
MADRE DE LA TIERRA Y DEL ALMA
Madre de madrugadas y de soles tibios,
de manos cansadas, de sueños sencillos.
Te alzabas temprano, sin quejarte nunca,
el gallo apenas cantaba… y ya eras espuma.
Dabas de comer a gallinas curiosas,
encendías el fuego, amorosa y hermosa.
Con agua caliente y un mate en la mano,
comenzaba el día, tan fiel y temprano.
Ordeñabas vacas con gesto sereno,
traías la leche, regalo del cielo.
Hacías ricota, crema y dulzura,
llenando la mesa con tu mano pura.
La ropa lavabas con amor sin medida,
cuidabas la casa, cuidabas la vida.
Barrías el patio, regabas las flores,
dalias y rosas, claveles de amores.
Los perros te amaban, sabían tu paso,
tu andar silencioso, tu abrigo sin lazo.
Nada nos faltó bajo tu cuidado,
ropa, alimento, cariño sagrado.
Y por las noches, amasabas el pan,
con fuerza y ternura, como quien da paz.
Lo dejabas leudar en silencio y en calma,
y al alba, en moldes, lo horneabas con el alma.
El horno de leña crujía al despertar,
y el pan, ya liviano, empezaba a brotar.
Todo lo hacías con tanta emoción,
con manos de madre, con el corazón.
Mi padre sembraba, confiando en tu abrazo,
y en sus vacaciones, carpía el maíz raso.
Mandioca, batatas, zapallos en fila,
su esfuerzo y el tuyo, raíz que abriga.
Descendiente fuerte de nobles ucranianos,
heredaste el temple, el trabajo en las manos.
Y aunque el tiempo pase, y el cuerpo se aleje,
tu espíritu vive donde el amor se teje.
Malania
Imagen de la red.

¡A MAMÁ!
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