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LA CAJA DE COLORES

Escuela de campo.
El primer día de clase, no hay mochilas, cuadernos ni lápices.
Con manos casi vacías, con una bolsita de plástico y en su interior un trozo de pan y un trapito de pañuelo.
Los padres tareferos, apenas ganaban para comprar lo esencial y así mantener su hogar.
Con sus alpargatas mojadas los días de lluvia a clase asistían igual.
Desayunaban en la escuela y antes de la salida recibían su ración de comida.
Si un plato sobraba lo pedían y llevaban para su hermanito menor o para su abuela.
Les gustaba dibujar y con colores pintar, con lápices que juntaban
año tras año en una caja de cartón muy particular.
Nada se tiraba, todo servía.
La maestra les compraba los fibrones de colores y los lápices de palo porque eran los que más duraban.
Al terminar las clases la caja quedaba guardada en el armario marrón desteñido por los años.
Durante las vacaciones los vecinos cortaban el pasto para que luzca bonita
la escuela que mucho querían.
Mataban a las hormigas  para conservar el jardín que muchas flores tenía, sobre todo rosas y un jazmín.
Al comenzar las clases se abría el armario, se sacaba la caja y lista en mano los mismos niños controlaban si estaban todos los colores:
diez amarillos, diez verde claro, diez azules, diez anaranjados…y más.
Y así de diez en diez todo estaba contado.
Nunca olvidaré  la tan querida caja de los colores de palo.

Malania

Imagen propia

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