Minicuentos

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    EL GRITO DE LA NIÑA

    Había una vez una niña llamada Milagros. Era una niña muy bonita pero a la vez muy tenebrosa, nunca hablaba.
    Cuando ella era chiquita y tenía 4 años su mamá falleció y desde entonces no volvió a hablar. Ella vivía con su padre en un hotel llamado Harley Hotel ubicado en la avenida Belgrano en Buenos Aires. Un día el padre le preguntó a su hija hija -¿Hija porque no hablas?- y la hija no respondió. El padre le volvió a preguntar y la hija seguía sin responder.
    Pasado un tiempo la hija gritó muy fuerte que todos los que vivían en el hotel escucharon. Ella había gritado porque no le gustaba que le molesten y menos que le hablaran.
    Meses después la niña empezó a hablar pero muy poquito, ya había superado lo de su madre y su vida empezó a ser de colores.

    Escrito por la niña Lua T.

    Imagen de la red.

     

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    MARGARITA Y SU AMIGUITO

    Había una vez una niña llamada Margarita. Era una niña que siempre estaba feliz, nunca se veía triste.

    Un día Margarita salió a jugar al bosque y conoció a un amiguito, era un conejito muy juguetón y desde

    ese día se hicieron mejores amigos.

    Meses después la niña se tuvo que mudar. Como el conejito no podía ir se pusieron muy tristes.

    Años después la niña volvió a su barrio anterior y se volvieron a  encontrar y desde ese día nunca más se

    separaron.

    Todos los días, muy alegres, comían muchas zanahorias. 

    Autora: Lua

    Imagen: de la red

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    ¿BAILAMOS?

    Un pájaro se deslizó en el cielo.
    Al seguirlo con su vista, no consideró el sol, que lo cegó momentáneamente.
    Justo después de eso, aquel rayo de luz plantó una imagen en su mente:
    Un patio de ladrillos, o de tierra. Había mucha gente, y entre la multitud, una hermosa mujer, sentada en una silla junto a la pared.
    -¿Bailamos? Le dijo sonriendo.
    – Encantada, pero no sé bailar folklore.
    – Bueno, no importa. Siempre hay una oportunidad para aprender. -Dijo él sin dejar de sonreír.
    – Entonces enséñame.
    Al ritmo de una zamba danzaron riéndose de los pasos que -en falso- daba ella. En cambio él, bailaba muy bien con pasos seguros.
    Terminado el tema musical, se sentaron uno al lado del otro y él le dijo:
    – Yo, en realidad, hablaba de la vida, no de un ritmo. Simplemente pensé en el folklore, donde los bailarines, cualquiera fuese la zamba, empiezan de frente, con buena intención, mirándose a los ojos, con una sonrisa en los labios, y cada uno con un pañuelo en las manos, que mueven reflejando sus sentimientos al bailar.
    Y prosiguió: – Ese vuelo del pañuelo simboliza “el esperado vuelo del alma”. No se tocan casi nunca, pero entre sus pañuelos, habla la vida…
    – Ella sonriente y sonrojada por no haber comprendido la intención inicial, se quedó muda. Luego, tomando su pañuelo de una punta y haciéndolo volar en el aire, le dijo:
    – Disculpa, pero suelo ser de reacción tardía. Ambos rieron.
    Lo escuchó atentamente mientras él siguió hablando.
    – Traduciendo: Era una simple invitación a tomar un café juntos y conocernos, como dos personas que andan solas en la vida, buscando un compañero de camino, en la multitud indiferente…. ahora que estuvo más claro… ¿Bailamos?.
    Antes de despedirse, ella muy tímidamente le dijo: -Bailemos.
    Y en la noche quedó sellada una esperanza, con un gran abrazo y un beso en la mejilla.

    Malania. (Inspirada en el texto de R. E. Ch.)

    Imagen propia

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    EL ESCRITORIO AZUL

    Con aire pesado y entrecortado por el abrir y cerrar de la puerta, el viejo escritorio pintado de azul
    descansaba en una habitación casi sin uso. 
    No entendía mucho su función, pasaban los días y nadie lo ocupaba.
    Ella entraba y lo miraba, aunque el color azul no le gustaba y eso se notaba. A él tampoco le importaba que esté allí o en cualquier otro lugar, junto a muchas otras cajas y muebles que con suerte, por el clima apropiado no despedían vaho.
    En la noche oscura lo visitaban algunos mosquitos y pequeñas lagartijas hambrientas. Al verlo inactivo y triste, no lo molestaban.
    Su color intacto pero, por el polvo que filtraba por alguna hendija, se lo veía apagado a pesar de la claridad del día. 
    El ruido de uno que otro automóvil de su letargo infinito lo despertaba.
    Y así fue pasando el tiempo hasta que un día, cómo su dueño no quería venderlo, se lo regaló a una niña que necesitaba tenerlo. 
    Viajó el  escritorio con miedo, sin saber a dónde iba, pero al llegar vio a la niña y se alegró pensando que allí sí tendría compañía.
    Ahora vive feliz entre osos de peluche y muñecas de gran sonrisa; la niña le cambió la vida a ese escritorio que lleno de polvo pasaba sus días.
    Se siente dichoso entre juguetes, acunando niñas acompañado de libros, y hasta puede escuchar voces por el teléfono, al que le sirve de lecho.
    Ahora no tiene sentido el llanto ni tiene que morder el silencio. Se siente acompañado y se perfuma con los aromas de las flores de rosas, jazmines e incienso. 
    La tristeza ya no derriba sus bordes engomados y aquella sorda habitación quedó en el pasado. 

    Malania

    Imagen: M. R. T.

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    ANA EN CELO

    ¡Ana! ¡Ana! ¡Anaaaaaaa! Gritaba un hombre y me detuve para ver si era a mí a quien llamaba.
    Mi nombre no es ese,  pero podría haberme confundido con otra persona. A esa hora de la mañana no circulan muchos peatones.
    ¡Ana! ¡Ana! ¡Anaaaaaaa! Y me di cuenta que perseguía a una perrita negra. De pronto vi que la mascota venía en dirección a mí y sorprendida más que asustada me quedé quieta sobre la acera. Ana se metió poco más entre mis piernas como pidiendo auxilio. Pero al ver que su dueño se acercaba comenzó nuevamente a disparar y detrás, un perro un poco más alto que ella de color canela la perseguía. El hombre cansado corría y gritaba ¡Ana! Casi sin aliento.
    No sé por qué me causó gracia, quizás porque escuché la algarabía de los pájaros sobre un lapacho florecido de rosa, como festejando la situación.
    Dos colibríes con colorido aleteo y una abeja gozaban de las apetitosas y perfumadas flores de azahar.
    Dobló la esquina el hombre detrás de Ana y el perro.
    Una vecina dijo: – Ana está en celo por eso la locura de su dueño. Ana se le había escapado cuando había abierto el portón de su casa para salir con su moto.

    Malania

    Imagen: L. M. R.

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    EL VIEJO CUADERNO DE POEMAS

    Un árbol de lapacho, una flor, un ave o cualquier otro animal, el ocaso o la aurora boreal, el río revoltoso o el gigantesco mar. Y la lista puede continuar, con aquello que hace bastante tiempo me inspiraron a escribir versos y poesías de las de antes, (y por qué no de ahora también) con versos de métrica perfecta y rima asonante o consonante, porque así eran las poesías formales y clásicas. Fueron mis primeras poesías escritas en un cuaderno, para ocupar el tiempo los días de lluvia en una escuela de campo.
    Sin que me diera cuenta, el cuaderno venía siendo espiado por alguien que no le gustaba escribir, leer poesías ni poemas, porque tampoco le gustaba la asignatura de las letras.
    Convivíamos y nos llevábamos muy bien. Cuando me di cuenta que lo que yo escribía provocaba dudas y celos, no hubo más inspiración ni tampoco, quizás por egoísmo natura o por amor propio, no quise explicar cuál era el motivo de mis escritos. Ni sabía si había un motivo, solo escribía. Era feliz haciéndolo, me sentía plena.
    Un día me enojé conmigo misma, arrojé el cuaderno al termo tanque y lo quemé. Algunas letras evocando el amor latente o ausente, también  se murieron incineradas.
    Por supuesto que hasta el día de hoy me arrepiento de aquel arrebato a mi inspiración, ya que nunca más recuperé lo que había escrito. El fuego todo lo destruyó y mis deseos de seguir escribiendo se volvieron cenizas por mucho tiempo. Me arrepiento de no haber sabido enfrentar la situación.
    Pero siempre hay un después, capaz de hacer surgir una llama que, por más pequeña que sea, vuelve a dar luz a un corazón solitario y enamorado de la vida para poder volver a escribir.
    Hoy dos búhos ilustran mi escrito porque me dan mucha ternura viéndolos juntos y armónicos. Me transmiten amor y paz.

    Malania

    Imagen: R. E. Ch.

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    PETRONA

    Ha nacido junto a varios más, no sé bien cuántos. Fueron creciendo con la ventaja del calor de los días y el alimento que mamá gata conseguía en el vecindario, más la leche materna. Pero llegó el momento que cada uno debía conseguir un hogar para vivir y sobrevivir.
    Un día de lluvia apareció ante la puerta de Vero un pompón que maullaba. Sin pensar lo hizo pasar para darle de comer. Le preparó una cama con una caja y una pequeña alfombra que ella misma había fabricado. A Vero le gustaban las artesanías y tenía especial habilidad para esas cosas.
    Debía encontrar un nombre pero la duda se presentó cuando su hija le preguntó: ¿Es él o es ella? No se sabía porque no querían tocar al pompón para no ahuyentarlo; y lo llamaron Petrona.
    Cuando se domesticó después de varias semanas, Petrona se tiró patas arriba para dormir más cómoda en su caja, mientras Vero preparaba el almuerzo. Para sorpresa de los moradores, vieron ahí que era gato y no gata. Rieron hasta que lo despertaron. Petrona los miró y como no entendía nada, siguió durmiendo plácidamente.
    Ahora es tan mimoso y confianzudo que duerme a los pies de Vero y cuando ella estudia el curioso Petrona se acuesta sobre las hojas para llamar la atención. Busca mimos o avisa a su dueña adoptiva que es hora de descansar. Es una mascota adorable.

    Malania

    Imagen: V. D. S.

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    DE BRILLANTE A RUDO

    Y viceversa.

    Hay cosas que suceden inesperadamente, nos toman por sorpresa y ocurren por casualidad. Pero están los que dicen que nada es casual pero sí, causal. Todo tiene un porqué.
    Él era brillante, tanto en su aspecto personal, en su trabajo, en el amor. Pero de un día para otro su rostro se volvió rudo y curtido. Comenzó a tener dificultades en la vida. Una ráfaga trágica lo envolvió desmoronándolo como un bloque de dureza escultural.
    Inmerso en un mapa modificado, con una negrura aterradora y profética, se convirtió en una roca en medio de la tempestad familiar. Nadie lo entendía, nadie lo apoyaba.
    Azotado por las olas del sufrimiento, respondía lleno de cólera.
    Hasta que decidió mudarse a otro país, convencido de que allí algo lo salvaría.
    Y fue así que encontró, luego de vagar por muchos días seguidos, sin conocer demasiado de donde estaba, a un indio, que se dedicaba a curar todo aquello que los médicos no hallaban solución. Obedeciendo al pedido de “El indio” –así lo llamaban en la región- concurrió al lugar citado, una hermosa montaña con vista al mar. Fueron nueve días entre martes y viernes. Luego de un breve tiempo de haber seguido las indicaciones del “médico (no médico) curandero”, volvió a ser aquel hombre brillante y activo como  lo era antes. No quiso volver a su país.
    Conoció en una de las sesiones de “El indio” a una mujer encantadora, que lo ayudó a conseguir un trabajo digno de acuerdo a su profesión, abogado, escritor y poeta.
    Al enterarse de lo sucedido, sus familiares le pidieron que volviera. Pero él prefirió hacer caso a su corazón, se quedaría allí donde le devolvieron la vida.

    Malania



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    VIOLETAS DE VIOLETA

    Era la tercera hija del matrimonio y primera mujer. Se llamaba Violeta, muy  bonita, no tanto como una flor, pero no era fea. La afeaba su forma de ser.
    Un día se enojó con su madre y le arrojó una silla de madera dura, esa que su mismo padre había fabricado. Por suerte la mujer mayor pudo esquivarse y no le hizo daño, pero con la silla rompió dos vidrios de la ventana de la cocina que daba a la calle.
    En el pueblo no se conseguían y mientras tanto, para impedir que penetre el frío viento de invierno, su padre tapó los grandes agujeros provisoriamente con pedazos de madera.
    Esos ataques de nervios solía tener de tanto en tanto cuando su madre la reprendía por algún comportamiento fuera de lugar, o cuando pedía algo que no se le podía conceder.
    Había estudiado en una Escuela Profesional de Mujeres. Sabía confeccionar muy bien prendas a medida y con eso aportaba económicamente a su familia. Quizás ese era uno de los motivos de sus ataques.
    Violeta se casó, tuvo varios hijos. Pero su enfermedad de estrés incontrolable nunca pudo superar, y lo que hacía antes con su madre, también lo siguió haciendo con su marido e hijos. Fue siempre violenta y compulsiva.
    Su hermana menor nunca comprendió el motivo de esa forma de ser.
    A Violeta le gustaban las flores silvestres del color de su nombre.

    Imagen propia.

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    MISTERIOSO Y NATURAL

    Lejos de las paredes de las casas, como migas solitarias resbalan desde lo alto, pedacitos de madera y de historia, como amortiguando la angustia de algún vacío. 
    Sentado a la vera del camino él hablaba de ella con pérfida ironía; se lo notaba poco sincero. Alguien lo escuchaba con sentido banal, viendo como las sombras azules y ligeras del atardecer aproximaban la noche. Caminaron hasta el bosque para observar el puente colgante en medio de la selva. Cansados de andar prefirieron descansar, envueltos en la brisa del atardecer. Cuándo despertaron vieron con alegría las exuberantes copas de los árboles acariciándose  entre sí.  Con tonos libres de una paleta ligera, diferente, en sorprendente composición natural cuyos roces entre ellos sonaban en armonía,  transmitían la fragancia del bosque energético que estaba allí y a sus pies se exponía. Vientos alisios y contralisios unos al derecho y otros al revés hablaban entre ellos, como si estuvieran tramando algo para transmitirlo en el momento de la última iluminación del resplandor silencioso del atardecer.  
    Jacinto estaba allí, dispuesto a comenzar una vida de meditación. Se había separado de su novia, nadie nunca supo el motivo. El taxista que lo había llevado al boque energético solo esperaba que Jacinto le pagara el viaje para continuar con su trabajo.

    Imagen propia.