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    MIRAMAR DE ANSENUZA

    Recientemente he visitado Mar Chiquita en la localidad Miramar de Ansenuza.
    Algunos comentarios del guía de turismo me llevaron a investigar más sobre el tema.
    Él comentó que según versiones de los antiguos habitantes del lugar, en la ciudad se había formado un hoyo profundo del cual brotaba agua. Cada día aumentaba el volumen del preciado líquido, hasta tal punto que comenzó a inundar la región, obligando a los pobladores a abandonar su residencia.
    Adjunto una fotografía de una parte de la ciudad sumergida y que ahora, debido a las sequías y bajo caudal de agua, han emergido árboles petrificados y pilares de construcciones antiguas. Y del hotel Viena, muy deteriorado, y que también ha estado bajo agua por mucho tiempo.  

    Miramar de Ansenuza
    Es una población ubicada en el noreste de la provincia de CórdobaArgentina, en el departamento San Justo, sobre la costa sur de la gran laguna de Mar Chiquita (es la única población situada a la vera de “La Mar”, como la llaman sus habitantes.
    Su clima es muy agradable, templado cálido con abundante heliofania (brillo solar) casi todo el año. El balneario se desarrolló rápidamente entre los años 1940 y 1960, merced a las propiedades terapéuticas de los barros y aguas saladas de la gigantesca laguna de Mar Chiquita o Mar de Ansenuza (el espejo de agua más grande de la Argentina y segundo de Sudamérica, después del Lago Titicaca). Hacia 1970, Miramar llegó a tener una población estable de unos 4500 habitantes, con 110 hoteles y un casino.
    Los primeros residentes fueron cordobeses y santiagueños, que se establecieron de manera espontánea desde, al menos, 1903.
    El agua para beber se traía desde Pozo de los Bueyes, a 25 km de la costa, hasta que alrededor de 1910 se descubrieron pozos surgentes con agua potable. A partir de 1912, los turistas podían llegar en tren a la localidad de Balnearia y, tras cruzar 12 km de tierra, arribar a Miramar (el camino recién se pavimentó en 1954). El ferrocarril trajo nuevos habitantes a lo que era una estación balnearia sin caminos, ni electricidad, ni gobierno comunal.
    La fecha oficial de fundación fue el 18 de noviembre de 1924.
    El hotel de Victorio Rosso, construido en la década del 1920 fue, indudablemente, un hito urbano. Por aquellos años, se ingresaba al pueblo por este hotel y el cartel que anunciaba su nombre: Mira-mar es, para muchos, el origen del nombre a la localidad. Un Ford T carrozado unía a Miramar con Balnearia, desde donde el tren o la empresa de autobuses El Tío, trasladaba a los viajeros de y hacia Córdoba, capital.
    La fangoterapia fue uno de los principales atractivos del lugar, ya que se la recomendaba como cura para el reumatismo, entre otras afecciones. A pesar de la sequía que se extendió desde 1944 a 1955, las propiedades curativas del agua eran aún más intensas, pues tenía más de 200 gramos de residuos salinos por litro y el fango era de fácil extracción. En 1948 se construyó el primer canal de un kilómetro y medio de largo y un metro de profundidad para llevar las aguas a las piletas de inmersión.
    Más tarde, el desarrollo económico de la población añadió la cría de coipos (llamados localmente “nutrias”) en cautiverio (en 1951, produjo doscientas mil pieles de un centenar de criaderos) y una producción hortícola intensiva. En 1957 la laguna volvió a acercarse a Miramar, avanzando dos años después sobre su costanera, por lo que a fines de 1959 se reforzaron con piedras sus defensas costeras. En 1961 las aguas retrocedieron otra vez anunciando una nueva sequía.
    Hasta 1977 hubo más de 100 establecimientos hoteleros en Miramar. El más importante de ellos fue el Gran Hotel Viena, fundado en 1941, en funciones desde 1943 y concluido en 1947.

    Gran Hotel Viena
    Este hotel, situado casi a la vera de la laguna, estaba dotado de los más avanzados servicios de la época; aire acondicionado central, ascensores y generador de electricidad. Se lo consideraba uno de los más importantes de la provincia de Córdoba.
    Durante la inundación que comenzó en 1977, fue seriamente afectado en su estructura y quedó abandonado. Desde entonces se han desarrollado leyendas y relatos ficticios alrededor del mismo, incluso relacionándolo, por el origen de la familia Pahlke, (quien construyó ese hotel) con el nazismo. Se trata de narraciones falsas, que sirven como atractivo turístico. En la actualidad se realizan visitas guiadas a sus ruinas.
    En 1977, se produjo una gran inundación debido a los excesivos aportes hídricos del río Dulce, el principal tributario de la laguna, el Suquía y el Xanaes. El incremento de agua fue consecuencia de las masivas deforestaciones en las yungas y en los bosques y selvas autóctonas de la región chaqueña, ya que al faltar una importante cobertura arbórea, el agua discurrió superficialmente y laminarmente a gran velocidad en una onda hasta encontrar su nivel de base en la Mar Chiquita.
    Esta inundación sumergió la planta original de la población, unas 37 manzanas, quedando numerosas viviendas, hoteles y comercios bajo el agua y significó una emigración masiva de sus pobladores.
    Durante todo ese periodo la única alternativa económica casi se redujo a la cría de coipos, con fines peleteros.
    Muy lenta y gradualmente el poblado se fue refundando a partir de mediados de los años 1980, tomando como su centro, las manzanas que quedaron a salvo de la invasión de las aguas salobres. Tal relocalización se ha efectuado al sur de la primera, alejada del nivel máximo que puede alcanzar la laguna.
    En 2003, nuevamente ingresó un caudal importante de agua amenazando con superar la nueva cota del pueblo, razón por la cual la población de Miramar se mantuvo en vigilia durante algunos meses. A partir de 2005 el nivel del agua comenzó a bajar sostenidamente hasta aproximadamente 2012. En esa oportunidad comenzaron a observarse nuevamente, después de más de 30 años, los ruinosos vestigios del que fuera el antiguo y próspero centro de la localidad. En los primeros meses de 2016, y como consecuencia de las intensas precipitaciones de los dos últimos años, el “Mar de Ansenuza” ha visto incrementado nuevamente su nivel, pero sin presentar riesgo alguno para Miramar.
    Tras estas inundaciones y con la inmersión de construcciones completas, incluida una iglesia, el gobierno provincial, ocupado por militares tras el Golpe de Estado de 1976, decidió detonar las estructuras para evitar que, ante una eventual bajante, se derrumbaran.
    En el siglo XXI, Miramar se encuentra en un período de florecimiento económico, ayudado por el arribo de una gran cantidad de turistas, procedentes en su mayoría de las provincias de Córdoba y Santa Fe, quienes han elegido esta segura y apacible localidad para vivir durante el período de vacaciones. También, aunque en menor caudal acuden turistas de diversos puntos del país y del extranjero.
    En 2008 el área de Mar Chiquita fue declarada, en una votación organizada por el gobierno provincial y el diario La Voz del Interiorprimera maravilla natural de Córdoba, distinción que permitió un exponencial crecimiento del número de visitantes.
    El municipio ha destinado recursos para remozar las diferentes playas de Miramar, construyendo duchas de agua dulce, plataformas de madera, y escaleras de hormigón, para facilitar el acceso de los turistas a la laguna. Durante los meses de verano, sus playas se colman de visitantes desde horas muy tempranas y hasta la caída del sol, aprovechando las bondades terapéuticas de sus cálidas aguas salobres, que se mantienen así durante todo el período estival.
    Cinco kilómetros al este de Miramar se encuentran las ruinas de lo que alguna vez fue la próspera “Colonia Müller”, enclave de inmigrantes alemanes e italianos dedicados a las labores agrícolas.

    Malania

    Información de la red.

    Imágenes propias.

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    CARDONES EN JUJUY Y SALTA

    Hay muchos cardones en esta zona. Pero se destaca más la de los pucará o púkara del Tilcara, Jujuy, Argentina y también en el Parque Nacional Los Cardones. También hay muchos sobre la ruta que une ambas ciudades: Jujuy y Salta.
    Pucará de Tilcara:
    ‘Pucará’ es una palabra de origen quechua que significa ‘lugar fortificado’
    Es uno de los cuatro pueblos fortificados que los habitantes primitivos de la Quebrada de Humahuaca, edificaron sobre sendos morros situados en el lecho del río Grande.
    Con construcciones características de los pueblos andinos, cumplían la función de protección de las aldeas al estilo de un fuerte o fortaleza. Se edificaban con piedras y se componían de murallas con subdivisiones internas para vivienda, acopio y otras funciones.
    En el año 2000 el sitio arqueológico fue declarado Monumento Histórico Nacional, por decreto 1012. Mientras que tres años más tarde, en Julio de 2003, la Quebrada de Humahuaca región donde se localiza el Pucará de Tilcara, fue declarada Patrimonio Natural y Cultural de la Humanidad, por UNESCO.
    El “Pucará de Tilcara” tiene una extensión de ocho a quince hectáreas y posee una antigüedad de aproximadamente 1160 años. En el pucará se han identificado varios barrios de viviendas, corrales, una necrópolis y un lugar para ceremonias sagradas, entre otros espacios.
    Por sus características, Tilcara es un lugar ideal para hacer un alto en el camino y pasar unos días en completa paz, contemplando el lento ritmo de la vida local, y disfrutando de un paisaje natural y de un cielo azul intenso como es difícil contemplar en ningún otro lugar.

    Información de la red.

    Malania

    Imagen: M. C. R.

  • Haikus

    LLUVIA

    Llueve en la ciudad.
    Los árboles florecen
    y están felices.

    El vapor sube
    El cemento se enfría
    No hay mariposas.

    Truenos y rayos
    Los pájaros se esconden
    Guardan silencio.

    Malania

    Imagen: Thay

  • Relatos

    CAMINATA MAÑANERA

    Hoy no tuve el despertar de pájaros como otros días, pero por suerte escuché la alarma. El amanecer nublado y la brisa fresca invitan, después de un día caluroso como el de ayer, a disfrutar de un rato más en la cama o en el nido.
    Salí a caminar antes de que salga el sol, pero hoy también se quedó dormido como los pájaros, porque no asomó su cara.
    Me gusta escuchar el canto del gallo desde lejos –porque en el barrio donde vivo no hay ninguno-. Hoy cantó una vez y desde algún lugar, otro respondió dos veces. Me recuerda a mi niñez. Mis padres tenían gallinas y gallos.
    El perro blanco y flaco –así es su raza, no es que esté desnutrido- acostado en la vereda de la manzana número dos, me mira, pero no mueve más que su cabeza para seguir durmiendo.
    Un suave aroma a madreselvas inunda la esquina. Todavía no están florecidas en todo su esplendor. Seguramente no es época.
    El sereno de la obra de la manzana uno, está preparando su mochila como para abandonar su puesto por hoy. Su tarea ya está cumplida.
    Me acerco a la ruta y apuro el paso. Justo dio el semáforo verde para poder cruzar y si no me apuro perderé el turno. Un joven en bicicleta cruza la colectora en rojo pero con voz de enojado me grita: -¡Por qué no miras antes de cruzar!
    ¿Qué debía mirar si el semáforo fue habilitado para mi paso? ¡Hay cada uno!…
    Al otro lado de la ruta hoy no está el hombre que siempre toma mate a estas horas en el porch. También se durmió.
    El vendedor de chipa se apura para llegar al semáforo y vender a los que esperan el turno para pasar.
    La señora de la moto, -que seguramente viene de dejar su trabajo nocturno en algún lugar, quizás cuida algún enfermo- acelera para llegar pronto a su casa. O será que viene de su casa y entra a esta hora a trabajar vaya uno a saber dónde.
    Un perro negro olfatea la cola de otro, no sé si es perra o perro, qué más da. Ambos se van juntos por una calle lateral.
    Una vez me preguntó la tía de mi nuera si yo no tengo miedo a los perros cuando salgo a caminar al amanecer. Y no, no tengo miedo. Nunca ni siquiera me ladran.
    Los acondicionadores de aire funcionan como eslabones en cadena. Todo indica que la mayoría de la gente todavía duerme. Si todos salieran a caminar –pocos lo hacen- se podría economizar energía eléctrica y aumentaría la energía humana. Algunos suelen decir que están cansados, y no saben por qué.
    A través de una ventana entreabierta se escucha una música que no puedo distinguir de quién es. No me gustan los temas raperos y menos a estas horas de la mañana. Prefiero un buen chamamé o un valerón, que levanta el ánimo y obliga a saltar de la cama.
    Llego a la esquina vértice de las dos avenidas. El sereno que custodia los locales de ese lugar espera el horario para acabar su tarea, mientras un perro negro y otro gris, los que siempre lo escoltan, duermen plácidamente. No son suyos, son del barrio y lo acompañan todas las noches, según dijo a un interlocutor que esperaba el colectivo; justo en esa esquina hay una parada.
    La panadería está cerrada, y con más razón, la heladería.
    Un conductor espera sentado en el borde de la vereda a que abra la gomería. Debe de tener pinchada la cubierta de auxilio.
    Un camión con chapa patente brasileña, largo como si estuviesen unidos dos juntos, con su carrocería totalmente tapada con lona azul, está estacionado esperando el despertar de su chofer para comenzar a mover las ruedas.
    Otro camión con su motor encendido, está pronto a salir a descargar los artículos de almacén que lleva en su carrocería.
    La señora que hace las tareas de limpieza en una iglesia cristiana, abre los dos candados del portón de frente. Hoy llegó tarde, porque la mayoría de los días cuando cruzo por aquí, hay agua en la vereda, señal de que ya ha limpiado esa parte.
    Muchos autos van por la avenida –doble mano separadas por un bulevar con senda peatonal en el medio y muchos árboles- en el mismo sentido que yo, pero por la calle de enfrente. Todos van en dirección a la ciudad. Pocos son los que vienen en sentido opuesto a mí. Algunas motos se adelantan a los automóviles y las bicicletas se desplazan por el sendero que les corresponde.
    En la esquina de la carnicería, donde doblo para caminar hasta la colectora y emprender mi regreso, está el perro de color canela. No duerme, está atento a la llegada de su protector, como buen guardián. Al otro perro del mismo color, pero más viejo, hace días que no lo veo. ¿Le habrá pasado algo?
    El verdulero hoy también se durmió. Su local está todo cerrado.
    El almacén de artículos plásticos, mayorista y minorista, también cerrado. ¡Por supuesto! Si recién son las 6.10 de la mañana. Abrirá a las 8 hs. A quién se le va a ocurrir ir a comprar algo de plástico a esta hora.
    Lo mismo ocurre con el que vende maderas. Sólo los dos perros, uno rottweiler y el otro, un cachorro ovejero alemán, duermen en el gran patio de tierra y pasto. Tienen sus respectivas casas pero prefieren estar tendidos al aire libre.
    La casa de la planta de mangos, también tiene dos perros, pero son de tamaño pequeño. Son blancos con ojeras negras. Nunca ladran cuando paso.
    Mientras camino, pienso: ¿Será que el hombre que cuida la casa de fin de semana, la que tiene un gran parque a su alrededor, estará sentado tomando mate al costado de la mansión? Me acerco y lo único que veo son flores y plantas muy bien cuidadas, y dos perros enormes –antes no había mascotas- que corretean y ladran a otros dos pequeños que salen de la casita de enfrente. El hombre del mate también se durmió.
    En la esquina hay un kiosco que nunca está abierto, tampoco tenía perro. Pero hoy me ladró, es la primera vez que escucho un ladrido hacia mí. Es que me agaché para arrancar una hoja de “paico, kaahé” o ka’a he’ê”, hierba medicinal muy perfumada que sirve para mezclar con la yerba del mate, (Las hojas con o sin el tallo se utilizan para el tratamiento de problemas digestivos. También en los niños para las diarreas, enfermedades estomacales y hepáticas. La yerba de lucero combinada con hojas de ka’a he’ê son muy efectivas para calmar la acidez estomacal) ¡Claro! La planta está en su vereda, ¡Cómo no me va a ladrar!.
    Continúo mi camino con la esperanza de encontrar al herrero, que a esta hora suele estar acomodando chapas y hierros para exponerlas al público, también para liberar espacio y poder trabajar cómodamente. Quiero pedirle que construya un armazón de sombrilla a modo de pérgola para el jazmín del patio de casa. Pero no está. ¿Se habrá quedado dormido?. Sigo caminando por la vereda, saludo al dueño de otro kiosco –este sí, siempre está abierto- y su señora, ellos siempre están tomando mate sentados en el patio detrás de la verja. Antes se sentaban en la vereda, pero hace bastante tiempo que no lo hacen. Les preguntaré un día de estos, con discreción, qué pasó, el antes y el ahora. El barrio es seguro, pero ellos viven por la colectora de la ruta, quizás hayan sufrido algún acto vandálico.
    Diviso a un hombre en bicicleta. Es el herrero que ha salido a pedalear. No sé cómo lo hace, porque en su pierna derecha tiene una prótesis ortopédica. Saludó con un Buenos Días y siguió su camino. Otro día le diré lo de la pérgola.
    Casi estoy llegando a la ruta, el semáforo habilitó el paso más largo en tiempo, pero no sé si llego para cuando me toque el turno. Así que mejor, espero al próximo.
    El vendedor de chipas sigue firme en su puesto callejero. ¿Habrá vendido algo? No lo sé ni se lo preguntaré, porque después no me lo quitaré de encima. Los vendedores ambulantes son “muy pesados”.
    Cruzo la ruta y veo al mendigo, el mismo que hace días está en esa esquina, sucio y muy flaco. Algo tengo que hacer –pienso- alguien debe que asistirlo.
    El gato blanco y gris –hoy no se me cruzó el gato negro, que según las creencias trae mala suerte, pero se me cruzó ayer y no me trajo nada- espiaba a los pajaritos que a esta hora, casi las 7 de la mañana, empezaron a cantar.
    Una casa frente a la avenida, casi al final de mi recorrido, baja, amplia, de barrio, la han pintado en dos tonos de verde y el piso lo han esmaltado de rojo. Quedó preciosa. Qué lindo es ver casas bien pintadas y con jardines.
    En el destacamento de policía ya han izado la bandera argentina y también la de la provincia. Todos los días la arrían antes del ocaso y la vuelven a izar temprano, al salir el sol.
    Llego a casa. Me reciben no solo mis perras con sus colas de plumero sino también los pajaritos que piden comida con sus trinos. ¡Vaya recibimiento!
    Y así, día a día siempre que el estado del tiempo y mis actividades de jubilada me lo permiten, realizo la caminata diaria. Es una forma de sentirme bien, feliz de poder hacerlo y me olvido de cualquier dolencia que pude haber tenido antes de salir, si me dolía una pierna o cualquier otra parte del cuerpo.
    CAMINAR HACE BIEN A LA SALUD.

    Malania.

    Imágenes propias.

  • Relatos

    DESPUÉS DE LA SEQUÍA

    Por R. E. Ch.

    Volvió la lluvia a la ciudad, y también al campo, en Argentina, luego de tres años de sequía.
    Una amiga, en su blog, recordó su alegría de niña, cuando empezaba a caer la lluvia, que podía mirar hacia el cielo para sentir como esas primeras gotas frescas de la lluvia le acariciaban su cara, como nadie en el mundo. Y todo hasta que sus padres, le llamaban hacia dentro de su casa. Ella recordó mucho más…
    Sus recuerdos me hicieron recordar también mi infancia en mi querido Tucumán, y “¡LA LLUVIA!!!”. Aguaceros que, más que lluvia, respondían a lo que muchos decían: “Parece que se partió el cielo…” Y era algo así nomás. El agua caía a borbotones del cielo, en esas lluvias de verano, a media tarde, en la ciudad de mis amores. Ni entendía si era bueno para el campo, o para la ciudad. Quizás, siendo sólo un niño, esas cosas no pasaban por mi cabeza. Todo se trataba de disfrutar la maravilla de la lluvia, sin miedo, sin límites, sin frío, y sin fin.
    Tenía muchas aristas este festejo, y yo muy pocos años para pensar en otras cosas que no fuese la delicia de la invasión del agua, desde el cielo, sobre todo y sobre todos. Lo primero era poder mojarse con libertad, incluyendo las advertencias de mis mayores en la vereda de la casona y almacén de mis abuelos, en plena ciudad. Todos me cuidaban con un “¡No te mojes!…” pero, a la vez, yo leía en sus ojos la felicidad de verme disfrutar de la copiosa lluvia, en total libertad, sobre la vereda (quizás ellos de niños también lo habían hecho) y -alguna vez- me pareció ver una envidia buena al verme hacer algo que ellos querían, pero no podían por el “qué dirán”, como esos recuerdos de sus tiempos de niños, donde fueron completamente libres -en esa hermosa ignorancia que representa la niñez- de hacer cosas que hoy los mayores no pueden hacer.
    Pero si había algo más hermoso que la misma lluvia, era su final. Escampaba con rapidez, el cielo se ponía con una luminosidad rosada intensa, y la luz del sol era diferente: más pura, más nítida. Todas las cosas se veían con más claridad. Y no era porque el agua de lluvia había lavado los árboles, las veredas, los muros, la calle, y los autos. No, no, era otra cosa… era el aire que se había limpiado de cualquier impureza, y el arco iris entraba hasta los huesos.
    ¡Ni hablar de la mayor diversión después de la lluvia!
    La calle -aún con la buena pendiente natural de las calles de mi ciudad de Tucumán- estaba llena de agua, hasta la altura superior del cordón de la vereda. Si bien no me dejaban meter mis pies en el agua (y yo obedecía), la recompensa a mi obediencia era algo mucho mayor. Mis tíos (los del almacén, que siempre estaba abierto a esa hora), me hacían barquitos de papel, que yo dejaba caer al agua como una media cuadra arriba de “mi” vereda, para acompañarlos en el trayecto hasta llegar a la esquina (donde el agua desembocaba en aquella calle que cruzaba, llevándose toda el agua, y mi barco).

    Pero yo tenía más barcos. Era el sobrino mayor, el primer nieto, el adorado por todos. Al volver a la puerta del almacén, ya había no uno, sino tres barcos al menos, esperándome para navegar en la cuneta de la calle. A veces mis tíos los decoraban con una pajita de alfalfa, otras pegándole alguna cinta de algún color estridente, y llegué a tener hasta varios barcos con mi nombre inscripto en el mismo (como si fuese “un barco de verdad”).
    Cuando entendí que no hay barcos sin tripulación, la cosa se complicó un poco. Pero Tucumán, en su encantadora, abundante y espectacular fauna y flora, me daba también “tripulación” para “mi ARMADA”. El primero fue un grillo que, molesto porque la lluvia le había inundado su nido, salió enojado hacia la vereda, y aceptó ser el primer tripulante. Como sus gestos indicaban que no compartiría el privilegio de mi barco con nadie, lo dejé ir solo. Y allá partió. Lo seguí por tres cuartos de cuadra sobre mi calle, hasta la famosa esquina (Gral. Paz y Miguel Lillo), donde la última calle juntaba todas las aguas, y mis barcos “gambeteaban” las vías del tranvía al girar 90° para seguir su navegación al infinito. Yo despedí al capitán (el querido grillo) deseándole ¡Buena Suerte! en el mundo infinito al que el agua lo llevaría, y me volvía al almacén de mis abuelos, por otro barco, para crear una nueva epopeya con un barco nuevo, otra aventura diferente, con insectos diferentes capitaneando la nave.
    A veces fueron hormigas, otras, algún escarabajo distraído que la lluvia había bajado de algún árbol, y también recuerdo a aquellas langostas verdes de patas largas, a las que debía mojar en el agua de la calle para que aceptaran el comando de mi barco. Al estar ya encima y navegando, muchas de estas langostas no se animaban a saltar, aunque hubo una que saltó, alejándose a nado puro hacia el centro de la calle. Yo la dejé ir porque, a nadie hay que obligar a hacer lo que no quiere…

    Y así como mi querido amigo R.E.Ch. ha relatado las vivencias de su infancia, más de uno debe de tener anécdotas sobre episodios parecidos, durante o después de una refrescante lluvia.

    Malania.

    Imágenes de la red: Gentileza de R. E. Ch.

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    CADA NOCHE

    Revirtió la sorna de sus días y como un trueno se subió a la tarima, pronunció su discurso en favor de la vida, descubrió su torso y mostró la gran cicatriz que bordeaba su corazón. La aparición de un especialista interrumpió su arrebato emocional. El omnisciente calmó el ánimo del momento discursivo y habló pausadamente: Seguramente muchos o no tantos…quizás…han tenido un lapsus a causa de ser un impulsivo fumador. Se sacó el saco, luego la camisa y de espaldas mostró el camino recorrido por el bisturí en aquél día que de urgencia lo internaron y lo llevaron directamente al quirófano. Se salvó porque no fue su día final. Después de haber zafado del mal trance tomó la vida con serenidad.
    Contemplaba cada noche la progresión minuciosa de la oscuridad sobre la ciudad.
    De pronto la recordó y en su mente brotó un pensamiento:
    “Me paso el tiempo tratando de crear magia mediante la poesía, cuando en realidad todo está casi al alcance de la mano, pero …. te vuelvo a perder”.
                                                                                                                           Malania
    Imagen de la red
  • Poemas

    A LO ALTO

    DESDE LO ALTO
    Mentes flotantes en denso aire
    en la inmensidad de la gran urbe
    bocinas que aturden hasta al más sordo
    y yo buscando un punto desde lo alto
    quizás en una esquina o en la vereda de enfrente.
    Por ese camino vas sobre tus pies, paso a paso
    sobre la acera de baldosas que salpican
    sin darse cuenta de la pulcritud de tus pantalones grises
    o quizás vas por el túnel subterráneo
    observando al gentío, fuente de inspiración constante.
    Tu corbata rosa fucsia todavía ilumina mis pupilas
    tal como la base del obelisco
    esa enorme mole que distingue a la gran ciudad
    cuadro que merece la admiración
    del visitante diurno o nocturno
    donde me sumo para no sucumbir
    en la nostalgia del no saber de ti. 
                                                                            

    Malania

    Imagen propia.

  • Relatos

    COMO COYUYO ENAMORADO

    ¿Por qué cantamos los tucumanos? POR AMOR, por supuesto…
    Es una historia que viene de lejos, de la infinita profundidad de tiempo. Y porque alguien nos enseñó que hay que tener esperanza: es el COYUYO. Aquí una historia, bien tucumana:
    Arrancó la primavera, y ya tenemos coyuyos enamorando coyuyas con su canto, en los árboles del parque más elegante de la ciudad capital del Tucumán.

    Quisiera contarle al mundo esta primicia exclusiva: Hoy, 3 de noviembre de 2016, alrededor de las 19 horas y en las inmediaciones del Parque 9 de Julio de la ciudad de Tucumán, más precisamente en la copa de sus frondosos y bellos árboles, el primer coyuyo de la temporada ha vuelto a cantar tras un largo silencio invernal.
    Su chirrido estridente despabiló a los transeúntes ocasionales que se miraron unos a otros diciendo: «ya se viene el verano, ya se viene el verano».
    Un porteño desprevenido que pasaba por el lugar, desconocedor de este insecto de cuerpo ovalado, verde oscuro, cabeza gruesa y ojos prominentes, típico del noroeste argentino, levantó las cejas mirando para todos lados, buscando algún aparato artificial de grandes dimensiones que se ven en las grandes capitales, preguntándose si acaso ese ruido ensordecedor no provenía de uno de esos cosos.
    El coyuyo, que en quechua significa «silbador», hace música con unas membranas llamadas timbales y sacos con aire que funcionan como cajas de resonancia, en la base del abdomen. El que canta es el coyuyo macho, ya que las hembras de esta especie carecen de este órgano productor de sonido. El coyuyo macho es un ser exquisitamente romántico, ya que canta por amor; canta para enamorar a la coyuya con la que luego tendrá sus hijitos.
    En Santiago del Estero, por ejemplo, este animalito gusta cantar en las horas de calor de la siesta, en los algarrobales. Hay quien le atribuye virtudes mágicas diciendo que al cantar ayuda a florecer al algarrobo. Lo cierto es que en Tucumán, con la llegada de los primeros calores, el coyuyo afina su voz al atardecer y canta por amor. Su música dura lo que el verano y sólo se interrumpe por mal tiempo. Con la llegada de los primeros días frescos del otoño, su voz se apagará para siempre. Entonces los transeúntes dirán: «Ya se ha ido el verano, se va con el coyuyo y el carnaval».
    Mientras tanto, la noticia más importante es esta: ya hay coyuyos enamorando coyuyas con su canto, en los árboles del parque más elegante de la ciudad. Quien quiera oír que oiga. Es al atardecer. Y es gratuito.

    Texto gentileza de R. E. Ch.

    Imagen de la red.

    Otro tipo de coyuyo, el de EEUU
  • General

    REDES Y MÁS

    Te conocí un día,   
    estabas en línea
    en una red de fantasía. 
    Me pediste seriedad
    a lo que accedí enseguida.
    Hablamos un poco
    y mucho al otro día;
    me relataste lo que había
    en la larga historia de tu vida.
    Y así fueron sucediéndose
    mensajes, fotos y poesías,
    pero  nunca imaginé
    que personalmente te vería.
    Compartimos la cena
    en una pizzería
    de la gran urbe que hasta hoy,
    es mi ciudad preferida.
    Mientras yo me deleitaba
    contemplando tus ojos verdes
    y semblante alegre,
    hablaste  hasta por los codos
    y me entretuve mucho
    con tus anécdotas divertidas.
    Me contaste de mujeres,
    unas odiadas y otras amadas,
    de tu madre, de tus tías
    y alguna prima, la que más querías.
    También de tu colección de corbatas,
    cienes de camisas y algunos trajes
    todavía guardados y embolsados,
    arrugados en su mayoría.
    Transcurridas varias horas
    me dejaste en el hotel
    con un beso en la mejilla.
    Hoy me has contado
    lo que yo ya presentía:
    los aires del océano
    te envolvieron y te ofrecieron
    algo maravilloso: el amor
    de una figura femenina,
    la que quizás podrá ser,
    en breve o algún día,
    la mujer de tu vida.
    Soy feliz con la noticia
    te mereces lo mejor
    por todo lo transcurrido
    en tu camino de vida.

    Malania

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    COTIDIANEIDAD

    Para viajar en transporte público desde el barrio donde vivo al centro de la ciudad, hay que hacer combinación en una estación de transferencia. Entre los dos colectivos se tarda aproximadamente 40 minutos. Sumando la espera, en total serían 50 minutos, no más. A veces prefiero y elijo este medio por el horario conveniente a mis necesidades.
    Durante el viaje siempre hay alguien quejoso a más no poder, mientras otras personas ni se enteran de nada porque se tapan los oídos con música que suena a través de pequeños auriculares.
    – Ayer llovió tanto que no pude salir de casa. Hubiera preferido que saliera el sol antes de que cayera tanta agua. La lluvia entorpece mi trabajo porque no puedo salir a vender por la calle- dijo una mujer llamada Teresa.
    – Sí, pero ya hacía falta agua para las plantas- dijo la otra que estaba sentada al lado, Rina.
    – Está bien, pero si no vendo no gano dinero necesario para comprar la comida.
    – Y qué haríamos si no lloviese nunca- preguntó la otra.
    – Tendría que llover solo por las noches- respondió.
    – ¡Mirá vos! Como si pudiéramos planificar el tiempo y acomodar a nuestro gusto y antojo.
    – No, pero sí- dijo Teresa.
    – Mirá, creo que tenemos que ser agradecidos por lo que tenemos. Hay lugares que sufren la falta de agua y nunca escuché que se quejen.
    – Seguramente hablaste con cada uno de ellos por eso sabes tanto- respondió con tono irónico.
    – Contigo no se puede hablar porque si no te quejás de una cosa, te quejás de otra.
     No sé cómo te aguanta tu marido.
    – Si tuviese marido no estaría trabajando así, vendiendo en la calle.
    – ¿Y por qué no? Yo tengo marido y también salgo a trabajar.
    Una jovencita que iba sentada en el asiento detrás de las mujeres, se levantó  y enojada les dijo:
    – A ver si se callan un poco, yo tengo un examen y necesito aprovechar el tiempo para leer.
    Las mujeres la miraron y sin hacer caso, siguieron discutiendo sobre qué estaba bien y qué no.
    A todo esto se metió un hombre mayor, defendiendo a la muchacha.
    – ¡Señoras! ¿A quién les importa los temas que ustedes están discutiendo?  ¿Por qué mejor no se bajan y se sientan en una plaza para hablar de lo que quieran?
    Teresa, que estaba muy ofuscada con todos y hasta consigo mismo, dijo:
    – Mire señor, usted mejor no se meta. ¿O es que la señorita le interesa y por eso la defiende? Dijo refiriéndose a la estudiante.
    El colectivo se detuvo y muchos pasajeros descendieron, entre ellos Teresa y la estudiante.
    Rina y el hombre continuaron viaje sin emitir palabra.
    Esta vez fue leve la discusión. Pero he escuchado y visto cómo  hay gente irrespetuosa, a la que no le importa nada. Sobre todo a los que no respetan las filas para ascender al colectivo. Madres que mandan a sus hijos que empujen a la gente para subir antes que todos y les reserven asientos. En fin, los avivados de siempre y los mal educados o mal aprendidos, como mejor quieran interpretarlo, hay por todas partes.  
    ¿Dónde han quedado nuestros valores?

    Malania

    Imagen: de la red