Minicuentos

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    CAMELIAS VIOLETAS

    Amaneció gris el día
    ideal para no salir,
    encender la salamandra,
    calentar el agua en la pava,
    preparar un buen mate
    y compartir con la abuela,
    que desde muy temprano,
    con agujas entre sus manos
    y lanas de colores,
    entre azul y habano
    muy feliz tejía.
    A su lado dormía
    sobre un cuadrado mullido,
    la gata Petronila.
    La abuela le hablaba
    y Petronila le maullaba,
    como si ambas tuvieran
    un lenguaje diferente.
    Bajo la tenue llovizna
    llamó a la puerta Vicente
    y entre sus manos traía,
    para la abuela un presente.
    Se lo enviaba un caballero
    que de antaño conocía
    es que dijo, no quería
    dejar pasar sin saludar,
    por su aniversario ese día.
    No habrá fiesta, le dijo,
    y Vicente lo sabía,
    con las camelias violetas
    y su gata Petronila
    muy feliz ella se sentía.

    Malania Imagen de la red gentileza de R. G.

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    PERRO GUARDIÁN

    Canelo estaba malherido, tirado al borde de la carretera que une dos pueblos de Misiones, Argentina. Fue encontrado por cazadores a los que se les había descompuesto el automóvil en el que viajaban de regreso a sus casas.
    Apenas si respiraba, Canelo fue llevado en otro vehículo que cruzaba por el lugar, a una veterinaria.
    Pero había un problema: ¿Quién se haría cargo del perroUna vez medicado había que retirarlo para no tener que pagar internación en ese lugar.
    Uno de los cazadores, Mauro, preguntó a varias personas si lo querían, pero nadie respondió que sí.
    Mauro ya tenía tres perras en su casa y se le hacía difícil, pero tampoco lo dejaría en la calle. Así que, a pesar de todo, decidió llevarlo consigo. A los pocos días Canelo ya comía y movía la cola cuando él se le acercaba. Por la noche cuando nadie lo veía, y como no tenía bandeja con piedritas para satisfacer sus necesidades, pero sí, un enorme patio donde hacerlo, se movía solo para eso y volvía al lugar asignado a recuperarse, una cucha debajo de la pileta del lavadero.
    Hoy Canelo vive en una casa de campo con Adela, una señora de mediana edad que lo cuida como uno más de la familia. Durante la semana viven los dos solos porque los hijos de Adela trabajan y solo la acompañan los fines de semana, cuando pueden.
    Adela se subió al árbol para recoger a su loro que se le ha escapado de la jaula. Canelo la acompaña para asegurarse que no le pase nada.

    Malania

    Imagen: Reina.

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    EL VIAJE DE LA CEBOLLA

    Miguel es un productor y vendedor de frutas y verduras. Vive desde que nació en la localidad de Olegario Víctor Andrade, de la provincia de Misiones en el Litoral de la República Argentina. Estudió y obtuvo el título terciario en una Escuela Agrónoma cercana a su lugar de origen, pero no quiso continuar estudios universitarios. Prefirió quedarse para ayudar a sus padres en tareas de la chacra y así aprendió a cuidar y a querer cada una de las plantas y los productos que cosecha. Pero la superficie del terreno que trabajan no es de gran extensión, por lo que a veces es necesario reponer algunos comprando del Mercado Central. Su padre ya no vive y su madre es de edad avanzada por lo que el trabajo lo realizan Miguel, su esposa y un ayudante.
    Cada semana llevan sus productos en camioneta, a la Feria de un lugar llamado Santa Helena.
    Todo fue aumentando su costo, pero algunos productos subieron hasta el doble, como las cebollas.
    Me acerqué al cajón de las blancas y de las coloradas. Casi todas diminutas y algunas con pequeños brotes verdes en señal de que deberían ser usadas para una nueva planta.
    Le pregunté por qué traía esas para vender.
    – Son más económicas –me respondió.
    Y la esposa agregó: – Hay una en particular que la traigo y la llevo en un rincón del cajón y así por varios fines de semana, viaja de ida y de vuelta porque nadie la quiere. Parece estar podrida pero no lo está.
    Entonces le pedí que me la vendiera.  Me la dio y no me quiso cobrar por ella.
    Llegué a casa y no me animé a utilizarla en la comida ya que no sabía si estaba buena o no. En cambio María, la chica que me ayuda con la limpieza en casa, a la que le relaté lo sucedido, me pidió para llevarla.
    Viajó la cebolla, esta vez en colectivo, envuelta tímidamente en un papel de diario y una bolsita de polietileno para evitar que soltara olor en el bolso de María. Llegó a su casa para la hora de cocinar y no dudó en cortar la cebolla por la mitad. No estaba podrida, tenía brotes muy verdes, por lo que María utilizó el pedazo superior para preparar el almuerzo y la otra parte dejó en agua por dos días.
    Como ese día no trabajaba fuera de la casa, procedió a preparar la tierra y colocar el pedazo de cebolla en tierra fértil junto a otras plantas de verdes hortalizas. Seguramente en breve, dará una nueva planta y nuevos bulbos comestibles.
    Ahora, la cebolla viajera, está plantada en la localidad de Candelaria, de la misma provincia y país, lugar donde vive María.

    Malania

    Imagen: R. M. T.

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    EL GRITO DE LA NIÑA

    Había una vez una niña llamada Milagros. Era una niña muy bonita pero a la vez muy tenebrosa, nunca hablaba.
    Cuando ella era chiquita y tenía 4 años su mamá falleció y desde entonces no volvió a hablar. Ella vivía con su padre en un hotel llamado Harley Hotel ubicado en la avenida Belgrano en Buenos Aires. Un día el padre le preguntó a su hija hija -¿Hija porque no hablas?- y la hija no respondió. El padre le volvió a preguntar y la hija seguía sin responder.
    Pasado un tiempo la hija gritó muy fuerte que todos los que vivían en el hotel escucharon. Ella había gritado porque no le gustaba que le molesten y menos que le hablaran.
    Meses después la niña empezó a hablar pero muy poquito, ya había superado lo de su madre y su vida empezó a ser de colores.

    Escrito por la niña Lua T.

    Imagen de la red.

     

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    MARGARITA Y SU AMIGUITO

    Había una vez una niña llamada Margarita. Era una niña que siempre estaba feliz, nunca se veía triste.

    Un día Margarita salió a jugar al bosque y conoció a un amiguito, era un conejito muy juguetón y desde

    ese día se hicieron mejores amigos.

    Meses después la niña se tuvo que mudar. Como el conejito no podía ir se pusieron muy tristes.

    Años después la niña volvió a su barrio anterior y se volvieron a  encontrar y desde ese día nunca más se

    separaron.

    Todos los días, muy alegres, comían muchas zanahorias. 

    Autora: Lua

    Imagen: de la red

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    ¿BAILAMOS?

    Un pájaro se deslizó en el cielo.
    Al seguirlo con su vista, no consideró el sol, que lo cegó momentáneamente.
    Justo después de eso, aquel rayo de luz plantó una imagen en su mente:
    Un patio de ladrillos, o de tierra. Había mucha gente, y entre la multitud, una hermosa mujer, sentada en una silla junto a la pared.
    -¿Bailamos? Le dijo sonriendo.
    – Encantada, pero no sé bailar folklore.
    – Bueno, no importa. Siempre hay una oportunidad para aprender. -Dijo él sin dejar de sonreír.
    – Entonces enséñame.
    Al ritmo de una zamba danzaron riéndose de los pasos que -en falso- daba ella. En cambio él, bailaba muy bien con pasos seguros.
    Terminado el tema musical, se sentaron uno al lado del otro y él le dijo:
    – Yo, en realidad, hablaba de la vida, no de un ritmo. Simplemente pensé en el folklore, donde los bailarines, cualquiera fuese la zamba, empiezan de frente, con buena intención, mirándose a los ojos, con una sonrisa en los labios, y cada uno con un pañuelo en las manos, que mueven reflejando sus sentimientos al bailar.
    Y prosiguió: – Ese vuelo del pañuelo simboliza “el esperado vuelo del alma”. No se tocan casi nunca, pero entre sus pañuelos, habla la vida…
    – Ella sonriente y sonrojada por no haber comprendido la intención inicial, se quedó muda. Luego, tomando su pañuelo de una punta y haciéndolo volar en el aire, le dijo:
    – Disculpa, pero suelo ser de reacción tardía. Ambos rieron.
    Lo escuchó atentamente mientras él siguió hablando.
    – Traduciendo: Era una simple invitación a tomar un café juntos y conocernos, como dos personas que andan solas en la vida, buscando un compañero de camino, en la multitud indiferente…. ahora que estuvo más claro… ¿Bailamos?.
    Antes de despedirse, ella muy tímidamente le dijo: -Bailemos.
    Y en la noche quedó sellada una esperanza, con un gran abrazo y un beso en la mejilla.

    Malania. (Inspirada en el texto de R. E. Ch.)

    Imagen propia

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    EL ESCRITORIO AZUL

    Con aire pesado y entrecortado por el abrir y cerrar de la puerta, el viejo escritorio pintado de azul
    descansaba en una habitación casi sin uso. 
    No entendía mucho su función, pasaban los días y nadie lo ocupaba.
    Ella entraba y lo miraba, aunque el color azul no le gustaba y eso se notaba. A él tampoco le importaba que esté allí o en cualquier otro lugar, junto a muchas otras cajas y muebles que con suerte, por el clima apropiado no despedían vaho.
    En la noche oscura lo visitaban algunos mosquitos y pequeñas lagartijas hambrientas. Al verlo inactivo y triste, no lo molestaban.
    Su color intacto pero, por el polvo que filtraba por alguna hendija, se lo veía apagado a pesar de la claridad del día. 
    El ruido de uno que otro automóvil de su letargo infinito lo despertaba.
    Y así fue pasando el tiempo hasta que un día, cómo su dueño no quería venderlo, se lo regaló a una niña que necesitaba tenerlo. 
    Viajó el  escritorio con miedo, sin saber a dónde iba, pero al llegar vio a la niña y se alegró pensando que allí sí tendría compañía.
    Ahora vive feliz entre osos de peluche y muñecas de gran sonrisa; la niña le cambió la vida a ese escritorio que lleno de polvo pasaba sus días.
    Se siente dichoso entre juguetes, acunando niñas acompañado de libros, y hasta puede escuchar voces por el teléfono, al que le sirve de lecho.
    Ahora no tiene sentido el llanto ni tiene que morder el silencio. Se siente acompañado y se perfuma con los aromas de las flores de rosas, jazmines e incienso. 
    La tristeza ya no derriba sus bordes engomados y aquella sorda habitación quedó en el pasado. 

    Malania

    Imagen: M. R. T.

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    ANA EN CELO

    ¡Ana! ¡Ana! ¡Anaaaaaaa! Gritaba un hombre y me detuve para ver si era a mí a quien llamaba.
    Mi nombre no es ese,  pero podría haberme confundido con otra persona. A esa hora de la mañana no circulan muchos peatones.
    ¡Ana! ¡Ana! ¡Anaaaaaaa! Y me di cuenta que perseguía a una perrita negra. De pronto vi que la mascota venía en dirección a mí y sorprendida más que asustada me quedé quieta sobre la acera. Ana se metió poco más entre mis piernas como pidiendo auxilio. Pero al ver que su dueño se acercaba comenzó nuevamente a disparar y detrás, un perro un poco más alto que ella de color canela la perseguía. El hombre cansado corría y gritaba ¡Ana! Casi sin aliento.
    No sé por qué me causó gracia, quizás porque escuché la algarabía de los pájaros sobre un lapacho florecido de rosa, como festejando la situación.
    Dos colibríes con colorido aleteo y una abeja gozaban de las apetitosas y perfumadas flores de azahar.
    Dobló la esquina el hombre detrás de Ana y el perro.
    Una vecina dijo: – Ana está en celo por eso la locura de su dueño. Ana se le había escapado cuando había abierto el portón de su casa para salir con su moto.

    Malania

    Imagen: L. M. R.

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    EL VIEJO CUADERNO DE POEMAS

    Un árbol de lapacho, una flor, un ave o cualquier otro animal, el ocaso o la aurora boreal, el río revoltoso o el gigantesco mar. Y la lista puede continuar, con aquello que hace bastante tiempo me inspiraron a escribir versos y poesías de las de antes, (y por qué no de ahora también) con versos de métrica perfecta y rima asonante o consonante, porque así eran las poesías formales y clásicas. Fueron mis primeras poesías escritas en un cuaderno, para ocupar el tiempo los días de lluvia en una escuela de campo.
    Sin que me diera cuenta, el cuaderno venía siendo espiado por alguien que no le gustaba escribir, leer poesías ni poemas, porque tampoco le gustaba la asignatura de las letras.
    Convivíamos y nos llevábamos muy bien. Cuando me di cuenta que lo que yo escribía provocaba dudas y celos, no hubo más inspiración ni tampoco, quizás por egoísmo natura o por amor propio, no quise explicar cuál era el motivo de mis escritos. Ni sabía si había un motivo, solo escribía. Era feliz haciéndolo, me sentía plena.
    Un día me enojé conmigo misma, arrojé el cuaderno al termo tanque y lo quemé. Algunas letras evocando el amor latente o ausente, también  se murieron incineradas.
    Por supuesto que hasta el día de hoy me arrepiento de aquel arrebato a mi inspiración, ya que nunca más recuperé lo que había escrito. El fuego todo lo destruyó y mis deseos de seguir escribiendo se volvieron cenizas por mucho tiempo. Me arrepiento de no haber sabido enfrentar la situación.
    Pero siempre hay un después, capaz de hacer surgir una llama que, por más pequeña que sea, vuelve a dar luz a un corazón solitario y enamorado de la vida para poder volver a escribir.
    Hoy dos búhos ilustran mi escrito porque me dan mucha ternura viéndolos juntos y armónicos. Me transmiten amor y paz.

    Malania

    Imagen: R. E. Ch.

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    PETRONA

    Ha nacido junto a varios más, no sé bien cuántos. Fueron creciendo con la ventaja del calor de los días y el alimento que mamá gata conseguía en el vecindario, más la leche materna. Pero llegó el momento que cada uno debía conseguir un hogar para vivir y sobrevivir.
    Un día de lluvia apareció ante la puerta de Vero un pompón que maullaba. Sin pensar lo hizo pasar para darle de comer. Le preparó una cama con una caja y una pequeña alfombra que ella misma había fabricado. A Vero le gustaban las artesanías y tenía especial habilidad para esas cosas.
    Debía encontrar un nombre pero la duda se presentó cuando su hija le preguntó: ¿Es él o es ella? No se sabía porque no querían tocar al pompón para no ahuyentarlo; y lo llamaron Petrona.
    Cuando se domesticó después de varias semanas, Petrona se tiró patas arriba para dormir más cómoda en su caja, mientras Vero preparaba el almuerzo. Para sorpresa de los moradores, vieron ahí que era gato y no gata. Rieron hasta que lo despertaron. Petrona los miró y como no entendía nada, siguió durmiendo plácidamente.
    Ahora es tan mimoso y confianzudo que duerme a los pies de Vero y cuando ella estudia el curioso Petrona se acuesta sobre las hojas para llamar la atención. Busca mimos o avisa a su dueña adoptiva que es hora de descansar. Es una mascota adorable.

    Malania

    Imagen: V. D. S.