• Poemas

    EL VÉRTICE DEL AMOR

    Ayer, recorrí caminos,
    por la playa,
    bajo el cielo,
    por el mar.
    Vi las colinas nevar.
    Atravesé el espacio,
    navegué por las nubes,
    recorrí las calles
    de la gran ciudad.
    Me pregunté, si es bueno
    un mundo paralelo,
    creado desde el amor,
    rodeado de sueños.
    Mundo paralelo u oblicuo,
    real o imaginario,
    de noches y de días,
    de inviernos y veranos.
    Fue que en una ventana,
    por caminos diferentes,
    nació una perpendicular.
    Y en su intersección,
    encontramos un vértice.

    Hoy, recorrí un camino,
    lentamente, pacientemente.
    El camino que nació por amor,
    y vive por amor.
    No quiero regarlo con lágrimas,
    quiero regarlo con rocío del alba.
    No deseo que muera por amor.

    Caminé y caminé.
    ¿Estaba allí?…
    Me detuve ante su mirada,
    ante sus palabras.
    Observé sus atajos,
    sus ocurrencias,
    vocablo por vocablo.
    Como si escuchara su voz.
    Me deleité con las flores,
    más bellas del universo,
    de algún lejano jardín,
    allí donde nació mi amor,
    entre jazmines o amapolas,
    entre azucenas o rosas.

    Y decidí esperar,
    en el tiempo y la distancia,
    con dulzura, con pasión.
    Lo esperaré sin ansiedad,
    con el don de la vida
    que junto al tallo del amor
    me traerá una rosa rosa,
    de esas rosas que sembré,
    cuando me interné en el camino,
    en el gran camino del amor.

    Malania

    Imágenes:  Propias

  • Cuentos,  Sueños

    EL DINERO NO ES TODO

    REPORTE DIARIO. Primera entrega.

    -“Como si fuera un reporte diario, escribo esto para no olvidar”. Lo dijo Rubén y lo hizo.

    “Hoy 24 de Mayo de 2021, o más bien anoche, ocurrió algo diferente.
    Mis sueños fueron, por primera vez en mucho tiempo, algo completamente distinto a lo de siempre.
    Esta vez, soñé sin saber cómo ni por qué, con que participaba de una banda que nos hacíamos de una gran cantidad de dinero. Pero, la verdad, era que no lo robábamos ni asaltábamos a nadie. Era muy extraño.
    Tampoco recuerdo quienes eran los demás. Eso sí: debimos ser 5 personas. Y lo recuerdo porque uno de todos los que estábamos repartiéndonos esa enorme cantidad de dinero dijo: “Bien, pero fui yo el que preparó las cosas y compró todo lo necesario para que vengamos a tomar todo este dinero, me merezco algo más, o la devolución de mis gastos…”. Yo fui el que respondí a aquello, diciendo: – “Es justo que le demos una quinta parte de todo lo que nos estamos embolsando, ya que, gracias a él, podemos hacerlo. A partir de este momento, haré 5 pilas de fajos con billetes de los cuales, uno de ellos, será para él…”
    No había, en realidad, en mí, ningún egoísmo, sino sólo agradecimiento. Era una cantidad tan grande, que ni siquiera éramos capaces de contar todo ese dinero. La sensación que yo tenía era que no iba a poder gastarlo por el resto de mi vida, estaba allí (era una mesa grande, como llena de fajos de 100 billetes de $100 dólares cada uno, es decir 10 mil dólares por fajo), y los estaba poniendo cuidadosamente en una caja grande de cartón, bien acomodados en la misma, para que quepan más. Tampoco sentía miedo, ni ansiedad. Era simplemente algo de lo más común, como una cosa natural, más natural que caminar.
    Una vez que llené mi caja, y que separé lo que había decidido entregar a quien nos llevó hasta el lugar, pensé que lo que tenía en esa caja era suficiente para mí, por lo que decidí envolver la caja con un pliego de papel madera, y salir de allí. Mientras tanto, veía a los demás que seguían tomando fajos de billetes y llenando bolsas. No me importó, yo ya tenía lo que consideraba suficiente para mí.
    Pensé -en ese momento- en retirarme de allí antes de que se terminen de repartir el dinero. Creo que el sentimiento justo para ese instante fue que aquellos (a quienes no conocía, ni siquiera los había visto en mis sueños) podrían ponerse violentos y tratar de pelear por quitarles a los demás el dinero que habían separado para sí. Yo me pregunté: “¿Qué sentido tiene pelear por un fajo -o muchos- más, cuando uno pudo separar todos los que quiso, sin que los demás lo molesten? Pero entendí que la avaricia humana es infinita, y que -no conociendo a los demás- estaría tomando un riesgo innecesario si me quedase.
    Así, tomando mi caja de cartón llena de fajos con dinero, envuelta en papel madera (todo muy elegantemente envuelto, y preparado), me escabullí de allí, prácticamente (al menos esa era la idea), sin que me vieran. Y al salir de allí fui hasta una habitación de hotel (al parecer, estábamos en un edificio que parecía un gran hotel, pero donde nuestras habitaciones parecían un departamento, o quizás una oficina) en la ciudad de Buenos Aires. Había una especie de placar, sobre una pared, con una gran cantidad de puertas. Abrí una de ellas y coloqué la caja con todo el dinero adentro.
    De pronto, recordé que debía hacer una diligencia en algún lugar de la ciudad, y se me estaba haciendo tarde. Con lo que dejé las cosas allí, y salí para hacer aquello que debía (no recuerdo ni qué era, ni para qué). Tampoco recuerdo en qué viajé para hacer esa diligencia, aunque parecía ser un tren, o el subte. Viajé cómodamente y con rapidez, hasta que me bajé en algún lugar y empecé a caminar, para llegar a dónde tenía que ir.

    Mientras caminaba comienza otra parte de mi sueño. Como siempre, es casi imposible para mí hacer más de una cosa a la vez. Es decir: puedo hacer una cosa a la vez, pero en esos momentos, empiezan a generarse innumerables pensamientos en mi mente, que me hacen hasta olvidar adónde voy. Y esto ocurrió. De pronto, empecé a pensar en cómo retiraría el dinero de dónde lo había guardado. Y peor ¡por qué lo había dejado abandonado en un lugar que no tenía seguridad de nada, para venirme a hacer una diligencia que ni siquiera recordaba, y que jamás tendría la mínima importancia frente a aquella enorme cantidad de dinero que había colocado en la caja!!
    En aquel momento fue cuando entraron los malos pensamientos. No importaba qué fue lo que pensé hacer que era importante: “no lo era”. Lo importante era volver a buscar el dinero, pero ¿aún estaría donde lo dejé? Y si vuelvo ¿no me encontraré con aquellos con quienes estuve sacando todo aquel dinero de la gigantesca mesa que, habiendo terminado con su labor, me estén buscando para quitarme la parte que yo tomé? O peor: ¿podré sacar esa caja grande con dinero -que además pesa bastante- del edificio donde la dejé sin que nadie se interese por ver lo que llevo? ¿Y si me para un policía? ¿Qué le podría explicar a un policía? Yo sabía que no había asaltado a nadie, pero también sabía que era algo que no me había ganado trabajando. Alguien me llevó a ese lugar, donde se encontraba todo ese dinero, y nos dedicamos a colocarlo en una bolsa o una caja, para llevárnoslo, y nada más. ¿Fue eso un robo? Yo ni lo había pensado, pero cualquier policía pensaría eso y alguien más hasta podría matarme para quitarme el dinero.
    Tenía que hacer las cosas diferentes, de una manera más natural. Hoy, la gente joven, cargan todos ellos una mochila, ya sea para ir a trabajar, al colegio, o por cualquier cosa. Llevar una mochila y poner dentro el dinero podría ser la solución. Pero tengo mi mochila en mi casa, y debería ir a buscarla. Claro que esto me llevó a otra preocupación: ¿Cómo hago para llegar a mi casa desde allí? No tenía en claro ni dónde estaba. Más aún: ¿Entrarán todos esos fajos con dinero en mi mochila? No estaba seguro. Pero lo peor: ¿Cuánto tiempo me llevaría el ir a buscar la mochila y volver? ¿Estaría aquella caja con dinero en el mismo lugar cuando finalmente vuelva? Si aquel edificio era un hotel, y yo había salido de la habitación, había la posibilidad de que la gente del hotel hubiese alquilado la habitación a otra persona, quien quizás hubiese encontrado ya mi caja con dinero, y no me quedase nada. Es decir, una gran posibilidad de que hubiese perdido todo. Y peor aún, encontrarme con aquellas otras personas que estuvieron retirando dinero y sabrían que yo tenía una parte, y trataran de quitarme algo que realmente en este momento ni tenía, sino que lo había olvidado en aquel placar de una habitación de hotel que ni siquiera recordaba cuál era la ubicación del hotel o edificio. Tampoco recordaba siquiera el número de habitación.
    Creo que la angustia que me estaba causando este sueño a esta altura del asunto hizo que es ese momento me despertase. ¡Y me sentí feliz de darme cuenta que era sólo un sueño!
    También me sentí feliz de que no me hubiese importado mucho toda esa enorme cantidad de dinero que había guardado en la caja, que parecía que era como para vivir más de 3 vidas. Nunca lo miré al dinero como si fuese una cosa importante. Mientras recogía los fajos de billetes, le daba menos importancia que si fuesen frutas colocándolas en una bolsa del mercado.

    Al final, incluso me llegó un sentimiento de alegría por no tener ese dinero. Por no tener que pensar qué haría con eso, y que tenerlo, posiblemente me alejaría de todas las personas que tengo cerca, ya fuese porque las conozco personalmente, o no. La avaricia y el egoísmo son -además de pecados capitales o, al menos, la “avaricia” creo que lo es- sentimientos que “pudren” no sólo el alma de las personas, sino también de aquellos relacionados con uno. Y no quiero eso. No quiero volver a la pudrición de vivir sólo por el dinero”.

    Continuará el próximo domingo 06-10-24

    Malania

    Imagen: de la red

  • Descripción

    ESCALERA CARACOL

    Las primeras escaleras caracol fueron construidas en la Edad Media con una finalidad militar. Su principal objetivo era proteger la fortaleza o castillo en el que se encontraban. Y se caracterizaban por su circulación hacía la derecha para mejorar la defensa.
    De esta manera, las escaleras de caracol más primitivas, limitaban el acceso de posibles invasores. Esto se debe a que tenían menos visión y sobre todo menos espacio para realizar movimientos de espada con su mano derecha, justamente al contrario que los defensores, que contaban con todas las ventajas posibles para manejar sus armas.
    Además de esto, no disponían de barandillas para aumentar las posibilidades de defensa, porque esto facilitaba que el defensor pudiera dar un golpe seco al atacante y hacerle caer escaleras abajo sin posibilidad de agarre.
    Sin duda, las primeras escaleras de caracol de la historia son todo un ejemplo de creatividad funcional.
    La escalera de la fotografía fue construida dentro de una altísima torre circular. En su interior posee ventanas pequeñas para el ingreso del aire y luz natural. Subir hasta el último escalón me ha costado bastante, pero me permitió disfrutar de la vista general de toda la ciudad.

    Malania

    Imagen: Guillermo F. T.

  • Minicuentos

    COMO CONO TRUNCADO

    En el corazón de una ciudad futurista, se alzaba un edificio que llamaba la atención de todos los que pasaban por allí. Era una estructura moderna, con una forma de cono truncado que reflejaba el sol en sus paredes y ventanas. Sus pisos se iban reduciendo en tamaño a medida que ascendían, dando la impresión de que el edificio estaba a punto de ser lanzado hacia el cielo.
    Este edificio, no solo era una obra arquitectónica, sino también un símbolo de la innovación. Los habitantes de la ciudad y los turistas habían aprendido a apreciar la singularidad del cono truncado, que era mucho más que una simple edificación: era un punto de encuentro para la comunidad, un centro de atracción artística y un lugar de reflexión y meditación.
    En su punto máximo de altura, había una terraza abierta al público. Desde allí, se podía observar toda la ciudad con una vista panorámica impresionante. En una tarde despejada, la joven artista Amalia subió a la terraza con una misión: capturar la esencia del lugar en su lienzo.
    Mientras pintaba, Amalia no pudo evitar sentir una conexión especial con el edificio, que no solo parecía un faro de progreso, sino también un guardián de los sueños y aspiraciones de quienes vivían a sus pies. La forma truncada del cono representaba, para ella, los desafíos que se enfrentan al alcanzar grandes alturas, pero también la promesa de que siempre había un horizonte nuevo por descubrir.
    Amalia concluyó su pintura justo cuando el sol comenzaba a ponerse, y el edificio reflejaba una gama de colores cálidos que parecían fundirse con el cielo. Con una sonrisa satisfecha, miró su obra y supo que había capturado algo más que una imagen. Había capturado el espíritu de la ciudad y la esperanza que emanaba de aquel monumento moderno.
    La artista grabó un recordatorio tangible: de que los sueños, aunque desafiantes, siempre encontraban su camino hacia el cielo.

    Malania

    Imagen de la red.

  • Cuentos

    INCENDIO

    Era una tarde calurosa, con el sol brillando con intensidad sobre los campos en parte verdes, en otras, dorados. En una pequeña aldea, las familias se dedicaban a sus tareas diarias, disfrutando de la tranquilidad que ofrecía el entorno rural. Sin embargo, esa calma estaba a punto de ser interrumpida de una manera inesperada.
    Como lo hacía habitualmente, Pedro, un joven granjero, estaba trabajando en su huerto. Mientras plantaba verduras, vio una columna de humo elevándose a lo lejos. Al principio pensó que era una fogata de algún vecino, pero pronto se dio cuenta de que el humo se estaba volviendo más denso y se extendía rápidamente.
    Pedro dejó sus herramientas y corrió hacia la colina que le ofrecía una mejor vista. Lo que vio le heló la sangre: un incendio se había desatado en la ladera opuesta, y el fuego se estaba extendiendo rápidamente hacia su dirección. El viento norte soplaba fuerte, empujando las llamas hacia los campos que había trabajado tan duro para cuidar.
    Sin perder tiempo, Pedro comenzó a alertar a sus vecinos. Con su voz resonando en la tarde calurosa, corría de casa en casa, llamando a todos a la acción. – ¡Hay un incendio en el campo! ¡Tenemos que ayudar a apagar el fuego! ¡Llamemos a los Bomberos!  
    Los aldeanos se apresuraron a salir de sus casas, algunos en estado de pánico y otros con una determinación feroz. Las familias se reunieron, recogieron a sus animales y se dirigieron al punto más alto de la aldea, lejos del fuego. Mientras tanto, Pedro y un grupo de hombres comenzaron a organizarse para luchar contra el incendio.
    El fuego avanzaba rápidamente, y pronto las llamas comenzaron a devorar los campos de trigo y las zonas boscosas. Pedro sabía que necesitaban una estrategia para frenar el avance del fuego. Decidió dividir a los aldeanos en equipos para trabajar en varios frentes. Algunos usaban cubos de agua y mangueras para intentar controlar las llamas, otros cortaban ramas de árboles y con eso golpeaban los pastos más cortos para apagarlo.
    A medida que avanzaba la tarde, la lucha contra el incendio se volvía cada vez más difícil. Los hombres estaban agotados, y las mujeres se turnaban para llevar agua y aliento a los que estaban en el frente de batalla. A pesar de sus esfuerzos, el fuego seguía avanzando, consumiendo todo a su paso.
    Justo cuando parecía que todo estaba perdido, llegó una brigada de bomberos de la ciudad vecina. Habían escuchado las noticias del incendio, alguien dio aviso de lo que estaba sucediendo, y acudieron en ayuda. Equipados con camiones de agua y mangueras de alta presión, se unieron a la lucha y, finalmente, lograron controlar el fuego.
    La noche cayó, y el incendio se extinguió, dejando tras de sí una extensión considerable de campo quemado. Los aldeanos, aunque cansados y tristes por la pérdida, estaban agradecidos por la ayuda recibida. Se reunieron en la plaza de la aldea para celebrar su valentía y el esfuerzo colectivo que les permitió salvar vidas y propiedades.
    Pedro, exhausto pero satisfecho, miró los campos quemados y su huerto intacto, porque gracias al riego artificial que hacía poco había instalado, el agua no permitió que el fuego avance en ese sector y en otros cercanos. Agradeció a Dios por la comunidad que estaba unida y que juntos podrían superar cualquier desafío.
    Así, aunque el incendio dejó cicatrices en el campo, también fortaleció los lazos entre los aldeanos y demostró el poder de la solidaridad en tiempos de adversidad.
    En el aire flotaron preguntas y hasta hoy quedan recuerdos: ¿Cómo se produjo el incendio? ¿Una botella de vidrio que alguien tiró y quedó expuesta al sol? ¿Una colilla de cigarrillo?
    Sobre todo en días de calor intenso, se deben tomar precauciones para evitar este tipo de accidentes.

    Malania

    Imagen: Bomberos

  • General,  Prosa Poética

    CAMINOS DE VIDA

    El tiempo corre y se desplaza en silencio por los caminos de la vida. Con momentos apacibles, alegres y soñados, y de repente aparecen otros fastidiosos, ingratos, molestos o como quieran llamarlos. O aunque no los llamemos solos aparecen.
    Quizás la lluvia sea el llanto de las nubes, y el viento el frescor del peregrino. Ambos irrumpen cuando los necesitamos o cuando no son necesarios. Eso escapa a nuestras manos y decisiones.
    A veces caminamos sin darnos cuenta del color de la tierra que hay bajo nuestros pies, o del color de las hojas de los árboles que nos dan la tan necesaria y deseada sombra en cálidos y sofocantes días de verano.
    El tiempo corre, no se detiene ni se vuelve atrás.
    Es necesario que la gente, todos nosotros, cuidemos el medio ambiente, la tierra, el agua, la vegetación, etc. Tomar conciencia desde pequeños que sin la naturaleza no es posible una buena vida.
    Hoy  veía cómo limpiaban las calles y cordones cuneta, los empleados públicos municipales. ¿Cuánto durará esa limpieza? Algunos no valoran el trabajo  de esa gente y es lamentable. No cuesta nada respetar las leyes, sobre todo para vivir en un ambiente limpio, con aspecto agradable a la vista de los que viven en el barrio, pueblo o ciudad y también para dar buena impresión a los visitantes.
    Poner la basura en el lugar que corresponde, no tirar en los espacios públicos que pertenecen a todos.  Porque si todos cuidamos de esto, no se multiplicarán los roedores y los insectos que pueden producir enfermedades.

    Malania

    Imagen: Rosana G. B.

  • Poemas

    CAMPO Y CIUDAD

    En el campo, la quietud susurra su canción,
    bajo un cielo vasto, sin fin ni condición.
    La tierra se extiende, verde y serena,
    donde el tiempo transcurre sin prisa, sin pena.

    Los campos dorados bailan al viento,
    mientras el sol pinta de oro cada momento.
    El aroma a tierra mojada al amanecer,
    perfuma la mañana, fresca como el agua a beber.

    En la ciudad, un mar de luces y ruido,
    donde el tiempo se escapa, fugaz y perdido.
    Edificios altos, aceras llenas de prisa,
    cada paso apresurado, en la vida precisa.

    Las calles respiran historias sin fin,
    en cada esquina, un sueño que empieza a vivir.
    El bullicio constante, la gente que va y viene,
    en busca de un destino que nunca detiene.

    Campo y ciudad, dos mundos en contraste,
    uno de paz y otro de prisa constante.
    En ambos se escribe la vida con pasión,
    cada uno único, en su propia canción.

    Pero a veces hay sorpresas:

    Un cerdo se pasea bajo la luz del sol y calle cementosa,
    en un barrio tranquilo, cerca de la ciudad bulliciosa.
    Y  otro, en el campo sereno, bajo el sol radiante,
    se deleita en la tierra, o en el pasto, libre y vibrante.

    Malania

    Imagen: Yoyi G.

  • Poemas

    ATARDECER ESPECTACULAR

    En el atardecer de cielo multicolor,
    la luz del sol se filtra tamizada entre las nubes,
    pintando el río como un espejo de cristal,
    reflejando sombras del bosque a lo lejos.

    El cielo teñido de tonos cálidos y serenos,
    mientras las nubes navegan al compás del viento,
    los árboles se estiran hacia el horizonte,
    proyectando sus siluetas en el agua quieta.

    Un aroma vegetal perfuma el aire
    mientras el atardecer susurra secretos al río,
    que guarda en su reflejo el eco del crepúsculo,
    pintando de misterio, en dorado el paisaje.

    Así se funden la luz y la penumbra,
    en el vaivén del día que se despide,
    el río espejo guarda los rayos del sol  
    bajo el lienzo del cielo multicolor.

    Malania

    Imagen: Costanera de la ciudad de Puerto Rico, Misiones Argentina,
    sobre Río Paraná, frontera con Puerto Triunfo, Paraguay.
    Gentileza de Rosana G. B.

  • Relatos

    ATARDECER BERMELLÓN

    Desde temprano un viento frío barría el patio de tierra y silbaba entre las plantas de bambúes. – Es el otoño que está frente a nosotros- dijo ella. El viento se llevaba las hojas secas pero luego las traía de regreso, cambiaba de dirección como queriendo jugar a destiempo.
    El sol no se quería ir. La noche se resistía a desplazar al rey e imponer su color azabache. Luego la luna llena y los hogares dentro de las casas se encargaron de iluminar al tiempo que nadie se disponía a dormir esperando el día festivo.
    El mismo aire lo anticipaba.
    Las calles de la ciudad se iluminaron anticipadamente con guirnaldas de diferentes colores.  Ella las había recorrido miles de veces, aun cuando todavía no estaban asfaltadas. Las conocía de memoria tanto así que podía ir a ciegas sin tropezar.
    Llevaba  el peso de los días anteriores sobre los hombros. Pero nada ni nadie podría opacar poder pasar feliz la fiesta en familia.
    Estuvo sentada un rato largo en uno de esos bancos que le traían muchos buenos recuerdos. Aspiró el aire a puro pulmón, se subió el cuello del abrigo, se rodeó su cuello con la bufanda y emprendió el regreso a casa.
    Todos estuvieron preocupados hasta que la vieron entrar por el gran portón de madera.

    Malania

    Imagen: R. E. S.

  • Relatos

    DÍA DE LLUVIA


    El día estaba gris. Cielo cubierto de nubes que daban un tono oscuro.
    La lluvia ya se hacía presente. Marta, sentada cerca de una ventana de su sala que dejaba ver a la calle, se mantenía muy entretenida.
    Jugaba con su imaginación mientras veía el agua caer sobre la ciudad.
    No perdía de vista nada; un señor bastante gordo intentaba cruzar una cuneta desbordante de agua. Le resultaba gracioso ver lo que hacía para poder llegar al otro lado.
    Dos jóvenes descargaban un camión frente a un comercio sin importarles que lloviese.
    Dejando volar la imaginación se entretuvo con todo lo que veía.
    Mirando al cielo las nubes hablaban entre sí entretenidas, se sentían cómodas dejando que el agua mojase a todos los que en la calle andaban.
    Los canales le parecían grandes ríos, algunos con respectivas crecidas por estar desbordados.
    Así su imaginación crecía, no demoró en ponerse a contar la cantidad de vehículos que cruzaban frente a su casa.
    El tiempo pasaba sin distraerla, ese día de lluvia la seguía entreteniendo más.
    El paisaje se veía diferente con algunas luces encendidas, quería dejar todo eso escrito en papeles pero no sabía cómo hacerlo.
    Lo suyo no era la escritura, trató de guardar todo en su memoria, para contarlo después como una bella historia maquillada con la magia de su imaginación.
    Dicha historia la llamaría DÍA DE LLUVIA, seguro atraparía a quien la escucharla.

    Autor: Poeta uruguayo Miguel Márquez

    Imagen de la red