• Prosa Poética

    CUANDO SALGA EL SOL

    Dueto

    Del Escritor y Poeta uruguayo: Miguel Márquez

    Cuando salga el sol, viviré con ganas disfrutando un nuevo día, llevaré conmigo toda la esperanza de un mundo mejor.

    Cuando salga el sol, dejaré volar mi imaginación, donde no tema a todo aquello que ha de venir, quedará lo bueno dejando pasar lo malo.

    Cuando salga el sol, he de despertar con una gran sonrisa dibujada en mi rostro, para ser feliz lo que me quede de vida.

    De Malania Nashki:

    No esperaré a que salga el sol, si está nublado lo dibujaré y viviré disfrutando el nuevo día con la esperanza de que hoy todo será mejor.

    No esperaré a que salga el sol para dejar volar mi imaginación, sin temer lo que pueda venir. Dejaré conmigo lo bueno y alejaré de mí todo lo malo.

    No esperaré a que salga el sol para despertar con una gran sonrisa. Me levantaré de madrugada para salir a caminar y encontrar el alba, festejando con la felicidad de contar con un día más de vida.

    Imagen propia

  • Prosa Poética

    QUIERO SABER

    Quiero saber
    ¿Quién se lleva el canto del ave?
    Apaga su voz que viene a despertarme todas las mañanas.

    Quiero saber
    ¿Dónde están los que pintan sonrisas?
    Busco ver sus pinturas y no las encuentro.

    Quiero saber
    ¿Adónde viaja el tiempo?
    Sigo a la vida que suele llevarme donde viven las ganas de no rendirse jamás.

    Sé que ahí quedaré sin mirar atrás, trataré de regar la alegría muy dentro de mí, floreciendo felicidad.

    Autor: Miguel Márquez

    Imagen: Yoyi Gauto.

  • Poemas

    COMO BAILAN LAS RAMAS

    Poema de Miguel Márquez (Poeta Uruguayo)

    Quiero bailar al compás del viento,
    sentir el silencio hecho canción. 

    Quiero vibrar con las ganas guardadas
    desparramando felicidad por dónde vaya.

    Quiero bailar como bailan las ramas
    cuando las mece la suave brisa.

    Saber que la alegría no para,
    nadie la frena
    llevándonos hacia la magia
    que en ella existe
    regalando sonrisas.

    Imagen: Malania N.

  • General

    FRASES PARA TENERLAS EN CUENTA

    • NUNCA RENUNCIES
      SOLO PORQUE LAS COSAS
      SE PUSIERON DIFÍCILES.
      RECUERDA:
      LO QUE VALE LA PENA,
      NUNCA ES NI SERÁ FÁCIL.
    • SI AYUDAS A ALGUIENNO TIENES QUE CONTARLE
      A MEDIO MUNDO QUE LO HICISTE.
      DE SER ASÍ, MEJOR NO AYUDES A NADIE.
    • NI ANTES NI DESPUÉS.
      TODO A SU DEBIDO TIEMPO.
    • UNO DE LOS GRANDES PILARES DE LA HUMANIDAD
      ES LA ESPERANZA.
      SIN ELLA, MUCHOS DE NUESTROS SUEÑOS
      SERÍAN INALCANZABLES.
    • NO ES LA FELICIDAD LO QUE NOS HACE AGRADECIDOS.
      SER AGRADECIDOS ES LO QUE NOS HACE FELICES.
    • NO ESCALES LA MONTAÑA PARA QUE TODO EL MUNDO PUEDA VERTE.
      SUBE A LA MONTAÑA PARA QUE TÚ PUEDAS VER EL MUNDO.

    De la red.

    Imagen: P. H.

  • General

    AVISPAS COLORADAS

    ¿Qué hacen las avispas rojas?

    La avispa roja se alimenta en estado adulto de néctar, con lo que es un potencia agente polinizador. Además, sus larvas son carnívoras y devoran decenas de orugas hasta convertirse en avispas adultas. Por lo tanto, también hacen la función de control de plagas.

    ¿Son peligrosas?
    Sí, para las personas que son alérgicas porque al picar sueltan veneno.

    ¿Qué comen las avispas rojas?

    Las avispas se alimentan de sustancias vegetales azucaradas (néctar, jugos de frutas, savia, etc.), pero alimentan a sus larvas de una dieta carnívora (dípteros, lepidópteros adultos, larvas, arañas y restos de sobrantes de la actividad humana).

    ¿Qué significa que una avispa entra a tu casa?

    Mientras que no las ataques y las asustes y estén tranquilas, su presencia traerá felicidad y finalmente se irá cuando el insecto lo decida. Sin embargo, esto tiene una representación o interpretación en lo que se refiere al mundo espiritual.

    Fuente de consulta: de la red.

    Imagen propia y de la red.

  • Relatos

    DESPUÉS DE LA SEQUÍA

    Por R. E. Ch.

    Volvió la lluvia a la ciudad, y también al campo, en Argentina, luego de tres años de sequía.
    Una amiga, en su blog, recordó su alegría de niña, cuando empezaba a caer la lluvia, que podía mirar hacia el cielo para sentir como esas primeras gotas frescas de la lluvia le acariciaban su cara, como nadie en el mundo. Y todo hasta que sus padres, le llamaban hacia dentro de su casa. Ella recordó mucho más…
    Sus recuerdos me hicieron recordar también mi infancia en mi querido Tucumán, y “¡LA LLUVIA!!!”. Aguaceros que, más que lluvia, respondían a lo que muchos decían: “Parece que se partió el cielo…” Y era algo así nomás. El agua caía a borbotones del cielo, en esas lluvias de verano, a media tarde, en la ciudad de mis amores. Ni entendía si era bueno para el campo, o para la ciudad. Quizás, siendo sólo un niño, esas cosas no pasaban por mi cabeza. Todo se trataba de disfrutar la maravilla de la lluvia, sin miedo, sin límites, sin frío, y sin fin.
    Tenía muchas aristas este festejo, y yo muy pocos años para pensar en otras cosas que no fuese la delicia de la invasión del agua, desde el cielo, sobre todo y sobre todos. Lo primero era poder mojarse con libertad, incluyendo las advertencias de mis mayores en la vereda de la casona y almacén de mis abuelos, en plena ciudad. Todos me cuidaban con un “¡No te mojes!…” pero, a la vez, yo leía en sus ojos la felicidad de verme disfrutar de la copiosa lluvia, en total libertad, sobre la vereda (quizás ellos de niños también lo habían hecho) y -alguna vez- me pareció ver una envidia buena al verme hacer algo que ellos querían, pero no podían por el “qué dirán”, como esos recuerdos de sus tiempos de niños, donde fueron completamente libres -en esa hermosa ignorancia que representa la niñez- de hacer cosas que hoy los mayores no pueden hacer.
    Pero si había algo más hermoso que la misma lluvia, era su final. Escampaba con rapidez, el cielo se ponía con una luminosidad rosada intensa, y la luz del sol era diferente: más pura, más nítida. Todas las cosas se veían con más claridad. Y no era porque el agua de lluvia había lavado los árboles, las veredas, los muros, la calle, y los autos. No, no, era otra cosa… era el aire que se había limpiado de cualquier impureza, y el arco iris entraba hasta los huesos.
    ¡Ni hablar de la mayor diversión después de la lluvia!
    La calle -aún con la buena pendiente natural de las calles de mi ciudad de Tucumán- estaba llena de agua, hasta la altura superior del cordón de la vereda. Si bien no me dejaban meter mis pies en el agua (y yo obedecía), la recompensa a mi obediencia era algo mucho mayor. Mis tíos (los del almacén, que siempre estaba abierto a esa hora), me hacían barquitos de papel, que yo dejaba caer al agua como una media cuadra arriba de “mi” vereda, para acompañarlos en el trayecto hasta llegar a la esquina (donde el agua desembocaba en aquella calle que cruzaba, llevándose toda el agua, y mi barco).

    Pero yo tenía más barcos. Era el sobrino mayor, el primer nieto, el adorado por todos. Al volver a la puerta del almacén, ya había no uno, sino tres barcos al menos, esperándome para navegar en la cuneta de la calle. A veces mis tíos los decoraban con una pajita de alfalfa, otras pegándole alguna cinta de algún color estridente, y llegué a tener hasta varios barcos con mi nombre inscripto en el mismo (como si fuese “un barco de verdad”).
    Cuando entendí que no hay barcos sin tripulación, la cosa se complicó un poco. Pero Tucumán, en su encantadora, abundante y espectacular fauna y flora, me daba también “tripulación” para “mi ARMADA”. El primero fue un grillo que, molesto porque la lluvia le había inundado su nido, salió enojado hacia la vereda, y aceptó ser el primer tripulante. Como sus gestos indicaban que no compartiría el privilegio de mi barco con nadie, lo dejé ir solo. Y allá partió. Lo seguí por tres cuartos de cuadra sobre mi calle, hasta la famosa esquina (Gral. Paz y Miguel Lillo), donde la última calle juntaba todas las aguas, y mis barcos “gambeteaban” las vías del tranvía al girar 90° para seguir su navegación al infinito. Yo despedí al capitán (el querido grillo) deseándole ¡Buena Suerte! en el mundo infinito al que el agua lo llevaría, y me volvía al almacén de mis abuelos, por otro barco, para crear una nueva epopeya con un barco nuevo, otra aventura diferente, con insectos diferentes capitaneando la nave.
    A veces fueron hormigas, otras, algún escarabajo distraído que la lluvia había bajado de algún árbol, y también recuerdo a aquellas langostas verdes de patas largas, a las que debía mojar en el agua de la calle para que aceptaran el comando de mi barco. Al estar ya encima y navegando, muchas de estas langostas no se animaban a saltar, aunque hubo una que saltó, alejándose a nado puro hacia el centro de la calle. Yo la dejé ir porque, a nadie hay que obligar a hacer lo que no quiere…

    Y así como mi querido amigo R.E.Ch. ha relatado las vivencias de su infancia, más de uno debe de tener anécdotas sobre episodios parecidos, durante o después de una refrescante lluvia.

    Malania.

    Imágenes de la red: Gentileza de R. E. Ch.

  • General,  Poemas

    LA DULZURA DEL SECRETO

     
    Una vorágine sísmica
    provocó el concierto
    de tu corazón y el mío
    cautelosos del mundo externo
    conservando la dulzura del secreto
    alejados de la envidia carnal
    de transeúntes veraniegos porteños
    supimos alejar
    la cianosis amenazadora
    que en cautivante ansiedad
    palabras tras palabras
    imagen tras imagen
    pretendía injertar
    su dosis moralista y embustera
    para destruir nuestra felicidad.  
    Nada de eso ha logrado
    y aquí estoy, y allí estás
    esperándonos una vez más
    y muchas veces más.
     
    Malania
     
    Imagen propia
                                   
  • General

    EL COYUYO Y LA CIGARRA

    Otra historia sobre el coyuyo y la cigarra:

    En el inicio de la vida en el universo, la primera creación femenina: Mammitu/Nammu, nuestra madre universal (conocida como ISIS en Egipto, o NINKHARSHAG en Sumeria, o simplemente como “Meri” por otros pueblos), había obtenido el permiso de la Fuente de Vida Universal, para crear el Jardín de sus sueños. Le entregaron un lejano planeta vacío en la periferia de la galaxia, casi nuevo, desconocido aún. Le fue entregado el planeta Tierra.
    Allí ella creó las montañas, los ríos, los mares, la nieve y las nubes. Al verlo vacío y de colores tan simples, desarrolló la flora, llenando la superficie del mundo de infinitos colores. Quería más, y creó los peces y animales acuáticos en mares y ríos, insectos y todo tipo de animales sobre la tierra, esperando coronar la creación con algo especial, que había aparecido en sus sueños: Un animal que sería su legado, y llevaría un regalo de los dioses: un ALMA propia.
    Al crear aquel ser elegido, y en su felicidad de lo hecho, le dio atributos especiales, como reinar y alimentarse de lo que desease de toda su creación anterior, descubriendo, y aprovechando todo aquel mundo. Era el ser humano recién creado, era su legado al universo.
    Al darse cuenta de que esa creación de sus sueños no sabía alimentarse, pensó en ayudarle a elegir, y a encontrar los tiempos y los momentos en que los frutos estuviesen maduros y fuesen comestibles.
    Para ordenar su Jardín, desarrolló nueva vida. Abejas que provean la dulce miel, frutas perfumadas que atraigan por sus deliciosos olores, granos que lo alimenten, y cascadas en los ríos para atrapar peces con facilidad. Todo para comer. Pero sentía que algo faltaba. Algo que diese la alerta de la inminente madurez de los frutos.
    Dándose cuenta, creó un ser que indicase a los hombres los tiempos de cosecha, para alimentarse de las bondades de la naturaleza, y vivir mejor. Y así, creó a los COYUYOS y CIGARRAS. Los creó con un cantar único, que todos entenderían, y en todos los colores, para demostrar la diversidad de la creación. Por eso encontrarán coyuyos verdes, grises, marrones, amarillos, hasta rojos. Pero todos cantarán la misma melodía.
    Desde ese momento, cada vez que un coyuyo canta, el hombre cree que el canto del coyuyo hará madurar las vainas del algarrobo, las sandías del campo, los mistoles y chañares del monte, las tunas de entre las pencas, y todo lo que lo rodea para alimentarse. Reconoce la señal de la madre universal, que le permite sobrevivir y reproducirse.
    También reconoce que aquel animal sagrado que fue generado para ayudarle, canta por amor a la vida. Con el tiempo, el hombre aprendió cómo funciona la vida y el universo y -en su alegría- le dedicó al silbador de la vida y madurador de los campos, su amor y devoción en sus propias canciones.
    Por eso también el hombre le canta al coyuyo, y está bien que así sea.

    Texto de R. E. Ch.
    Imagen de la red.

  • Sueños

    FRUTAS Y VERDURAS

    ZUMOS

    Como un líquido, el zumo o jugo hace referencia a las dinámicas emocionales de una persona; también posee cualidades nutricionales y regenerativas, por tanto los zumos o jugos saludables representan emociones que nos traen energía, nutrientes, vitaminas y nos ayudan a regenerarnos. Este gusto, generalmente es naturalmente dulce, lo confiere un efecto similar de verificación. Usualmente el zumo o jugo es hecho de fruta o vegetales, los cuales están directamente asociados con el símbolo de alimentos, su color también revela datos que nos ayudan a entender mejor este profundo significado simbólico.


    Soñar que tomamos zumo, es símbolo de salud emocional y bienestar. Depende del estado del jugo que aparece en el sueño para poder entender el significado del mismo.

    Soñar bebiendo jugo dulce anuncia éxitos, no obstante es importante trabajar duro y constante para que eso que tanto anhelamos se cumpla satisfactoriamente. Por otra parte un jugo ácido en nuestros sueños indica lo contrario.

    En los sueños, beber zumo o jugo de frutas representa vida y vitalidad.

    Soñar que se está preparando zumo o jugo, significa que necesita un aporte de energía superior y su cuerpo lo pide en sueños.

    Soñar comprando o vendiendo frutas y verduras es símbolo de negocios productivos.

    Soñar con zanahorias significa felicidad en todos los aspectos de tu vida, como salud, etc.

    Malania

    Información tomada de la red.

    Imagen: R. E. Ch.

  • Relatos

    MASITAS SUELTAS CON YAPA

    Como lo he afirmado antes, la vida puede ser el paraíso o el infierno, todo depende de la pintura con la que la coloreemos. También depende de los condimentos que podamos ponerle para saborear vinagre, pimienta y sal o azúcar y dulces frutos; a veces cosechamos los frutos que antes sembramos.
    Algunos podrán estar de acuerdo con esto y otros no.

    Cuando era niña, más allá de las necesidades que se pasaba (no solo yo, otros niños también), me sentía feliz con muchas cosas que ocurrían durante el día y lloraba cuando la maestra tomaba lección de sorpresa y no había estudiado lo suficiente. Si bien leía muy bien desde pequeña, me costaba interpretar los textos sobre todo los de Historia, que admito, nunca tuve especial aprecio por esa materia (Asignatura que hoy forma parte de la llamada Ciencias Sociales). No usaba mochila, cosa que no existía, sino portafolios o cartera de cuero. El cuero era bastante económico y duraba mucho, tanto que cursé los siete años de la escuela primaria con la misma cartera. Si al finalizar las clases, sobraba un pedazo de lápiz o un trozo de goma, mi hermana mayor se encargaba de guardarlo muy bien para el próximo año. Y de los lápices de colores, ¡ni hablar! se hacía lo mismo.
    Recuerdo mi camperita de lana tejida color rojo. De tanto apoyar mis brazos sobre el pupitre, se me rompió en los codos, y mi hermana, que había estudiado en la Escuela Profesional de Mujeres y era modista, se encargó de colocar prolijamente en ambas mangas dos remiendos que más que eso parecían adornos. Al año siguiente la pude volver a usar en el invierno hasta que me quedó chica y la tuve que dejar. Si mal no recuerdo mi madre se la regaló a la nieta de una conocida. Y digo así porque ella no tenía amigas. Todo el día se pasaba trabajando y terminaba cansada como para hacer sociales, eso nos decía. Además siempre opinó que juntarse a tomar mate o ir de visitas a casa de las vecinas era indicio de chismerío. Salvo alguno que otro domingo salíamos toda la familia, mi padre, mi madre, mi hermana y yo a casa de mis tíos, hermanos de mi madre. La única hermana que tuvo había fallecido cuando daba a luz a hijas mellizas. Los hermanos de mi madre vivían en el campo y esos lugares nos encantaban porque el lugar era propicio para jugar por el inmenso patio de tierra que tenía y muchos árboles que nos daban su sombra. De mis hermanos varones no recuerdo, seguramente se quedaban cuidando la casa.
    Mis tías eran muy buenas para la cocina así que siempre nos esperaban con “jruschiqui” (llamados así en ucraniano a unas tortas fritas dulces cubiertas de azúcar). Al atardecer volvíamos a casa para ir a dormir cuando apenas entraba la noche, porque al otro día todos nos levantábamos temprano, aún en vacaciones. Además había que ahorrar el combustible de las lámparas. En esa época, o al menos en casa, no contábamos con electricidad. Tampoco con agua potable de red.
    Y para volver al tema de mi felicidad, lo era cuando recibía buenas notas en la escuela y las maestras me felicitaban. No recuerdo malos tratos, creo que eso no existía, tampoco se sabía nada de bullying. Si alguno se burlaba de otro, era sancionado con quedar frente a todos “de plantón” o suspendido, y sin poder asistir a clases por varios días. Los maestros eran respetados.
    Y lo que más me ponía contenta era cuando mi madre salía de compras al “almacén de ramos generales” hoy día llamado supermercado, una vez al mes. Siempre me traía masitas dulces surtidas con huevitos de colores, esas que tenían forma de animalitos. Creo que todavía se consiguen pero en bolsitas, antes se compraban sueltas y las envolvían en papel de estraza (papel madera o kraft). Compraba un poco de acuerdo al dinero que le alcanzaba. Pero el dueño del almacén, don Basilio, siempre le daba con “yapa” porque sabía que nuestra situación económica no era de la mejor. Mi madre siempre decía que prefería y rogaba que la atendiera el buen hombre y no su mujer, doña Teresa, porque ella era muy mezquina y en vez de dar demás, siempre daba de menos.

    Cuando hablo de esto con mis hijos, suelen decirme que hoy día la situación es diferente, los tiempos han cambiado. Y es verdad, pero el ser felices o sentirnos bien con pequeñas cosas no cuesta nada. Cuidar lo que tenemos para no generar gastos innecesarios, tampoco es imposible.
    La cuestión es dar valor a lo que uno tiene y no quejarse siempre. A la larga hace mal al que se queja y quizás también a los que lo escuchan.
    Y como lo hacía Don Basilio, con “la yapa”, hacía sonreír y sonrojar a mi madre y a mí me hacía feliz con más galletitas dulces. Una sonrisa puede ser la mejor manera de ser y hacer feliz al otro.

    Malania

    Imagen propia.