• General

    LOS DÍAS DE SERAPIO

    Lejos de ser campo desolado sin cultivos,
    Serapio se encargó de plantar
    a su antojo y libre albedrío.
    Con su azada y su pala abrió surcos
    y sembró semillas, plantó esquejes y bulbos,
    nada para vender, todo para su consumo
    y el de sus mascotas.
    Para él su familia son los animales,
    un gallo cantor, un gato maullón, varios perros,
    y unas cuantas gallinas que ponen huevos,
    los suficientes para su consumo.
    Las encierra por las noches
    por las comadrejas intrusas
    y así evitar escaramuzas
    con sus amigos los perros.
    El gallo es su despertador
    con su canto mañanero,
    y el ladrido de los perros
    ahuyenta a los malevos.
    El gato con su destreza
    limpia la casa con fortaleza,  
    de insectos y roedores
    para evitar que se contaminen
    los escasos alimentos
    manteniendo limpio el ambiente.
    Los perros acompañan a Serapio
    a buscar agua de la vertiente
    y la leña seca que busca del campo.
    El gallo queda de jefe
    con su ayudante el gato.
    Las gallinas cacarean
    orgullosas por el buen trato.
    Serapio plantó batatas,
    mandioca y mucho zapallo,
    es lo que más le gusta
    porque cosecha todo el año.
    Sembró maíz,  verduras y otras legumbres,
    por necesidad y por costumbre,
    y a veces la incertidumbre
    lo pone de mal humor
    cuando hay heladas sin lluvias
    o está muy caliente el sol.
    Y así transcurren los días
    de Serapio y sus mascotas
    en total monotonía,
    pero aún así es feliz en su choza.
    Paredes de madera y bosque
    chapas de cartón y estrellas
    de cubierta para el sol de día
    y la misteriosa noche.

    Imagen: M.J.T.

  • General

    ¿QUÉ OPINAS TÚ?

     

    NO NOS MIENTEN
    En mi opinión, muy personal por cierto, NO  “Nos mienten al decirnos que seamos felices siempre”. La mayoría de la  gente que dice eso, me incluyo, es porque realmente deseamos lo mejor para el otro. Soy consciente de que la felicidad es el bienestar que se siente dentro de cada uno. Este bienestar puede manifestarse estando solo o en compañía. Se puede sentir felicidad o bienestar junto al ser amado, a un familiar, pareja, hijo, etc. o con la simple compañía de una mascota. Y por supuesto que puede no ser para toda la vida, es el momento que se vive y puede durar mucho o poco, puede ser continua o discontinua. Depende de nosotros mismos, de como vivamos los días de nuestra vida. Las pequeñas cosas hacen la felicidad, esa que nos da (como ya lo dije) paz, bienestar,  salud, trabajo, tranquilidad, alegría. Lo que no estoy de acuerdo es que se afirme  que nos mienten al desearnos la felicidad para toda la vida, como lo dice “Les y otras hierbas” en su blog, porque no podemos leer el pensamiento ni adivinar el sentimiento del cual proviene dicho deseo.  Opino que hasta de los peores momentos se puede extraer lo mejor, que son experiencias válidas para no caer en los mismos errores, por ejemplo. Para recordar: “No hay mal que por bien no venga”. ¿Qué opinas tú?…

  • Poemas

    HOMENAJE A LOS DE ANTAÑO

    Hoy quiero recordar …

    Quiero hablar de bueyes perdidos

    de aquellos que trabajaron

    junto a mis abuelos ya fallecidos.

    Las parcelas de tierra araron

    sin pedir nunca nada a cambio.

    Eran mansos y eran buenos

    sus patas fuertes, de sol a sol

    descansaban con el sereno.

    Gracias a ellos, la cosecha

    y el pan diario en la mesa

    y a no sentir casa estrecha.

    Todo el día caminando

    bajo el sol, o en frío invierno

    al compás de mis abuelos.

    Eran gringos muy sufridos,

    de la guerra y de la fiebre

    habían huido.

    Educaron a sus hijos

    con notoria seriedad

    y con extrema humildad.

    Hoy escribo en su memoria

    estas palabras sencillas

    agradeciendo su esfuerzo

    que ayudados por los bueyes

    han sembrado las semillas 

    para cosechar los frutos

    y mantener a sus familias.

  • Cuentos

    ¿CUÁL ES SU NOMBRE?

     
     
    Era ella, estoy segura. Aquella dama de tez bronceada, esbelta y larga cabellera de color azabache en que todos los días nos encontrábamos camino al colegio. Siempre vestía con sencillez y pulcritud. Vivía con su esposo y sus pequeños hijos. A él lo veía  algunas horas por la noche, cuando regresaba de la fábrica de calzados, de lunes a viernes,  o de  su trabajo en la quinta los sábados. Los domingos lo pasaban en familia, con los tradicionales almuerzos parrilleros, sobre las brasas unos hierros con patas que él mismo había construido, y la carne con grasa chirriante despertaba hasta al tardío madrugador o al más vegetariano de la cuadra.   El pan caliente amasado por la mujer acompañaba el almuerzo. Fueron ocho los niños que nacieron, crecieron y  jugaron en esa casa de patio grande, frondosos árboles y bello jardín.                                                                   El tiempo comenzó a marcar  surcos en el rostro de ambos progenitores y un día ella recibió la peor noticia de su vida: para acortar  distancia, el hombre tomó otro camino y fue interceptado por maleantes que le quitaron el sueldo que había cobrado ese día dejándolo tendido al costado del camino.  La mujer hizo lo imposible para salvarlo, hasta gastar todos sus ahorros. Pero los golpes habían sido fatales y no logró sobrevivir. Ella continuó luchando para dar lo mejor a sus hijos, ya que algunos todavía concurrían al colegio.                                                                                                   El calendario marcaba el  paso y uno a uno fue tomando vida propia, algunos cerca, otros muy lejos, unos formaron su propia familia, otros se dedicaron exclusivamente a trabajar, unos la llamaban de vez en cuando, otros  la visitaban y se interiorizaban de sus necesidades y la ayudaban.         De a poco todo fue cambiando, las visitas se espaciaron cada vez más, los malestares de salud no tardaron en estar presente a diario, su lucidez iba perdiendo brillo. Y así fue que  un día domingo, el tan esperado para compartir con alguno de ellos, no salió el sol para ella. Ninguno de sus hijos fue a visitarla, y así fueron sucediéndose los días, y ella, corroída por el abandono, ya no tenía proyectos.    Era ella, pero esta vez vestía una pollera desteñida, una blusa amarillenta,  y un delantal de cocina, y a decir del vecindario, no se quitaba ni para ir a dormir. La observé caminando lentamente hacia el pequeño corral,  donde cacareaban hambrientas cinco  gallinas y un gallo. Ayudada por su bastón de madera rústica, conservado como recuerdo de su padre, alcanzó el bebedero y cambió el agua. Tiró un puñado de maíz hacia los cuatro vértices como marcando una cruz en señal de bendición hacia esos seres no pensantes que eran los que le servían de compañía además del perro, y vaya uno a saber, con su pensamiento a quién más bendecía.   Permaneció unos minutos observándolas una a una, recogió un huevo del nido, un cajón de madera con colchón de paja, y como midiendo los pasos se alejó para internarse nuevamente en su casa. Las paredes mustias y humedecidas eran testigo de sus pensamientos y sus quehaceres. De vez en cuando arrastraba su silla, la apoyaba sobre la pared del porche, y sentada sobre un almohadón desteñido por los años,  contaba los automóviles que cruzaban por la avenida. Su perro dormía a su lado con las orejas erguidas en señal de atención constante, por su dueña que nunca le hizo faltar agua ni comida.  Las paredes exteriores daban fe que se habían olvidado del olor a pintura, la tierra reseca de lo que un día fue jardín, desconocía el colorido de las flores, nada era como cuando estaban juntos en familia.                                                                                                         El día que Gitana ya no pudo más con la soledad, en ocasiones ni su nombre recordaba, mirando a su amigo y guardián dijo: me siento bien, pero hoy él me llamó ¿sabes?, me invitó a su morada eterna, me dijo que allá es muy lindo y tranquilo, que hay muchas flores perfumadas, que no se siente hambre ni frío, y me iré con él ¿sabes? No me extrañes, cuida la casa hasta que te vengan a buscar. Cuando Gitana desapareció de este mundo, todos los hijos concurrieron al lugar,  decidieron hacer restaurar la casa, la llenaron de flores, la hicieron tasar y la vendieron a un precio sobrevaluado como para que cada uno tuviese una buena paga por la herencia. El perro se alojó en casa de un viejo vecino. Todos los días, la gata Lila lo iba a buscar para dar un paseo por el muelle del puerto.  ¿Habrá olvidado Milo a su antigua dueña?
    Nunca se supo su verdadero nombre, simplemente la llamaban Gitana. 

  • Poemas

    DE AMOR Y DE SOMBRA

    Aunque no lo creas, ni lo sepas
    en cada astilla de algún árbol caído
    y trabajado por el serruchar del hombre,
    que al final del día
    por el cansancio se ha vencido,
    hay una gota de dolor
    del que ha estado en pie
    para dar sombra a ancianos y niños  
    y hoy ha sido destruido.
    También hay una gota de amor
    por el pan bendecido
    que el hachero amanecido
    con virutas rizadas mediante
    y el sudor de su frente
    llevará el pan a su mesa
    con el dinero conseguido
    trabajando del amanecer al ocaso
    bajo el sol o bajo la lluvia
    pasando frío o calor
    rogando en cada hachazo
    por su familia entera
    por los buenos de corazón
    y también por los impíos.