VIOLETAS DE VIOLETA
Era la tercera hija del matrimonio y primera mujer. Se llamaba Violeta, muy bonita, no tanto como una flor, pero no era fea. La afeaba su forma de ser.
Un día se enojó con su madre y le arrojó una silla de madera dura, esa que su mismo padre había fabricado. Por suerte la mujer mayor pudo esquivarse y no le hizo daño, pero con la silla rompió dos vidrios de la ventana de la cocina que daba a la calle.
En el pueblo no se conseguían y mientras tanto, para impedir que penetre el frío viento de invierno, su padre tapó los grandes agujeros provisoriamente con pedazos de madera.
Esos ataques de nervios solía tener de tanto en tanto cuando su madre la reprendía por algún comportamiento fuera de lugar, o cuando pedía algo que no se le podía conceder.
Había estudiado en una Escuela Profesional de Mujeres. Sabía confeccionar muy bien prendas a medida y con eso aportaba económicamente a su familia. Quizás ese era uno de los motivos de sus ataques.
Violeta se casó, tuvo varios hijos. Pero su enfermedad de estrés incontrolable nunca pudo superar, y lo que hacía antes con su madre, también lo siguió haciendo con su marido e hijos. Fue siempre violenta y compulsiva.
Su hermana menor nunca comprendió el motivo de esa forma de ser.
A Violeta le gustaban las flores silvestres del color de su nombre.
Imagen propia.
Un Comentario
Malania Nashki
“Quizá fuera por esa mimetización de lo silvestre y asalvajado, aunque eso no justifica su comportamiento.”
Es un comentario que me ha hecho mi gran amiga española Marina Collado Prieto.
Es el complemento que faltaba. Gracias!