Relatos

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    COMO COYUYO ENAMORADO

    ¿Por qué cantamos los tucumanos? POR AMOR, por supuesto…
    Es una historia que viene de lejos, de la infinita profundidad de tiempo. Y porque alguien nos enseñó que hay que tener esperanza: es el COYUYO. Aquí una historia, bien tucumana:
    Arrancó la primavera, y ya tenemos coyuyos enamorando coyuyas con su canto, en los árboles del parque más elegante de la ciudad capital del Tucumán.

    Quisiera contarle al mundo esta primicia exclusiva: Hoy, 3 de noviembre de 2016, alrededor de las 19 horas y en las inmediaciones del Parque 9 de Julio de la ciudad de Tucumán, más precisamente en la copa de sus frondosos y bellos árboles, el primer coyuyo de la temporada ha vuelto a cantar tras un largo silencio invernal.
    Su chirrido estridente despabiló a los transeúntes ocasionales que se miraron unos a otros diciendo: «ya se viene el verano, ya se viene el verano».
    Un porteño desprevenido que pasaba por el lugar, desconocedor de este insecto de cuerpo ovalado, verde oscuro, cabeza gruesa y ojos prominentes, típico del noroeste argentino, levantó las cejas mirando para todos lados, buscando algún aparato artificial de grandes dimensiones que se ven en las grandes capitales, preguntándose si acaso ese ruido ensordecedor no provenía de uno de esos cosos.
    El coyuyo, que en quechua significa «silbador», hace música con unas membranas llamadas timbales y sacos con aire que funcionan como cajas de resonancia, en la base del abdomen. El que canta es el coyuyo macho, ya que las hembras de esta especie carecen de este órgano productor de sonido. El coyuyo macho es un ser exquisitamente romántico, ya que canta por amor; canta para enamorar a la coyuya con la que luego tendrá sus hijitos.
    En Santiago del Estero, por ejemplo, este animalito gusta cantar en las horas de calor de la siesta, en los algarrobales. Hay quien le atribuye virtudes mágicas diciendo que al cantar ayuda a florecer al algarrobo. Lo cierto es que en Tucumán, con la llegada de los primeros calores, el coyuyo afina su voz al atardecer y canta por amor. Su música dura lo que el verano y sólo se interrumpe por mal tiempo. Con la llegada de los primeros días frescos del otoño, su voz se apagará para siempre. Entonces los transeúntes dirán: «Ya se ha ido el verano, se va con el coyuyo y el carnaval».
    Mientras tanto, la noticia más importante es esta: ya hay coyuyos enamorando coyuyas con su canto, en los árboles del parque más elegante de la ciudad. Quien quiera oír que oiga. Es al atardecer. Y es gratuito.

    Texto gentileza de R. E. Ch.

    Imagen de la red.

    Otro tipo de coyuyo, el de EEUU
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    MISTERIO GATUNO

    Muchas veces cuando son pequeños los llevan de regalo. Las personas, casi siempre niños, los reciben con entusiasmo, pero no se dan cuenta que necesitan no solo agua y comida sino también cuidados especiales como ser desparasitados y vacunados. Una visita para tener atención veterinaria es importante. Muchos no lo hacen,  no los cuidan o los dejan abandonados. Los gatos y cualquier otra mascota, no son juguetes, son seres vivientes. También necesitan mimos y mucho cariño.
    Majute tiene dos gatas (castradas para evitar reproducción sin límites). Hace unos meses apareció en el patio de su casa una gata gris, con la panza enorme. Se dio cuenta que estaba a punto de tener hijos entonces le preparó una caja con trapos sobre una mesada bajo techo, pero ella se las ingenió y por un pequeño hueco se subió al cielo raso. Allí tuvo dos gatitos. A los pocos días, se los pudo bajar y acomodar en la caja. Pero ellos buscaron otro lugar bajo una chapas que están recostadas sobre el miro esperando a ser colocadas en la parte trasera de la casa. Cuando ya podían comer solos, apareció un gato negro y estuvo con la madre hasta la noche. Al día siguiente, luego de una torrencial lluvia,  no estaban más ni los gatitos ni la madre, tampoco el gato negro. Hasta ahora no se sabe si alguien entró por los muros y se los llevó o ellos salieron por un hueco pequeño que hay cerca del portón de entrada al garaje. Misterio de gatos.

    Malania

    Imagen M. J. T.

    Gata negra Michona: gentileza de V. D. S.

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    NUNCA SOLA

    Las gotas de lluvia resbalan por las calles, las hojas de los árboles y también por los cristales. A Má Eulalia le resbala la soledad, llegó pero no está.

    Él, ella, ellos y ellas, le dicen que está sola pero ella siente que no es así.
    Sus plantas, que son muchas, la rodean y hacen acogedor el ambiente. Les habla y cuando no florecen les reprende. A veces comenta y se ríe por estas ocurrencias que tiene. Aunque mucha gente opina que a las plantas hay que hablarles porque crecen más lindas.  
    Sus mascotas, tres guardianas la cuidan y también demandan tiempo para ser atendidas.
    Los pajaritos (que no están en jaulas) la despiertan temprano. Jamás pondría a ningún pájaro en jaula, porque dice que ellos nacieron para ser libres y volar. No les hace faltar semillas y migas de pan tostado y galletitas. Cambia cada día el agua bajo el canelo que está en la vereda, y no solo toman los pajaritos sino también los sedientos perros de la calle.

    Todos los días o casi todos, la visita una de las perras de la vecina, llamada Lupita, pero ella le dice Luna porque es enorme. Hasta que no le sirva un poco de comida no se retira. Duerme en su vereda y cuida la casa. Tiene locura por correr a las motos de desconocidos.
    Por si esto fuera poco, las lagartijas recorren muros y paredes a lo alto, y en su travesía comen cuanto insecto encuentran.
    Y por último, un sapito se instaló en el baño por unos días. A Má Eulalia le asustan los sapos, pero este era simpático, color celeste grisáceo. Comía cuanto mosquito veía. Pero un día no apareció más. Quizás salió por el ventiluz o por algún otro lado, pasando desapercibido por la dueña de casa y por la perra más chica que duerme adentro. Lo llamó, lo buscó, pero no dio señal de su existencia hasta el día de hoy.
    Tampoco olvida a su familia y la cantidad de amigas y amigos con los que se comunica a diario. Es como si los tuviera a mi lado, afirma.
    ¿Puede sentirse sola una persona que está tan bien acompañada? Opino que no.

    Malania

    Imagen propia

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    MASITAS SUELTAS CON YAPA

    Como lo he afirmado antes, la vida puede ser el paraíso o el infierno, todo depende de la pintura con la que la coloreemos. También depende de los condimentos que podamos ponerle para saborear vinagre, pimienta y sal o azúcar y dulces frutos; a veces cosechamos los frutos que antes sembramos.
    Algunos podrán estar de acuerdo con esto y otros no.

    Cuando era niña, más allá de las necesidades que se pasaba (no solo yo, otros niños también), me sentía feliz con muchas cosas que ocurrían durante el día y lloraba cuando la maestra tomaba lección de sorpresa y no había estudiado lo suficiente. Si bien leía muy bien desde pequeña, me costaba interpretar los textos sobre todo los de Historia, que admito, nunca tuve especial aprecio por esa materia (Asignatura que hoy forma parte de la llamada Ciencias Sociales). No usaba mochila, cosa que no existía, sino portafolios o cartera de cuero. El cuero era bastante económico y duraba mucho, tanto que cursé los siete años de la escuela primaria con la misma cartera. Si al finalizar las clases, sobraba un pedazo de lápiz o un trozo de goma, mi hermana mayor se encargaba de guardarlo muy bien para el próximo año. Y de los lápices de colores, ¡ni hablar! se hacía lo mismo.
    Recuerdo mi camperita de lana tejida color rojo. De tanto apoyar mis brazos sobre el pupitre, se me rompió en los codos, y mi hermana, que había estudiado en la Escuela Profesional de Mujeres y era modista, se encargó de colocar prolijamente en ambas mangas dos remiendos que más que eso parecían adornos. Al año siguiente la pude volver a usar en el invierno hasta que me quedó chica y la tuve que dejar. Si mal no recuerdo mi madre se la regaló a la nieta de una conocida. Y digo así porque ella no tenía amigas. Todo el día se pasaba trabajando y terminaba cansada como para hacer sociales, eso nos decía. Además siempre opinó que juntarse a tomar mate o ir de visitas a casa de las vecinas era indicio de chismerío. Salvo alguno que otro domingo salíamos toda la familia, mi padre, mi madre, mi hermana y yo a casa de mis tíos, hermanos de mi madre. La única hermana que tuvo había fallecido cuando daba a luz a hijas mellizas. Los hermanos de mi madre vivían en el campo y esos lugares nos encantaban porque el lugar era propicio para jugar por el inmenso patio de tierra que tenía y muchos árboles que nos daban su sombra. De mis hermanos varones no recuerdo, seguramente se quedaban cuidando la casa.
    Mis tías eran muy buenas para la cocina así que siempre nos esperaban con “jruschiqui” (llamados así en ucraniano a unas tortas fritas dulces cubiertas de azúcar). Al atardecer volvíamos a casa para ir a dormir cuando apenas entraba la noche, porque al otro día todos nos levantábamos temprano, aún en vacaciones. Además había que ahorrar el combustible de las lámparas. En esa época, o al menos en casa, no contábamos con electricidad. Tampoco con agua potable de red.
    Y para volver al tema de mi felicidad, lo era cuando recibía buenas notas en la escuela y las maestras me felicitaban. No recuerdo malos tratos, creo que eso no existía, tampoco se sabía nada de bullying. Si alguno se burlaba de otro, era sancionado con quedar frente a todos “de plantón” o suspendido, y sin poder asistir a clases por varios días. Los maestros eran respetados.
    Y lo que más me ponía contenta era cuando mi madre salía de compras al “almacén de ramos generales” hoy día llamado supermercado, una vez al mes. Siempre me traía masitas dulces surtidas con huevitos de colores, esas que tenían forma de animalitos. Creo que todavía se consiguen pero en bolsitas, antes se compraban sueltas y las envolvían en papel de estraza (papel madera o kraft). Compraba un poco de acuerdo al dinero que le alcanzaba. Pero el dueño del almacén, don Basilio, siempre le daba con “yapa” porque sabía que nuestra situación económica no era de la mejor. Mi madre siempre decía que prefería y rogaba que la atendiera el buen hombre y no su mujer, doña Teresa, porque ella era muy mezquina y en vez de dar demás, siempre daba de menos.

    Cuando hablo de esto con mis hijos, suelen decirme que hoy día la situación es diferente, los tiempos han cambiado. Y es verdad, pero el ser felices o sentirnos bien con pequeñas cosas no cuesta nada. Cuidar lo que tenemos para no generar gastos innecesarios, tampoco es imposible.
    La cuestión es dar valor a lo que uno tiene y no quejarse siempre. A la larga hace mal al que se queja y quizás también a los que lo escuchan.
    Y como lo hacía Don Basilio, con “la yapa”, hacía sonreír y sonrojar a mi madre y a mí me hacía feliz con más galletitas dulces. Una sonrisa puede ser la mejor manera de ser y hacer feliz al otro.

    Malania

    Imagen propia.

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    DE TESTIGO, UN VENTEVEO

    Y él escribió:

    Un poco más tranquilo con mis cosas, porque terminé el trabajo del día, me decidí a cumplir algunas promesas pendientes. Una de ellas era escribirte. Y aquí estoy mientras tomo unos mates y observo al pajarito posado sobre la casita que un artesano construyó, con madera nativa del lugar donde habita. El benteveo canta y yo lo fotografío con temor a ser descubierto para que no vuele.
    Son tantas las cosas que tengo para contarte que no sé por dónde comenzar. Y creo que lo mejor sería que nos reunamos uno de estos días, tomemos un café y charlemos de todo, así no se hace sólo un monólogo que me parece de tontos. Jajaja. El lugar puedes elegirlo y bueno…, el día y la hora tendríamos que combinar porque si bien no tienes compromisos horarios, yo en algunos días sí, los tengo todavía. Es que, como bien sabes, el sueldo de jubilados no es de lo mejor y hay que ingeniarse para llegar a fin de mes sin pedir prestado y menos, tocar los ahorros.
    Lo que no quisiera dejar pasar es contarte que se me arruinó la computadora y el disco, donde tenía muchísimas fotografías de las que te había enviado algunas. Es por eso que tendré que recuperar mi cámara, la misma que se la presté a un amigo, para no perder de vista los hermosos lapachos florecidos, las bromelias que brotan en esta época del año y están en todo su esplendor, enraizadas en los troncos al borde del sendero que lleva a la montaña. Ah! Y los faroles de la plaza, tan antiguos pero muy bien conservados rodeados de colgantes con geranios rojos.
    Y aquí termina mi mensaje porque, aunque no lo quieras creer, están llegando dos amigos que prometieron traerme unos muebles, que había dejado en la otra casa donde estuve viviendo hasta hace unos días.
    Quedo a la espera de noticias tuyas. Un abrazo.

    Malania

    Imagen: R. E. S.

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    RECOMENZAR

    Cansado de la monotonía diaria, la tristeza corrosiva, la ácida nostalgia, de la esclavitud de las manecillas del antiguo reloj, que por más que lo quisiese callar, cada minuto sonaba con mayor intensidad, decidió colocar los recuerdos bajo la lluvia para que la erosión se apoderara  de todo aquello que existió pero que ya no quería más. Entonces decidió que era momento propicio para:

    RECOMENZAR.

    Y así fue que escribió, para sí mismo y para el mundo:
    “Estaba necesitando hacer una limpieza en su mí…
    Tirar algunos pensamientos indeseados.
    Lavar algunos tesoros que estaban medio oxidados.
    Entonces saqué, del fondo de las gavetas, recuerdos que no uso y no quiero más:
    Tiré algunos sueños, algunas ilusiones…
    Sonrisas que nunca di.
    Tiré la rabia y el rencor de las flores marchitas que estaban dentro de un libro que nunca leí.
    Miré qué necesitaba para mis sonrisas futuras y las alegrías pretendidas, y lo que me pareció encontrar lo coloqué en un cantito, bien ordenado (con la música nunca se sabe).
    Saqué todo del armario y lo fui tirando al suelo.
    Pasiones escondidas, deseos reprimidos. Heridas de un amigo, recuerdos de un día triste. Muchas traiciones de mujeres (supongo que es mi estigma: si no estás dispuesto a traicionar a nadie, hay que estar listo para recibir traiciones de todo tipo). Nunca lo entendí.
    Pero también encontré otras cosas y muy bellas, como: Un pajarito cantando en mi ventana, aquella luna color plata, el momento de una puesta del sol, o una mariposa posada en una flor.
    Me fui asombrando, encantando y distrayendo, mirando cada uno de aquellos recuerdos.
    Arrojé en el cesto, los restos del último amor, el que más me hirió, porque sentía que había hecho más que todas las otras veces para llegar a algo, y se desarmó violentamente (cuando yo soy cero en violencia).
    Tomé las palabras de rabia y de dolor que estaban en un estante, las tiré en el mismo instante.
    Hay otras cosas que aún me hieren… veré que hago con ellas. No es fácil definir todo de una sola vez.
    Fue en aquella gaveta en la que uno guarda lo que es más importante, el amor, la alegría, las sonrisas, un dedito de Fe, para los momentos en que se necesite.
    Recogí con cariño el amor encontrado, doblé ordenaditos los deseos, coloqué perfume en la esperanza, pasé un pañito en el estante de mis metas, y las dejé a la vista, para no olvidarlas.
    Coloqué en los estantes de abajo, algunos recuerdos de infancia.
    En la gaveta más alta, las de mi juventud y colgado bien frente a mí, coloqué las de mi capacidad de amar y principalmente las de RECOMENZAR…”

    Autor: R. E. Ch.

    Imagen: R. E. Ch.

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    MI ALUMNA DE SEGUNDO GRADO

    En un aula con veinticinco alumnos entre niñas y varones, una vez por semana tenía que dar clase de Dibujo. Así se llamaba la asignatura que después fue cambiando de nombre y hoy día es Artes Plásticas.
    Una niña, Graciela, con sobre nombre Gala, nunca quería dibujar en clase porque decía que no le salía bien, que lo haría en su casa. Al otro día aparecía con un dibujo casi perfecto, por supuesto no era su obra sino de alguien que la ayudaba. Así pasaron varias clases y siempre hacía lo mismo. Yo veía que era un problema, porque ¿Cómo calificaría ese dibujo que no estaba hecho por ella?, aunque la niña aseguraba que sí, que era su trabajo.
    Un día resolví citar a la madre para explicarle y hacerle entender que la niña solo tenía 7 años y no podía comparar su dibujo o de quien lo hubiera hecho, con el que ella podía hacer y que además, de ese modo no aprendería nunca a dibujar. Tampoco podía calificar porque a la legua se notaba que no era el trabajo de la niña. La madre pidió disculpas y aceptó lo que le había sugerido: alentar a la niña para que dibujara sola.
    Desde ese día, la niña guiada por su maestra, fue aprendiendo a dibujar. Sus dibujos no eran perfectos pero sí, eran propios de su edad, por lo que las notas fueron siempre o casi siempre de las mejores.
    Gala estudió y se recibió de maestra. Hasta hoy día me agradece el gesto y la actitud que tomé al citar a la madre a la escuela para explicarle lo antes dicho.

    Los dibujos y las pinturas siempre son bonitas si el que las crea lo hace con entusiasmo y desde el corazón. Son la expresión del alma. Esa es mi opinión.

    Malania

    Imagen de la red y de Lua T.

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    AYER Y HOY

    Precisaba caminar para purificar el aire de mis pulmones y los pensamientos de mi mente.
    Quería recuperar la sonrisa para maquillar con ella mi rostro palidecido por el tiempo.
    Recordé aquellas flores que me regaló y que con el pasar de los días se fueron marchitando. No las quería tirar pero tampoco quería guardarlas mustias y ya sin perfume. Entonces me regaló una planta y cuando se fue de este mundo ella también se murió.
    El aire del amanecer y los primeros rayos del sol son mágicos e inigualables para recuperar la energía y devolver la sonrisa hasta al más triste ser humano.
    Hoy gracias a Dios, al Universo y a toda la gente que me rodea, olvidé la tristeza de las flores secas y la planta muerta. Pero de él me quedan los más bellos recuerdos, con nostalgia pero con una sonrisa de los hermosos momentos que nos hemos regalado.
    Hoy lo puedo ver en aquella palmera parada en medio del sendero que recorro, y sentirlo en el perfume de las flores, en las hojas verdes de los árboles o en la tierra mojada después de una fresca lluvia.

    Malania

    Imagen: propia.

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    COMO UN ÁTOMO

    Inverosímil o no, creyó verlo en la noche, cotejado por el movimiento silencioso de las estrellas que iluminaban el campo de aterrizaje.
    Percibió una energía diferente y no estaba segura de que lo que pisaba, eran cimientos de la realidad o estaba volando en el firmamento.
    No se resignó, pero sí permaneció estoica ante lo imperceptible en su mundo.
    Entonces sacó una hoja en blanco de su agenda y escribió algo que estuvo hilando hacía rato: “Eres como un átomo que no se puede ver ni tocar”.
    Zigzagueó entre la multitud, mientras doblaba el papel sin perderlo de vista. Lo alcanzó y sin que se diera cuenta puso el papel en el bolsillo del saco gris plomizo del esbelto y silencioso caballero.
    Ella dio media vuelta y se perdió entre el gentío, que avanzaba como tropa salidas de un corralón.  

    Malania

    Imagen propia

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    LOGRO DE UN OBJETIVO

    Su origen lo obligó a tomar la vida con seriedad, lo que a veces debía explicar a sus amigos, sobre todo cuando lo invitaban a salir de juerga.
    Sentía como pinchazo de aguijón o como golpe de cincel cuando insistían en que no debía estudiar tanto y salir a “renovar el aire”.
    Pero se quedaba, conocía sus obligaciones y las tenía claras: estaba allí para estudiar, dar los exámenes en tiempo y forma y terminar la carrera lo antes posible. Sabía que su madre hacía un sacrificio tremendo para que pudiera graduarse. Muchas veces sacaba fuerzas invisibles para continuar, de un mundo que era rutilante para muchos y opaco para otros. Él seguía sin detenerse a pensar en eso. Por momentos percibía las cosas situadas a gran distancia, inalcanzables. Pero nada lo detenía y nadie lo detuvo.
    Y llegó el día tan esperado de dar el último examen. Con ansias y mucha expectativa lo esperaban frente a la Facultad su madre, su hermano mayor y varias amigas y compañeros de estudio. Cuando salió por la puerta principal, con los brazos extendidos al cielo como dando gracias, todos lo aplaudieron. Lo dejaron casi desnudo en la vereda de la plaza de enfrente, lo bañaron con huevos, harina y agua. Gran festejo merecido por haber hecho un gran sacrificio para lograr lo que había comenzado en la gran urbe, lejos de sus familiares. Sucio, pegajoso y mojado, viajó en tren hasta su hogar alquilado hasta ese año. Los demás pasajeros lo miraban. Con seguridad no sabían lo que sentía su corazón y el de su familia.

    Malania

    Imagen propia.