sobre mi corazón, con el amor de ese hombre que aquel día no me hizo sentir feliz.EL VENADITO
En praderas soñolientas que descansan bajo el soleado atardecer, resistiéndose al eco de las voces inconclusas, el sol lentamente va despidiéndose del manto florecido. El venadito espera el abrazo de la luna y juntos caminan bajo las sombras selváticas. Los frutos rojos son su perdición, brotes de palmeras, pitangas y cerellas colgantes va devorando a su paso, tiñendo su boca de carmín. Hunde sus pezuñas en la suave corriente del arroyo y sorbo a sorbo su lengua refresca, mientras se mira en el espejo cristalino y da un brinco.-No temas, no estás solo –la luna lo vuelve a abrazar-. Yo te acompañaré por siempre.El venadito sonríe observando sus patas limpias, retrocede y se acuesta en el colchón de hierbas bajo el frondoso lapacho de flores tardías. Abrazado a la luna reposa y sueña. Sueña que ella regresa, lo acaricia y lo besa. El calor de un rayo de sol que se filtra por las diminutas rendijas de la espesa selva, despierta al indefenso animal y él lo saluda con su boca risueña.-Es hora de retozar- lo invita una vocecilla tímida. Él la reconoce, el sueño se cumplió y es ella, ¡es ella! gritó cuando la vio. Ambos retozaron por el campo, y cuando volvió la luna, los pilló muy juntos reposando sobre la hierba fresca cubierta de rocío. La luna sonrió y se tapó con una nube para no entorpecer el grandioso acto de amor.¿CUÁL ES SU NOMBRE?
Era ella, estoy segura. Aquella dama de tez bronceada, esbelta y larga cabellera de color azabache en que todos los días nos encontrábamos camino al colegio. Siempre vestía con sencillez y pulcritud. Vivía con su esposo y sus pequeños hijos. A él lo veía algunas horas por la noche, cuando regresaba de la fábrica de calzados, de lunes a viernes, o de su trabajo en la quinta los sábados. Los domingos lo pasaban en familia, con los tradicionales almuerzos parrilleros, sobre las brasas unos hierros con patas que él mismo había construido, y la carne con grasa chirriante despertaba hasta al tardío madrugador o al más vegetariano de la cuadra. El pan caliente amasado por la mujer acompañaba el almuerzo. Fueron ocho los niños que nacieron, crecieron y jugaron en esa casa de patio grande, frondosos árboles y bello jardín. El tiempo comenzó a marcar surcos en el rostro de ambos progenitores y un día ella recibió la peor noticia de su vida: para acortar distancia, el hombre tomó otro camino y fue interceptado por maleantes que le quitaron el sueldo que había cobrado ese día dejándolo tendido al costado del camino. La mujer hizo lo imposible para salvarlo, hasta gastar todos sus ahorros. Pero los golpes habían sido fatales y no logró sobrevivir. Ella continuó luchando para dar lo mejor a sus hijos, ya que algunos todavía concurrían al colegio. El calendario marcaba el paso y uno a uno fue tomando vida propia, algunos cerca, otros muy lejos, unos formaron su propia familia, otros se dedicaron exclusivamente a trabajar, unos la llamaban de vez en cuando, otros la visitaban y se interiorizaban de sus necesidades y la ayudaban. De a poco todo fue cambiando, las visitas se espaciaron cada vez más, los malestares de salud no tardaron en estar presente a diario, su lucidez iba perdiendo brillo. Y así fue que un día domingo, el tan esperado para compartir con alguno de ellos, no salió el sol para ella. Ninguno de sus hijos fue a visitarla, y así fueron sucediéndose los días, y ella, corroída por el abandono, ya no tenía proyectos. Era ella, pero esta vez vestía una pollera desteñida, una blusa amarillenta, y un delantal de cocina, y a decir del vecindario, no se quitaba ni para ir a dormir. La observé caminando lentamente hacia el pequeño corral, donde cacareaban hambrientas cinco gallinas y un gallo. Ayudada por su bastón de madera rústica, conservado como recuerdo de su padre, alcanzó el bebedero y cambió el agua. Tiró un puñado de maíz hacia los cuatro vértices como marcando una cruz en señal de bendición hacia esos seres no pensantes que eran los que le servían de compañía además del perro, y vaya uno a saber, con su pensamiento a quién más bendecía. Permaneció unos minutos observándolas una a una, recogió un huevo del nido, un cajón de madera con colchón de paja, y como midiendo los pasos se alejó para internarse nuevamente en su casa. Las paredes mustias y humedecidas eran testigo de sus pensamientos y sus quehaceres. De vez en cuando arrastraba su silla, la apoyaba sobre la pared del porche, y sentada sobre un almohadón desteñido por los años, contaba los automóviles que cruzaban por la avenida. Su perro dormía a su lado con las orejas erguidas en señal de atención constante, por su dueña que nunca le hizo faltar agua ni comida. Las paredes exteriores daban fe que se habían olvidado del olor a pintura, la tierra reseca de lo que un día fue jardín, desconocía el colorido de las flores, nada era como cuando estaban juntos en familia. El día que Gitana ya no pudo más con la soledad, en ocasiones ni su nombre recordaba, mirando a su amigo y guardián dijo: me siento bien, pero hoy él me llamó ¿sabes?, me invitó a su morada eterna, me dijo que allá es muy lindo y tranquilo, que hay muchas flores perfumadas, que no se siente hambre ni frío, y me iré con él ¿sabes? No me extrañes, cuida la casa hasta que te vengan a buscar. Cuando Gitana desapareció de este mundo, todos los hijos concurrieron al lugar, decidieron hacer restaurar la casa, la llenaron de flores, la hicieron tasar y la vendieron a un precio sobrevaluado como para que cada uno tuviese una buena paga por la herencia. El perro se alojó en casa de un viejo vecino. Todos los días, la gata Lila lo iba a buscar para dar un paseo por el muelle del puerto. ¿Habrá olvidado Milo a su antigua dueña?Nunca se supo su verdadero nombre, simplemente la llamaban Gitana.NATURALEZA MUERTA NATURALEZA VIVA
HOJAS DE OTOÑO
Hoja roja color tierra,
junto a tus verdes hermanas,
a pesar de ser distinta
no te avergüenzas de nada.
No quieres dejar tu árbol,
ni alejarte de sus ramas,
y te adosas y te meces
con música en pentagrama.
Te saludan las palomas
con rayos de sol en andas,
te humedecen gotas de lluvia,
te respetan los fantasmas.
A pesar de ya estar seca,
con la constancia que armas
adornas con tu belleza,
toda esta tierra que amas.
En el Sur está la América,
en el Sur está Argentina,
y Misiones al Nordeste
¡de esta añorada república!