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    AMOR DE POETA

    ¿Se dará cuenta el poeta?
    del impacto que provoca
    cuando salpica sílabas
    con hilos de colores
    sobre el blanco de las hojas;
    cuando plasma sus letras
    sin intención alguna
    o con el alma desnuda
    sin querer desprende lágrimas
    del lector, que sin duda,
    desmenuza las palabras
    para comprender el sentido;
    si la caricia es real
    si los besos son suyos
    o simplemente son yugo
    para no enamorar?
    Muchas veces
    en cada verso, un dilema
    que hay que dilucidar,
    otras veces una propuesta
    que hasta puede dañar.
    Lo cierto es
    que el poeta sueña
    con agradar al lector
    y estoy segura que lo hace
    desde su corazón
    y por qué no
    con mucho amor.
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    SECUESTRO DE AMOR

    Alguien puede decir
    qué gusto tiene el secuestro?
    entre muñecas y juguetes
    entre mimos y llantos
    con sueños y encantos
    de pequeñas niñas
    que no permite una huida
    la ansiada huida
    hacia tus fuertes  brazos.

    Malania

    Imagen: de la red

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    EL RECUERDO DE UN ÁNGEL

    Cae la lluvia. Aquellos recuerdos que habían vuelto a mi corta infancia, entraron en una nueva nube negra de lluvia y, de pronto, un estremecimiento me confundió. Las ninfas de los recuerdos revolotearon, haciéndome perder el momento siguiente y, al aclarar mi pensamiento, me vi adolescente, volviendo del taller de la escuela técnica: mi overol azul bajo el brazo, por la tarde, con la lluvia de gotas frías cayendo desde el cielo, o desde las hojas de los árboles de las veredas, en el camino de vuelta a mi casa. Podía distinguir el “olor a lluvia” clásico de esos momentos (como a “tierra mojada” pero de otro lugar, no de donde uno camina). Y muchas veces -en primavera- disfrutar del perfume de los azahares en las gotas de agua caídas de cada planta cuando pasaba debajo, por las veredas tucumanas. En aquel momento todo parecía natural, y hoy lo llevo en mí como un recuerdo mágico. Pero ese muchacho -que era yo-, caminando sin remedio bajo la lluvia para retornar a su casa, una vez se cruzó o compartió camino por unas pocas cuadras con una joven adolescente, yendo en el mismo camino. Y todo aquello me llevó a recordar el momento de mi primer amor. De aquello me queda, más en el corazón que en la mente, un recuerdo imborrable y especial: una niña hermosa de unos ojos muy claros que parecían aguamarinas, un cabello rubio y largo, un cuerpo demasiado delgado (como me gustaba), con una infinidad de pecas en su cara, arremolinadas alrededor del punto medio de su nariz. Ella iba mucho más ordenada: Cubierta con una capa impermeable en la lluvia, que hasta tenía una capucha para su cabello, caminaba a paso rápido por aquellas veredas recubiertas de pétalos de los azahares, que las gotas de lluvia habían derramado desde los naranjos en flor. Ver tanta belleza junta era como si el camino que hacíamos ¡había tomado una derivación hacia el cielo! Y era un regalo del cielo compartir con aquella mujer casi niña, y tan hermosa, mi camino por unas cuadras… 3/5. Lejos de importunarla, yo buscaba una manera elegante de ver su hermoso rostro. Caminar más rápido y pasar delante de ella pidiendo “Permiso”, y luego, por cualquier razón detenerme y darme vuelta para verla venir hacia mí, era una estrategia. O bien caminar delante de ella, pero sólo unos pasos adelante, como para no importunarla y -en mi ilusión- cuidarla en su camino hacia su casa. Un día se me ocurrió seguirla de lejos, para averiguar donde vivía. Así, encontré que entraba en una hermosa casa con un gran jardín al frente, sobre la avenida más importante del barrio. Fue suficiente en aquel momento, para mí. Sabiendo donde vivía, mi ansiedad me hizo pasar caminando frente a su puerta, uno que otro día. Hasta que un día sucedió. Ella estaba en la ventana y nuestras miradas se encontraron. Allí, desde su seguridad, me miró y me dirigió una sonrisa que, para mí, era todo. En ese momento fue que sentí que mi corazón se destrozaba de amor por ella. La vida siguió y yo, con mis flamantes 17 años, siendo uno de los mejores alumnos de mi exigente colegio técnico, y hasta un buen yudoka creía (como en mi juventud), que todas las cosas del mundo estaban disponibles para mí. Así, una vez a la semana, pasaba frente a su hermosa casa, sólo para poder verle, si es que estaba en su jardín de enfrente. Y mi realidad cambió. Los días siguientes, en el camino, comencé a acercarme a ella. La saludaba, me acercaba a ella con respeto, y trataba de conversar de cualquier cosa, como para entrar en confianza y poder hablar. Tuve la dicha de poder tener para mí esos dientes frontales grandotes de su hermosa sonrisa, alguna respuesta tímida con su voz suave, admirar ese cabello rubio que era mi sueño, aquella hermosa cara al natural, y sus orejas pequeñas con aros aún más pequeños. Sus manos eran las de un ángel, no llevaba uñas pintadas sino simplemente bien cortadas. Soñaba con que -alguna vez- aquellas hermosas manos me tocarían la cara, acariciarían mi cabello. Entre las pocas cosas que me contó, lo más importante fue su nombre: Daniela. Tampoco necesitaba más. Un fin de semana, sin nada especial que hacer, siendo ya sábado, y de noche, decidí hacer un paseo frente a la casa de aquel ángel al que amaba, sólo sabiendo su nombre. Al ir llegando, vi que había una fiesta en su casa. Al pasar la vi vestida como una princesa, mejor dicho ¡como un hada!, saludando a la gente que ingresaba. En el camino escuché invitados que hablaban de un cumpleaños de 15. ¡Era su cumpleaños de 15! Y ¡qué hermosa estaba! No pude evitar pasar (tratando de pasar desapercibido) otras veces más por su vereda, mirando hacia adentro, a su jardín, donde ella y sus padres recibían a los invitados que llegaban. En una de esas pasadas, ella se fijó en mí y nuestras miradas se cruzaron. No sé cuál fue la expresión de mi rostro, pero ella cambió su sonrisa, y se puso seria. Quizás, interpreté como que se asustaba, y el que se asustó realmente había sido yo. De hecho, decidí no pasar nuevamente. Me dediqué a ver los vehículos de los invitados que habían llegado y seguían llegando. Todos vehículos caros, gente muy bien vestida… obviamente gente rica, o de muy buen pasar económico. Había dos caminos (como siempre hay): El que mis sentimientos me indicaban, que era acercarme con respeto y hablarle, en algún momento, de mi amor y adoración por ella. O bien justo lo opuesto, que era evitar de verle en adelante, porque nuestros mundos eran distintos. En la noche de aquel día, estudié la situación, recostado ya de noche en mi cama. 4/5 Lo que siempre tuve presente fue cuidarle, como creía haberlo hecho siempre en la calle, caminando ambos de retorno del colegio un corto tramo, juntos. La solución debía implicar – en primera instancia- lo que fuese mejor para ella, independientemente de mis otros deseos. Luego recordé algo que mi madre siempre me decía, aunque -hasta ese momento- no sabía yo cuál era la intención de sus dichos: “Siempre hay que rodearse y elegir compañía entre los de nuestra posición económica y nuestra cultura. Eso llevará a poder entenderse de la mejor manera”. Conocía la historia de mis padres y todo consejo de ellos eran tenidos muy en cuenta por mí. Evalué que nosotros -aunque cultos- éramos muy pobres, comparados con la familia de esta niña a la que amaba, y que, por más buen alumno que fuese, aún con mis anhelos de recibirme de ingeniero, no iba a calificar como pretendiente de una joven tan hermosa, de una familia tan rica. Más aún, hablo de más de 50 años atrás, cuando las mujeres de 15 años eran sólo niñas, y no podían siquiera decidir en sus preferencias (o al menos era lo que yo tenía aprendido de la enseñanza familiar). Ni hablar de las restricciones que teníamos los varones… Recordé -y sin querer- la cara de miedo de mi hermano cuando mi madre nos castigaba (Eran tiempos en los cuales venían “palizas” por cualquier detalle). ¡Jamás!, jamás, me prometí. Pero jamás de los jamases, haría cualquier mínima acción que pudiese dañar a Daniela, y menos en su relación con sus padres (donde imaginaba alguna reacción de las típicas de mi madre con una hija, si hubiese tenido una). Decidí, con muy hondo sentimiento, y llorando de bronca en esa noche que casi ni dormí, que me había hecho muchas ilusiones de “nada”, que aquel amor era imposible, que aquella sonrisa hermosa regalada desde su ventana, esa mirada dulce de sus ojos increíblemente hermosos, no eran para mí. O bien, no representaban aquello que tanto había creído por solamente un poco tiempo antes. Y decidí que no debía verla más por su seguridad. Cambié el recorrido de mi camino vuelta a casa desde el colegio para no tentarme a hablarle, y busqué olvidarle. Me concentré en mis estudios y también, de ahí en adelante, en mis clases de yudo jamás vieron un oponente con tal ferocidad como la mía. Descargué toda mi frustración en cambiar lo que era en ese momento: un muchacho pobre. Clasifiqué en mis estudios con las notas más altas de la promoción, me gradué de cinturón negro de yudo campeonando en todos los torneos que me presenté, y me preparé para el capítulo siguiente de mi vida, que era trabajar todo el día, e ir a la Universidad Tecnológica Nacional de noche, para graduarme de ingeniero sin descuidar de trabajar, como todo pobre hace. Así lo hice, dedicándole pasión al trabajo y al estudio, obteniendo siempre felicitaciones, y las más altas notas… Mi vida así, se encaminó a lo normal, a lo de todos… todo inconscientemente hecho para olvidar, sin lograrlo. Por eso, a veces, cuando cae la lluvia, aun cuando no estoy viviendo en Tucumán, sino en Buenos Aires, suelo salir a caminar bajo la lluvia, como cuando era adolescente, a mojarme como antes ¿La ropa? ¿El calzado? ¡Qué importa si se moja! Me convertí en un ingeniero famoso, gané mucho dinero, hice más de una familia (quienes se llevaron mucho de mi dinero sin que me importase demasiado…), y tantas cosas más… hasta la soledad de mi presente. Por eso a veces (y tan sólo a veces), cuando camino bajo de la lluvia, extraño cosas… Extraño aquel perfume de azahares que venía con las gotas de agua; el cuidar donde pisaba al caminar las veredas tucumanas (tenía un solo par de zapatillas, no las podía arruinar); el agua corriendo fuerte en la calle… pero más que nada (aún sin querer reconocerlo), la extraño a ELLA. 5/5 A aquella niña/mujer hermosa que me robó el corazón, y nunca me animé a pedirle que me lo devolviese, o lo compartamos, estando juntos. Sueño despierto con esa boca de labios perfectos, con esos dos dientes grandotes adelante que, en mis sueños, me susurran: “Te amo…”. Algo que nunca ocurrió… Como todo cobarde, merezco el castigo de la historia de mi vida, de los recuerdos que trato de encerrar en un cofre hermético de mi cuerpo para que no me hagan llorar más y que, sin embargo, una misteriosa llave saca la traba del cofre, y los recuerdos salen de su recinto y me refriegan aquellas vivencias por la cara, cuando la lluvia cae. Por eso lloro, cuando camino bajo la lluvia, mirando hacia adelante y detrás, de a momentos y sin darme cuenta, pensando que voy a encontrar a alguien que decidí dejar en otro lugar hace mucho, mucho tiempo, sin que nadie -ni ella misma- sepa… Y por eso, si se llega a dar la casualidad de que algún día me encuentres caminando bajo la lluvia, te acerques a saludarme, veas mis ojos mojados, te parezca que estoy llorando, y me lo preguntes, seguro te diré que no, que jamás lloro… es agua de lluvia que me entró a los ojos. Claro: Seguro diré que es agua de lluvia, ¡sí!, pero no de “esta lluvia”, sino de antiguas lluvias tucumanas, cuando caminaba con los ojos grandes y felices mirando a aquel hermoso amor de mi juventud al que -al final- decidí no volver a ver nunca más. Es agua de lluvias pasadas que llenaron el lugar más recóndito de mi corazón. Y que a veces, cuando camino bajo la lluvia, se derrama con cada suspiro, cuando estruja mi alma ese sentimiento al que me llevan los recuerdos.

    Malania

    Imágenes: Gentileza de R. E. Ch.

    Texto escrito y compartido por R. E. Ch.

  • General

    NOCTURNIDAD

    Hay fotografías que representan diferentes estados de ánimo, una imagen puede expresar más que cien palabras.
    La soledad, depresión, angustia, nostalgia. Pueden ser pasajeras o no.
    Hay gente que se aisla y no pide ayuda. Quizás por el mismo estado de ánimo, o por miedo o vergüenza.
    Otras se vuelven tóxicas para la sociedad que la rodea y cuando quiere levantarse comienza con manotazos de ahogado, que sin saberlo puede colmar la paciencia del otro y puede lastimarlo.

    La imagen que he puesto hoy, tiene un significado diferente y está hecha con amor.
    Cuando recibí esta fotografía, no hizo falta averiguar donde había estado el emisor. Comprendí la franja horaria en que la pudo haberla tomado. Nocturnidad a la vista.
    Su intención había sido esperar la salida del sol para fotografiar ese momento. Se parece en eso a su abuela, -sale a caminar antes de la salida del sol justamente para contemplar el amanecer-.
    Esta vez no fue en la playa, fue a la orilla del río.
    Los grillos lo acompañaron con su canto y se fue a dormir con el trino de gorriones y zorzales.
    La juventud de hoy no tiene problemas de horario cuando está de vacaciones.

    Malania

    Imagen: LUA T.

  • Relatos

    DESPUÉS DE LA SEQUÍA

    Por R. E. Ch.

    Volvió la lluvia a la ciudad, y también al campo, en Argentina, luego de tres años de sequía.
    Una amiga, en su blog, recordó su alegría de niña, cuando empezaba a caer la lluvia, que podía mirar hacia el cielo para sentir como esas primeras gotas frescas de la lluvia le acariciaban su cara, como nadie en el mundo. Y todo hasta que sus padres, le llamaban hacia dentro de su casa. Ella recordó mucho más…
    Sus recuerdos me hicieron recordar también mi infancia en mi querido Tucumán, y “¡LA LLUVIA!!!”. Aguaceros que, más que lluvia, respondían a lo que muchos decían: “Parece que se partió el cielo…” Y era algo así nomás. El agua caía a borbotones del cielo, en esas lluvias de verano, a media tarde, en la ciudad de mis amores. Ni entendía si era bueno para el campo, o para la ciudad. Quizás, siendo sólo un niño, esas cosas no pasaban por mi cabeza. Todo se trataba de disfrutar la maravilla de la lluvia, sin miedo, sin límites, sin frío, y sin fin.
    Tenía muchas aristas este festejo, y yo muy pocos años para pensar en otras cosas que no fuese la delicia de la invasión del agua, desde el cielo, sobre todo y sobre todos. Lo primero era poder mojarse con libertad, incluyendo las advertencias de mis mayores en la vereda de la casona y almacén de mis abuelos, en plena ciudad. Todos me cuidaban con un “¡No te mojes!…” pero, a la vez, yo leía en sus ojos la felicidad de verme disfrutar de la copiosa lluvia, en total libertad, sobre la vereda (quizás ellos de niños también lo habían hecho) y -alguna vez- me pareció ver una envidia buena al verme hacer algo que ellos querían, pero no podían por el “qué dirán”, como esos recuerdos de sus tiempos de niños, donde fueron completamente libres -en esa hermosa ignorancia que representa la niñez- de hacer cosas que hoy los mayores no pueden hacer.
    Pero si había algo más hermoso que la misma lluvia, era su final. Escampaba con rapidez, el cielo se ponía con una luminosidad rosada intensa, y la luz del sol era diferente: más pura, más nítida. Todas las cosas se veían con más claridad. Y no era porque el agua de lluvia había lavado los árboles, las veredas, los muros, la calle, y los autos. No, no, era otra cosa… era el aire que se había limpiado de cualquier impureza, y el arco iris entraba hasta los huesos.
    ¡Ni hablar de la mayor diversión después de la lluvia!
    La calle -aún con la buena pendiente natural de las calles de mi ciudad de Tucumán- estaba llena de agua, hasta la altura superior del cordón de la vereda. Si bien no me dejaban meter mis pies en el agua (y yo obedecía), la recompensa a mi obediencia era algo mucho mayor. Mis tíos (los del almacén, que siempre estaba abierto a esa hora), me hacían barquitos de papel, que yo dejaba caer al agua como una media cuadra arriba de “mi” vereda, para acompañarlos en el trayecto hasta llegar a la esquina (donde el agua desembocaba en aquella calle que cruzaba, llevándose toda el agua, y mi barco).

    Pero yo tenía más barcos. Era el sobrino mayor, el primer nieto, el adorado por todos. Al volver a la puerta del almacén, ya había no uno, sino tres barcos al menos, esperándome para navegar en la cuneta de la calle. A veces mis tíos los decoraban con una pajita de alfalfa, otras pegándole alguna cinta de algún color estridente, y llegué a tener hasta varios barcos con mi nombre inscripto en el mismo (como si fuese “un barco de verdad”).
    Cuando entendí que no hay barcos sin tripulación, la cosa se complicó un poco. Pero Tucumán, en su encantadora, abundante y espectacular fauna y flora, me daba también “tripulación” para “mi ARMADA”. El primero fue un grillo que, molesto porque la lluvia le había inundado su nido, salió enojado hacia la vereda, y aceptó ser el primer tripulante. Como sus gestos indicaban que no compartiría el privilegio de mi barco con nadie, lo dejé ir solo. Y allá partió. Lo seguí por tres cuartos de cuadra sobre mi calle, hasta la famosa esquina (Gral. Paz y Miguel Lillo), donde la última calle juntaba todas las aguas, y mis barcos “gambeteaban” las vías del tranvía al girar 90° para seguir su navegación al infinito. Yo despedí al capitán (el querido grillo) deseándole ¡Buena Suerte! en el mundo infinito al que el agua lo llevaría, y me volvía al almacén de mis abuelos, por otro barco, para crear una nueva epopeya con un barco nuevo, otra aventura diferente, con insectos diferentes capitaneando la nave.
    A veces fueron hormigas, otras, algún escarabajo distraído que la lluvia había bajado de algún árbol, y también recuerdo a aquellas langostas verdes de patas largas, a las que debía mojar en el agua de la calle para que aceptaran el comando de mi barco. Al estar ya encima y navegando, muchas de estas langostas no se animaban a saltar, aunque hubo una que saltó, alejándose a nado puro hacia el centro de la calle. Yo la dejé ir porque, a nadie hay que obligar a hacer lo que no quiere…

    Y así como mi querido amigo R.E.Ch. ha relatado las vivencias de su infancia, más de uno debe de tener anécdotas sobre episodios parecidos, durante o después de una refrescante lluvia.

    Malania.

    Imágenes de la red: Gentileza de R. E. Ch.

  • General

    DIORAMA

    Como un sonámbulo
    en oblicua diagonal
    tratando
    de conservar la genuinidad
    y la armonía de sus pasos
    para no despertar
    los estigmas del amor
    tras el apagón
    y el desaire silencioso
    saboteó el alma fiel
    y el ayuno de pasión.
    Reflexivo
    del exterior se inundó
    un cigarrillo encendió
    inhaló la brisa cálida
    caminó y caminó.
    Y delineando letras
    sobre un cuerpo deseado
    como un catión en cadencia
    respetando su estuario
    ardiente y deseoso
    como un trofeo natural
    lleno de vida pasional
    se derramó en cascada
    y creó un diorama
    de artista y semental.

    Malania

    Imágenes de la red.

  • General,  Poemas

    NI ROSA NI NEGRO

    Duele el alma
    al ver la sangre
    en tus venas hinchadas
    por el cansancio de la tarde
    que en vez de roja
    se ha vuelto azul
    por tu plegaria
    esa que haces diaria
    para extinguir
    tus gruesas lágrimas
    por un amor que está
    pero que ya no lo quieres.
    De pronto el paisaje
    se contagia de tus penas
    y se vuelve
    bellamente azul
    para acompañar tus letras
    al compás de tus deseos
    de no tener ningún desvelo
    en noches sin estrellas
    un deseo de ser
    ni rosa ni negro
    simplemente vertido
    en un paisaje de cielo
    siempre azul.
    Malania
    Imagen: G. F. T.
                                  
  • General

    MATICES

    El poeta atenuó
    las sombras del temor
    y en su universo emocional
    su bitácora diseñó
    con letras de amor.
    El miedo se esfumó
    en acuarelas indelebles
    no hubo gris ni negro
    ni rojo ni azul.
    Sólo con besos los matizó.
                         

    Malania

    Fotografía de obra Monet

  • General

    DESPUÉS DE NAVIDAD

    Ha pasado esta fecha memoriosa y muy cara a los sentimientos de la humanidad.
    Muchos escritores vuelcan en sus letras sus pensamientos, sentimientos, emociones.

    Rescato algo que escribió una amiga virtual, la poetisa española Mila Gomez, sin desmerecer otros escritos que también han estado y están muy bien.

    NAVIDAD DESPUÉS DE LA PANDEMIA

    Me llamaron Navidad…

    Tengo edad de los días contados aunque mis arrugas son del tiempo de la tradición, si algún día termina esta, dejaré de existir. Vengo una vez cada año recibida de múltiples maneras, tantas como mi mirada pueda ser percibida. Para mucha gente soy motivo de alegría, pues les traigo abundancias y algarabías, todo es celebración. Para otras soy reflejo de la tristeza, la nostalgia, pérdidas o de carencias. Contemplo risas y llantos dentro de una felicidad y una pena. Afloran sentimientos y emociones…
    Me quieren, repudian o ignoran como a un caminante que trae consigo historias, leyendas, cuentos, fantasías, recuerdos, verdades y mentiras. Pero aunque cause tantas sensaciones, en mí prevalece el mismo propósito; vuelve conmigo el Cristo, para que se sienta latir en cada corazón, y que se puede vivir en la paz y en el amor a través de lo que Él representa.
    Una vez consumida mi palabra, recojo sus sílabas y las elevo hacía el firmamento: coloco por las nubes, en el viento, el frio, el calor, en la luna y alrededor del sol. Ya nadie me vuelve a vestir con colores ni luces hasta mi próxima función, así, hasta que el Cristo se haga Luz.

    © Mila Gomez

    Las palabras de Mila me han llevado a recorrer muchas de las Navidades desde mi infancia hasta la actualidad. Cada época ha sido muy diferente en cuanto a la forma de festejar ese hermoso día del nacimiento del Niño Dios. Ha sido diferente por la gente con la que compartíamos y las actividades, tanto religiosas, familiares y laborales, ya que no solamente festejábamos el 24 y 25 sino también desde el 8 de diciembre, día de la Virgen, Madre de Cristo, hasta el 8 de enero, día del Bautismo de Jesús.
    Pero de todo esto, personalmente rescato la importancia de la fecha. Ojalá vuelva a prevalecer en cada hogar, en cada institución y en cada uno de nosotros, el amor por la vida en paz y armonía.
    Gracias Mila por tan profundas palabras. 

    Malania

    Imagen propia

  • General

    EL COYUYO Y LA CIGARRA

    Otra historia sobre el coyuyo y la cigarra:

    En el inicio de la vida en el universo, la primera creación femenina: Mammitu/Nammu, nuestra madre universal (conocida como ISIS en Egipto, o NINKHARSHAG en Sumeria, o simplemente como “Meri” por otros pueblos), había obtenido el permiso de la Fuente de Vida Universal, para crear el Jardín de sus sueños. Le entregaron un lejano planeta vacío en la periferia de la galaxia, casi nuevo, desconocido aún. Le fue entregado el planeta Tierra.
    Allí ella creó las montañas, los ríos, los mares, la nieve y las nubes. Al verlo vacío y de colores tan simples, desarrolló la flora, llenando la superficie del mundo de infinitos colores. Quería más, y creó los peces y animales acuáticos en mares y ríos, insectos y todo tipo de animales sobre la tierra, esperando coronar la creación con algo especial, que había aparecido en sus sueños: Un animal que sería su legado, y llevaría un regalo de los dioses: un ALMA propia.
    Al crear aquel ser elegido, y en su felicidad de lo hecho, le dio atributos especiales, como reinar y alimentarse de lo que desease de toda su creación anterior, descubriendo, y aprovechando todo aquel mundo. Era el ser humano recién creado, era su legado al universo.
    Al darse cuenta de que esa creación de sus sueños no sabía alimentarse, pensó en ayudarle a elegir, y a encontrar los tiempos y los momentos en que los frutos estuviesen maduros y fuesen comestibles.
    Para ordenar su Jardín, desarrolló nueva vida. Abejas que provean la dulce miel, frutas perfumadas que atraigan por sus deliciosos olores, granos que lo alimenten, y cascadas en los ríos para atrapar peces con facilidad. Todo para comer. Pero sentía que algo faltaba. Algo que diese la alerta de la inminente madurez de los frutos.
    Dándose cuenta, creó un ser que indicase a los hombres los tiempos de cosecha, para alimentarse de las bondades de la naturaleza, y vivir mejor. Y así, creó a los COYUYOS y CIGARRAS. Los creó con un cantar único, que todos entenderían, y en todos los colores, para demostrar la diversidad de la creación. Por eso encontrarán coyuyos verdes, grises, marrones, amarillos, hasta rojos. Pero todos cantarán la misma melodía.
    Desde ese momento, cada vez que un coyuyo canta, el hombre cree que el canto del coyuyo hará madurar las vainas del algarrobo, las sandías del campo, los mistoles y chañares del monte, las tunas de entre las pencas, y todo lo que lo rodea para alimentarse. Reconoce la señal de la madre universal, que le permite sobrevivir y reproducirse.
    También reconoce que aquel animal sagrado que fue generado para ayudarle, canta por amor a la vida. Con el tiempo, el hombre aprendió cómo funciona la vida y el universo y -en su alegría- le dedicó al silbador de la vida y madurador de los campos, su amor y devoción en sus propias canciones.
    Por eso también el hombre le canta al coyuyo, y está bien que así sea.

    Texto de R. E. Ch.
    Imagen de la red.